I
Manuel
no fue más que un niño
endeble y solitario
que tenía la piel del
color del camino real
la mirada llena de
pájaros azules
que picoteaban el alma
de las ninfas del bosque
que defecaba flores en
los huecos de las carboneras
qué hacía con sus manos
escuálidas
que corría por los
caminos grises del invierno
tratando de encontrar
en los sueños
los parajes imposibles
de la fantasía
su voz tierna como el
canto de los ruiseñores
pintaba de mariposas
las paredes de las tardes
y su desnudez la
ondeaba el viento
más allá de los días
lluviosos de mayo
en que la alegría
sucumbía al hambre
II
A veces lo encontraba
solitario
en las lejanas regiones
del rocío
navegando a la deriva
en un océano
de celias tatuadas en
el viento frío del amanecer
lo llamaba
volteaba el rostro
y me arropaba en el
lienzo azul triste de su mirada
corría hacia mis brazos y me abrazaba por largo rato
sentía como su piel
afiebrada se derretía en mi piel
luego nos íbamos a los
potreros del tío Alberto
atravesábamos los
conucos del abuelo Ismael
jugábamos con el viento
hablamos con los
pájaros
corríamos felices por
las praderas infinitas del medio día
hasta terminar
exhaustos bajo un árbol sin memoria
a veces en el azul más
limpio de su inocencia
se quedaba dormido
lo veía moverse
inquieto
temblar
sonreír
cuando despertaba me
contaba
que había estado en un
hermoso lugar
donde seres luminosos
con alas en la espalda
jugaban con él
que les decían que pronto estaría con ellos
y que ya nunca más
sentiría hambre
ni frío
ni soledad
III
Manuel
no tuvo más escuela que
su corta vida
sus nueve años sin
historia
y sin ninguna
procedencia
VI
Hoy que lo encontré
dormido en una carbonera
arropado en su soledad
acurrucado en la nada
me deslumbró su
recuerdo
descalzo
semidesnudo
sonriendo siempre
con su tristeza a
cuesta
solitario
buscando entre los
cubículos del hambre
un poco de agua
una fruta de lastima
un pedazo de pan
V
En las noches cuando se
le hacía tarde
le suplicaba que se
quedara con nosotros
no aceptaba
me miraba con toda su
ternura
acumulada entre sus
manos
y se despedía de mí
con un abrazo de
eternidad
y se alejaba entre las
sombras hacia ninguna parte
me quedaba junto al
camino
abrumado por una
inexplicable sensación de soledad
hasta que él se
desvanecía en la distancia
VI
Con Manuel compartí la
sed
el hambre
la pobreza
el frío
y la desnudez
y sobre todo la alegría
infantil de correr
por los bosques
memorables
de la fantasía y los
sueños
VII
Manuel
nunca me dijo donde
vivía
cuando le preguntaba
me señalaba con
insistencia un lugar perdido
en su memoria infantil
el cual yo no vería
ni encontraría
porque ese lugar sólo
existía en el secreto deseo
que él tenía de tener
un hogar
VIII
cuando le decía que quería ir a su casa
conocer a sus padres
me miraba azorado
y se alejaba huyendo
ondeando su desnudez en
el viento
escurriéndose en los latidos
del bosque
IX
Ahora que Manuel está
muerto
hemos buscado por todas
partes su hogar
y sólo hemos encontrado
bajo un gran árbol sin memoria
en una carbonera
un lecho de cenizas y
flores
donde Manuel todas las
noches en su soledad
moría de frío y ausencia
Domingo Acevedo.
Foto tomada de la red.