viernes, diciembre 23, 2016

Ya son más de las cuatro de la tarde


Ya son más de las cuatro de la tarde, el sol empieza a acrisolar el horizonte con sus rayos que se van atenuando con el paso de las horas vistiendo de colores las nubes que raudas se alejan, huyendo de las sombras.

Por el camino los labriegos regresan de sus conucos, sobre sus hombros cargan el peso amargo de la pobreza. La tierra con esta larga sequia es poco lo que da.

Regresan cansados con sus azadas al hombro, sus machetes en el cinto, con sus sombreros de paja, las camisas sudadas, los pantalones remangados y los pies descalzos.
Julio es un mes árido donde el calor que se eterniza más allá de las noches parece quemarlo todo, hasta los sueños.

Ya hace un rato que el tío Juan de la Rosa y el tío Alberto regresaron de más allá de las lejanas praderas del rocío, se alejaron tanto hacia el oeste buscando pastos que cruzaron las claras aguas de la cañada de Guajimía y llegaron a Manoguayabo, en donde el ganado comió hasta hartarse y después abrevó en las aguas del rio Haina.

Son más de las siete de la noche imagino que ya el abuelo Ismael llegó a su casa, en el km7 de la carretera Sánchez, llevó a Julia donde pasa la noche, se dio un baño, cenó y luego como todas las noches se sentó bajo los limoncillos florecidos de sobras y estrellas, junto a Mimina, su esposa a ver como se alejan por la carretera Sánchez los pocos carros que pasan rumbo a Haina o San Cristóbal.

En la esperilla, los hombres después de darse un baño y comer algo se van juntando poco a poco en la pulpería de Andrés Longo a tomarse un trago, escuchar canciones en la vellonera y contarse viejas historias repetidas y carcomidas por el tiempo en donde olvidan lo amargo de sus vidas.

Es extraño pero Manuel hoy no ha dado señales de vida no se por donde andará mi solitario amigo.

Hace un rato la tía Eufemia que venía de Manganagua, pasó por casa a saludar a mamá y siguió su camino hacia Borronoso, en donde vive con su familia.
Nosotros como es costumbre nos juntamos en el rancho de la abuela Mamá Tita, en el encontramos a Ninito que hace un rato llegó de el palmar y mientras los adultos conversan en la enramada, nosotros correteamos por el patio, hacemos piruetas, danzamos y nos hacemos dueños de la noche y construimos con la inocencia los sueños que nos permitirán sobrevivir a la vorágine del hambre.


Domingo Acevedo.


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