domingo, noviembre 16, 2025

“Papillón”




El 16 de noviembre de 1906, en Saint Étienne de Lugdarès, Francia, nacía uno de los personajes más fascinantes del siglo XX, que se hizo famoso por resonantes fugas de los penales más aislados y seguros, ese día llegaba al mundo Henri Charrière, más conocido como “Papillón” (Mariposa).

Pese a ser hijo de renombrados profesores y crecer en hogar rodeado de amor y sin privaciones, luego de 2 años de servicio en la armada francesa, Henri comenzó a frecuentar la periferia parisina donde abundaban las prostitutas, traficantes, ampones y mafiosos.

En octubre de 1931 se ve involucrado en un confuso episodio donde resulta muerto un proxeneta, Henri es acusado formalmente y pese a pregonar su inocencia fue condenado a cadena perpetua. En 1933 es trasladado al centro penitenciario de la Isla Real, perteneciente al Archipiélago “Islas de la Salvación” en la Guyana Francesa, ese mismo año y con llamativa facilidad escapó junto a los hermanos Maturette.

Luego de navegar por las costas de Trinidad y Tobago, al llegar a Colombia, en la playa de Riohacha una tormenta los obliga a amarrar y son interceptados por la policía local, sin embargo, mientras los Maturette eran recapturados, Charriére logra escabullirse.

Instalado en Guajira inicia una nueva vida, viviendo en una comunidad poligámica se casa con dos mujeres y tiene varios hijos, pero en un aislado viaje a Santa Marta fue recapturado y trasladado nuevamente a las Islas de la Salvación.

Luego de fingir demencia, cometer un asesinato en legítima defensa y varios intentos de fuga de la Isla Real y la Isla Saint Joseph, las autoridades deciden trasladarlo a la tercera isla del archipiélago, la Isla del Diablo.

La característica principal de la isla es que el 80% de sus reclusos morían allí y al poseer un cementerio propio se decía que ni muerto se salía de la Isla.

Esto no fue impedimento para que Charriére estudiara las mareas, el oleaje y los movimientos de los guardias, llegó a la conclusión que la mejor opción era fugarse sobre una bolsa repleta de cocos, para ello arrojó varias bolsas con un peso extra similar al suyo y quedó conforme con las posibilidades de éxito.

En 1941 con otro recluso llamado Sylvain logran fugarse de la Isla del Diablo, luego de 4 días a la deriva, al llegar a la costa, su compañero se apura en bajar y muere ahogado al no poder librarse de arenas movedizas. Charriére es ayudado por una comunidad costera y el hermano de un prisionero conocido. Pese a ser localizado y detenido se decide concederle la libertad en octubre de 1945, allí comienza una nueva vida, o como él decía “mi verdadera vida”.

Para taparse el número de presidario de la isla del Diablo se hace un gran tatuaje de una mariposa, a partir de allí comenzó a ser conocido como “Papillón”, se radicó en Venezuela donde fundó varios clubes y restaurantes que aún están funcionando.

Escribió una novela autobiográfica sobre su historia, aunque con la fuga de la Isla del Diablo como eje, fue un éxito editorial que en 1973 fue llevada al cine por Franklin Schaffner quien puso a Steve McQueen en el papel de Charriére. Convertido en una celebridad, rápidamente el mundo se olvidó que se trataba de un criminal y pasó a ser tratado como un aventurero, el presidente francés Georges Pompidou le concede un permiso especial para volver a su país y reencontrarse con su familia luego de 40 años. En el ocaso de su vida escribió “Barco”, la secuela de “Papillón”, pero un cáncer de garganta truncó su vida estando en Madrid el 29 de julio de 1973.

Efemérides Históricas


Llega navidad

 

La ciudad resplandece
Luces y colores
Domingo Acevedo.
Nov/2025



Un encuentro irrepetible: Albert Einstein y Marie Curie




En el verano de 1913, los Alpes fueron testigos de un encuentro irrepetible: Albert Einstein y Marie Curie caminando juntos, mochila al hombro, como dos viajeros más perdidos entre montañas que parecían eternas.

