viernes, julio 20, 2018

Xenofobia y migración: Los africanos son europeos sólo para el fútbol

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Ya no me asombra

Ya no me asombra ver que los héroes de este mundo globalizado, son los que van a otras naciones a pelear guerras organizados bajos falsos pretextos que entre otras cosas sólo sirven para ampliar el poderío económico y militar de los países industrializados sobre los países mas pobres e indefensos, dejando atrás una larga estela de destrucción, sufrimientos y muertes, como testimonio a la injusticia.
Domingo Acevedo.


Salomé Ureña de Henríquez


(Santo Domingo, 1850 - 1897) Poetisa dominicana. Figura central del romanticismo dominicano y una de las mayores escritoras que ha dado el país, Salomé Ureña fue además la precursora de una nutrida serie de voces femeninas que, ya en el modernismo, hizo de Hispanoamérica una fértil «tierra de poetisas», con protagonistas tan insignes como la argentina Alfonsina Storni, las uruguayas Delmira Agustini y Juana de Ibarbourou o la premio Nobel chilena Gabriela Mistral, entre otras.

Salomé Ureña
Hija de Nicolás Ureña de Mendoza y Gregoria Díaz de León, Salomé Ureña creció en el seno de una familia culta que propició su formación literaria. A los veinte años contrajo matrimonio con Francisco Henríquez y Carvajal, médico y político que llegaría a presidente de la nación; con él tuvo cuatro hijos: Francisco, Pedro, Max y Camila.
Autora de una brillante obra lírica que, en unión a la de José Joaquín Pérez y Gastón Fernando Deligne, constituye la producción de la denominada "trilogía de los poetas mayores" del romanticismo dominicano, dejó parte de su legado intelectual y artístico en la formación humanística que impartió a sus hijos, entre los cuales destacaron especialmente Max Henríquez Ureña y Pedro Henríquez Ureña, ambos reputados escritores y ensayistas.
En su faceta de escritora, Salomé Ureña desplegó una intensa actividad poética que, enmarcada en los modelos formales y estilísticos de la centuria anterior (sencillez y claridad expresivas, moldes estróficos clásicos y equilibrio propio de la literatura neoclásica), se adentró al mismo tiempo en los tonos románticos de su tiempo y se ocupó, desde sus contenidos temáticos, de los anhelos e inquietudes del hombre antillano de la segunda mitad del siglo XIX. Entre sus principales preocupaciones temáticas figura, en primer lugar, la reflexión ética acerca de la patria, a la que la autora profesa un desmesurado amor que queda plasmado en su consagración al trabajo y a la sabiduría como elementos indispensables para el progreso de su pueblo.
Precisamente, este interés por el progreso constituye el segundo gran núcleo temático de la obra de Ureña de Henríquez, encauzado en dos vertientes bien definidas: por un lado, la confianza ciega del hombre decimonónico en los métodos positivistas, que no sólo habrían de traer los avances técnicos y las mejoras en la calidad de vida, sino también un progreso ético y social que se traduciría en el derribo de las fórmulas políticas dictatoriales y el advenimiento de nuevos regímenes democráticos; y, por otro lado, la fe de la autora no sólo en los cambios del momento presente, sino en el rutilante porvenir que, en el caso de imponerse definitivamente éstos, le esperaba a su patria y, en general, a todas las naciones hermanas de habla hispana.
Junto a los temas del amor a la patria y la fe en el progreso moral y material de su nación, en la poesía de Salomé Ureña de Henríquez aparecen también constantes referencias a los pequeños aconteceres domésticos, transformados -merced a la exquisita sensibilidad de la autora- en elocuente material poético. Se configura así, en conjunto, una producción lírica de deslumbrante fuerza, claridad y vigor expresivo, que sorprende por su acento animoso y vitalista no sólo en aquellas composiciones centradas en la exaltación de la patria y la historia dominicana contemporánea, sino también en los poemas que, pese a su alcance más íntimo o doméstico, no dejan de llevar dentro ese anhelo de hallar una identidad nacional que contribuya a la definitiva consolidación del pueblo dominicano como una sola patria.

Este afán a la vez ético y artístico quedó patente también en las múltiples y fecundas actividades pedagógicas que llevó a cabo a lo largo de su vida. Discípula del gran escritor y educador puertorriqueño Eugenio María de Hostos, Salomé Ureña de Henríquez desplegó una infatigable labor pedagógica que se manifestó no sólo en su acceso a las cátedras más prestigiosas de la nación dominicana, sino también en sus constantes esfuerzos encaminados a fundar el mayor número posible de centros destinados a la formación superior de las mujeres de la isla antillana. Así, en 1887, asistió a la inauguración del Instituto de Señoritas, cuya fundación había promovido y del que seis años más tarde salieron las seis primeras maestras de República Dominicana.
Sus composiciones poéticas, dispersas en hojas volanderas entre amigos y conocidos, o en páginas de periódicos y revistas de la época, vieron la luz finalmente en un valioso volumen recopilatorio publicado bajo el título de Poesías de Salomé Ureña de Henríquez (1880). Ya bien entrado el siglo XX, el interés que seguían suscitando los versos de la poetisa dominicana aconsejó una edición de su obra lírica en España, publicada bajo el epígrafe genérico de Poesías (1920), libro al que siguieron otras ediciones tan ricas y exhaustivas como Poesías completas(1950), realizada en conmemoración del primer centenario del nacimiento de la autora. Abundan en su obra los poemas memorables: A mi hijo y Padre mío entre los de temática intimista; La gloria del progreso y La fe en el porvenir entre los de tema patriótico, con acentos en alguna ocasión pesimistas, como en Sombras; en la naturaleza y el paisaje natal se centran composiciones como La llegada del invierno, que mereció los elogios del erudito español Marcelino Menéndez Pelayo.
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