domingo, septiembre 01, 2024

Árbol sin Memoria

 


I

Manuel

no fue más que un niño endeble y solitario

que tenía la piel del color del camino real

la mirada llena de pájaros azules

que picoteaban el alma de las ninfas del bosque

que defecaba flores en los huecos de las carboneras

qué hacía con sus manos escuálidas

que corría por los caminos grises del invierno

tratando de encontrar en los sueños

los parajes imposibles de la fantasía

su voz tierna como el canto de los ruiseñores

pintaba de mariposas las paredes de las tardes

y su desnudez la ondeaba el viento

más allá de los días lluviosos de mayo

en que la alegría sucumbía al hambre

 

II

A veces lo encontraba solitario

en las lejanas regiones del rocío

navegando a la deriva en un océano

de celias tatuadas en el viento frío del amanecer

lo llamaba

volteaba el rostro

y me arropaba en el lienzo azul triste de su mirada

corría hacia mis brazos y me abrazaba por largo rato

sentía como su piel afiebrada se derretía en mi piel

luego nos íbamos a los potreros del tío Alberto

atravesábamos los conucos del abuelo Ismael

jugábamos con el viento

hablamos con los pájaros

corríamos felices por las praderas infinitas del medio día

hasta terminar exhaustos bajo un árbol sin memoria

a veces en el azul más limpio de su inocencia

se quedaba dormido

lo veía moverse inquieto

temblar

sonreír

cuando despertaba me contaba

que había estado en un hermoso lugar

donde seres luminosos con alas en la espalda

jugaban con él

que les decían que pronto estaría con ellos

y que ya nunca más sentiría hambre

ni frío

ni soledad

 

III

Manuel

no tuvo más escuela que su corta vida

sus nueve años sin historia

y sin ninguna procedencia

 

VI

Hoy que lo encontré dormido en una carbonera

arropado en su soledad

acurrucado en la nada

me deslumbró su recuerdo

descalzo

semidesnudo

sonriendo siempre

con su tristeza a cuesta

solitario

buscando entre los cubículos del hambre

un poco de agua

una fruta de lastima

un pedazo de pan

 

V

En las noches cuando se le hacía tarde

le suplicaba que se quedara con nosotros

no aceptaba

me miraba con toda su ternura

acumulada entre sus manos

y se despedía de mí

con un abrazo de eternidad

y se alejaba entre las sombras hacia ninguna parte

me quedaba junto al camino

abrumado por una inexplicable sensación de soledad

hasta que él se desvanecía en la distancia

 

VI

Con Manuel compartí la sed

el hambre

la pobreza

el frío

y la desnudez

y sobre todo la alegría infantil de correr

por los bosques memorables

de la fantasía y los sueños

 

VII

Manuel

nunca me dijo donde vivía

cuando le preguntaba

me señalaba con insistencia un lugar perdido

en su memoria infantil

el cual yo no vería

ni encontraría

porque ese lugar sólo existía en el secreto deseo

que él tenía de tener un hogar

 

VIII

            cuando le decía que quería ir a su casa

conocer a sus padres

me miraba azorado

y se alejaba huyendo

ondeando su desnudez en el viento

escurriéndose en los latidos del bosque

 

IX

Ahora que Manuel está muerto

hemos buscado por todas partes su hogar

y sólo hemos encontrado bajo un gran árbol sin memoria

en una carbonera

un lecho de cenizas y flores

donde Manuel todas las noches en su soledad

moría de frío y ausencia

Domingo Acevedo.



























Foto tomada de la red.

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