jueves, octubre 02, 2025

Ella es Victoria Soto



El 14 de diciembre de 2012, durante el tiroteo en la Escuela Primaria Sandy Hook, le mostró al mundo lo que significa la verdadera valentía. Al oír disparos, Victoria escondió a sus alumnos de primer grado en armarios, negándose a dejar que el miedo los afectara.
Cuando el tirador entró en su aula, le dijo que los niños estaban en el gimnasio. Él le disparó en el acto y siguió adelante. Gracias a su valentía, todos sus pequeños alumnos sobrevivieron.
La maestra Victoria dio su vida protegiendo a toda su clase y merece ser recordada para siempre por su sacrificio.

Tomado de la red.

El disco combina arte, ciencia y espiritualidad.




 En 1999, en un bosque cercano a Nebra, Alemania, dos buscadores ilegales de tesoros encontraron algo que cambiaría la arqueología europea: un disco de bronce de 32 centímetros de diámetro, decorado con láminas de oro. Lo que no sabían es que habían desenterrado uno de los testimonios más antiguos de la fascinación humana por el cielo.

El objeto pasó por las sombras del mercado negro hasta que, en 2002, la policía lo recuperó y arrestó a los saqueadores. Desde entonces, el llamado Disco de Nebra ha fascinado a historiadores y astrónomos por igual.
Los análisis lo datan en torno al 1600 a. C., en plena Edad del Bronce. Fue enterrado junto a armas y adornos, probablemente como parte de un ritual. Sus símbolos dorados representan al Sol, la Luna y un cúmulo de estrellas que muchos identifican como las Pléyades. Si esta lectura es correcta, no estamos ante un simple adorno, sino ante la representación astronómica más antigua conocida en Europa.
El disco combina arte, ciencia y espiritualidad. No proviene de un pueblo que escribiera su historia en libros, sino de uno que la grabó en metal y oro, mirando al firmamento. Tras sobrevivir más de tres milenios bajo tierra y un tortuoso paso por manos ilegales, hoy nos sigue recordando algo esencial: desde siempre, el ser humano ha buscado respuestas en el cielo.

Otto estaba destinado a mejor vida o a mejor muerte. Era muy joven cuando lo asesinaron en 1970, 25 años.

 



Memorial a Otto Morales Efres (1945-1970)