Einstein había viajado a Samedan, en la Alta Engadina, donde Curie pasaba unos días con sus hijas, Irène y Ève, acompañadas de una institutriz. Desde allí iniciaron una caminata alpina siguiendo senderos luminosos entre lagos largos y silenciosos, bordeados por pueblos que parecían colgar del cielo.
Los jóvenes avanzaban primero, riendo, saltando sobre la grava suelta, ajenos al hecho de que dos de las mentes más brillantes de la humanidad caminaban justo detrás de ellos.
Einstein y Curie avanzaban más lento, conversando a su propio ritmo.
Ella, atrapada por las preguntas nuevas que abría la teoría cuántica.
Él, obsesionado con ese universo elástico que estaba construyendo en su cabeza, donde el tiempo se doblaba y la gravedad dejaba de ser un misterio para convertirse en geometría.
Hablaban en un idioma híbrido, a medio camino entre el francés que Einstein nunca dominó y el alemán que Curie no disfrutaba. Pero se entendían. Como si la ciencia, en ellos, fuera una lengua materna.
Entonces ocurrió ese pequeño momento humano que ninguna biografía académica cuenta.
Mientras avanzaban entre rocas y grietas, Einstein se detuvo de golpe, tomó suavemente del brazo a Marie y le dijo, con la urgencia de un niño curioso:
—Mira, necesito saber exactamente qué le sucede a una persona atrapada en un ascensor cuando cae al vacío…
Las jóvenes adelantadas estallaron en carcajadas.
Creyeron que Einstein estaba preocupado por un accidente absurdo, sin imaginar que ese ascensor imaginario sería la semilla de uno de los pensamientos más profundos de la física moderna: el principio de equivalencia, el corazón de la relatividad general.
Curie sonrió. Porque entendía mejor que nadie que el mundo cambia gracias a las preguntas que parecen insignificantes.
Y así siguieron caminando, dos gigantes entre montañas gigantes, conversando como viejos amigos que se permiten pensar el mundo desde cero.
Un día perdido en los Alpes.
Un instante suspendido en la historia.
Y el recordatorio de que la genialidad, muchas veces, empieza con una pregunta caminada.

Vincent van Gogh

 



Cuando Vincent van Gogh murió en 1890, con solo 37 años, dejó atrás una vida de fracasos, una habitación vacía y lienzos que nadie quería comprar.

Seis meses después murió también su hermano Theo, el único que siempre había creído en él.
Todo parecía terminado.
Solo quedaban un niño, cientos de cartas y una montaña de cuadros sin vender.
La encargada de recoger esa herencia fue Jo van Gogh-Bonger, la joven viuda de Theo.
Tenía 28 años, un luto reciente y un hijo pequeño que criar.
Nadie le pidió que se ocupara de esas pinturas. Nadie pensaba que valieran algo.
Pero ella entendió que, detrás de esas pinceladas desesperadas, había un genio que el mundo aún no había querido escuchar.
Jo comenzó desde el principio: las cartas entre los dos hermanos.
Lo tradujo, lo ordenó, lo hizo publicar.
Dentro esas páginas estaba el alma de Vincent: su visión, su sufrimiento, su poesía.
Aquellas cartas lo cambiaron todo: Hicieron entender que detrás del "pintor loco" había un hombre que amaba, pensaba, buscaba.
Luego vinieron los cuadros.
Jo organizó exposiciones, escribió a críticos, a galeristas, a museos.
Se negó a malvender las obras, incluso cuando las necesitaba.
Eligió cuidadosamente qué vender y a quién, qué guardar y dónde exhibirlo.
Fue ella quien gestionó la primera gran exposición en Berlín, luego en París, luego en Holanda.
Cuadro tras cuadro, reseña tras reseña, construyó la reputación de Van Gogh tal como la conocemos hoy.
No fue un trabajo romántico. Fue una estrategia: constancia, visión, paciencia.
Cada vez que alguien la acusaba de exagerar el valor de su cuñado, ella respondía con hechos, no con palabras.
Cuando murió en 1925, Van Gogh ya era reconocido como uno de los más grandes artistas del siglo.
El Museo Van Gogh de Ámsterdam, nacido gracias a la colección familiar, le debe su existencia sobre todo a ella.
Jo van Gogh-Bonger no pintó nada.
Pero lo inventó Vincent, en el sentido más profundo del término: transformó a un hombre olvidado en un símbolo universal de arte y humanidad.
Sin ella, tal vez Van Gogh habría permanecido como un nombre de mercadillo.
Con ella, se volvió inmortal.

El pigmento que inventaron los mayas





Un color único que en la actualidad sigue sorprendiendo por su resistencia y tono muy especial. Se le conoce como "Azul Maya", pigmento 100 % natural y con mayor fijación en el mundo. Los murales de Chichén Itza son la prueba de ello. Este Azul maya proviene de una mezcla de elementos naturales, primero, la planta índigo, muy común en la zona sur de México, es la que da el color azul añil. Sin embargo, el tinte que salía de la flor se desvanecía rápidamente con el sol y los elementos naturales, por lo que para hacerlo resistente se utilizaba una arcilla blanca conocida como #atapulgita, paligorskita o copal (y saponita, arcillas que solamente se encuentran en la península de Yucatán y Guatemala), la cual se mezclaba con el pigmento vegetal para hacerlo más duradero.
Este azul tuvo gran impresión en la época de la conquista en Europa, pues para tener un azul de este tipo recurrián a la piedra precisosa Lapilazuli, muy costosa y que sólo podían usar los pintores como Miguel Ángel.
Así de la Nueva España se comenzó a exportar el pigmento azul maya hacía toda Europa.

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