domingo, septiembre 01, 2024

Alborada de Mariposas Azules

             I

No fui más que un niño que siempre anduvo

perdido en sí mismo

en los conucos lejanos del abuelo Ismael

aprendí de la vida todo lo que sé hoy

fueron los potreros del tío Juan mi escuela

y en las lejanas regiones del rocío

era donde podía mirarme al espejo

y encontrarme tal cual era

un niño hecho de barro y ceniza

con la mirada torva perdida en el infinito

que escribía todas las tardes

en los pergaminos del viento

su historia envejecida en su dolor vegetal

 

II

Fue toda mi alegría poder correr por el bosque

hasta cansarme y terminar de bruces

entre los arbustos mágicos de las tardes

hablar con los animales y los árboles

pasear en el viento más allá del horizonte

y regresar en las nubes al lugar de donde nunca partí

y encontrarme como siempre arrullado

entre los brazos de mis padres

que me cubrían de la lluvia

que con su corazón de azucena

iba dejando pedazos de cielo dormidos en mi piel

 

III

Todas las tardes mi madre y yo

nos sentábamos bajo la sombra del gran árbol azul

a mirar como los pájaros ebrios de clorofila

se escondían detrás de las murallas

anaranjadas del atardecer

mientras una peregrinación de mariposas

ancladas en los ventanales del ocaso

agonizaban en la mirada quimérica de un ángel

 

IV

Hoy no hay más alegría que este canto

bajo esta luna de jade

por el camino las huellas del rocío se evaporan

entre los pies descalzos de un sol precoz

que siempre en noviembre pasa de largo a esconderse

entre los matorrales atardecidos de la distancia

 

V

Alborada de mariposas azules

heridas por los puñales del otoño

todas las mañanas en el fogón

doña Lola hace té de jengibre

que ofrece a los caminantes

para ahuyentar a los duendes del frío

y Cató en algún lugar perdido en la memoria

todavía fábrica con sus manos de ternura

los colores del amanecer

y en un rincón de mi alma

la abuela Mamá Tita recolecta los residuos

perdidos de nuestro pasado

muchas veces ella y yo

imaginábamos escuchar en la voz

destemplada del viento

el lejano sonido de nostálgicas tamboras

grito de guerra

canto de amor

danza que en las noches aún nos libera

del peso de una historia amarga

que escribieron con su sangre nuestros abuelos

para que mi voz

quinientos años después

pudiera abrir las puertas que el tiempo

creyó haber cerrado para siempre

 

VI

Nací en esta tierra que tiene el color del olor del topacio

donde los colores vegetales de la primavera

se levantan como una ola

que inunda todos los rincones del bosque de mariposas

que al morir van dejando un rastro efímero de luz

en la mirada verdeazul de la distancia

 

VII

Arco iris coagulado en una lágrima

por el camino real

el tío Alberto regresa de los pastos lejanos

parece flotar sobre la tenue oscuridad del atardecer

la tía Agustina en la ventana lo ve llegar

espera como siempre que él

lleve las vacas a los corrales

se dé un baño

vaya a la ventana

le dé un beso

y luego se sienten todos en la mesa a cenar

 

VIII

Todavía en las noches

mi padre como un fantasma

se pierde entre las sombras hacia las carboneras

a vigilar los hornos

para que el fuego no consuma los sueños

y así poder derrotar el hambre que acecha

entre los resquicios de las horas más largas del verano

 

IX

Primavera insular

caserío perdido junto al bosque del olvido

flamboyán amarillo

anacahuita de cristal

bajo los limoncillos florecidos

la tía Tatín con su escoba

arrincona contra los espejos de la tarde

las cenizas que deja el otoño en la mirada

de la tía Aurora

que aún busca en su interior el camino

de regreso al paraíso que nos robó la modernidad

ignora ella

que morirá arrinconada contra sus sueños

sin volver a ver el sol

desde los ventanales primaverales del alba


Domingo Acevedo.






























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