Manuel Matos Moquete

La borrasca de los 12 años de Balaguer sacó de nuestra órbita a edad temprana a seres entrañables.
Hay un nombre que juguetea con mi memoria de hombre viejo repleta de tiempos azarosos : Otto Morales, un amigo, un hermano, un compañero.
La última vez que lo vi fue en julio de 1967. Me dijo esa vez :
―Te esperamos, hermano, en unos días, hazte de cuenta que vas a una reunión del Sindicato Unido de La Romana.
Yo partía hacia Cuba a la Conferencia de la Organización Latinoamericana de Solidaridad- OLAS- en representación del Movimiento Popular Dominicano- MPD-.
Otto fue a despedirme en la casa de la madre de Margarita Cordero en calle Las Damas, Santo Domingo.
Ambos formábamos parte de la dirección del MPD, al igual que Henri Segarra y otros dirigentes emergentes desde la Guerra de Abril de 1965.
Entonces se produjo un relevo de la dirigencia como consecuencia de la sustitución por envejecimiento y otros motivos de parte de los fundadores encabezados por Máximo Lope Molina; también producto de la derrota del grupo de exdirigentes del 14 de Junio que ingresó al MPD, lidereado por Pín Montás.
En el MPD Otto era el más joven de ese grupo. Nació en 1945. Henri y yo nacimos en 1944, El Moreno, 1943.
Bajo el liderazgo de Cayetano Rodríguez del Prado y El Moreno éramos del equipo dirigencial del MPD junto a los emblemáticos compañeros Jorge Puello Soriano,(El Men), Onelio Espaillat, Lorenzo Vargas, Monchín Pinedo, René Sánchez Córdoba, entre otros experimentados y valiosos dirigentes, cuadros y militantes de la vieja guardia de la organización.
No regresé de Cuba como estaba previsto sino años después enrolado en el proyecto de Caamaño. Es historia conocida que cuento en mi obra Camaño La última esperanza armada.
El hecho es que no volví a ver a Otto ni a Henri ni a El Moreno.
Supe de ellos por las noticias que nos llegaban por los cubanos y mediante un servicio de noticias que Caamaño organizó bajo la responsabilidad de Claudio Caamaño y Hamlet Hermann, que consistía en la recepción de algunas emisoras dominicanas , entre ellas Radio Comercial y Radio Cristal.
Así nos enteramos de la horrenda muerte de Otto y de todos esos jóvenes .
Me niego a narrar los detalles del asesinato de Otto, de todos conocidos.
No acepto ni las circunstancias ni las causas de su muerte .
Prefiero recordarlo como la última vez que lo vi y como lo veía en aquellos años de militancias juntos.
Mi alma quedó enamorada por siempre de su sonrisa y soberbia presencia. De su esbeltez física y moral.
Del Otto joven y dueño de una personalidad muy definida y firme, en la que se combinaban en grados elevados inteligencia, arrojo y constancia.
No, Otto no debió morir a esa edad. No debió morir así tan cruelmente ni por esa causa desesperada.
Otto estaba destinado a mejor vida o a mejor muerte. Era muy joven cuando lo asesinaron en 1970, 25 años.
No sé cuándo lo conocí, tal vez en la Guerra de Abril de 1965. Debí conocerlo ahí,en el comando Argentina del MPD en el que ambos estábamos.
También en el barrio San Antón donde ambos residíamos en la misma época. Ninguno era de la capital. Él era nativo de Santiago y yo de Tamayo.
Otto estudió en la escuela Argentina y yo en el liceo nocturno Eugenio María de Hostos en el mismo plantel en las ruinas de San Francisco.
Éramos contemporáneos y frecuentábamos los mismos espacios y afanes de lucha. Sin embargo, las primeras noticias suyas me las dio mi hermano.
Plinio me hablaba de Otto antes de las gloriosas gestas y aun me habla con pasión y respeto de esos hombres, entre ellos Otto, que protagonizaron la heroica lucha callejera antitrujillista.
En Santo Domingo, en los días posteriores al 30 de mayo de 1961 en la efervescencia de la lucha antitrujillista una multitud se dedicaba a cazar a los “paleros de Balá”, una banda paramilitar de trujillistas que azotaba los barrios de la capital.
Entre los cazadores de los esbirros y sicarios de la dictadura se destacaron Eliseo Andújar (Barahona), Rafaelito Bueno, oriundo de Tamayo, Otto Morales y mi hermano Plinio.
Ese es un capítulo que requiere mayor atención en nuestra historia.
Fue una batalla campal con piedras , palos, tubos, en la cual se jugó por momentos la suerte de la naciente libertad del pueblo dominicano y en la que Otto estuvo en primera línea.
Aún era un adolescente,16 años, cuando en 1961 descolló en la lucha antitrujillista y fue deportado a México en 1962 a los 17 años.

En la Corea de 1962 nació un niño que parecía desafiar las leyes del tiempo

 



En la Corea de 1962 nació un niño que parecía desafiar las leyes del tiempo. Su nombre era Kim Ung-yong, y muy pronto el mundo lo llamaría prodigio.

Antes de aprender a escribir su propio nombre, ya leía con fluidez coreano, japonés, alemán e inglés. A los tres años resolvía problemas matemáticos como quien arma un rompecabezas, y a los cinco fue invitado a la televisión japonesa, donde dejó al público atónito resolviendo ecuaciones diferenciales en vivo.
Mientras otros niños aprendían a contar con los dedos, Kim asistía a cursos de física en la Universidad de Hanyang. Su capacidad era tan deslumbrante que a los doce años obtuvo un doctorado en Estados Unidos y fue contratado por la NASA como investigador. Su coeficiente intelectual, estimado en 210, lo situaba muy por encima de cualquier parámetro conocido.
Pero detrás de los titulares, había un niño.
Un niño que creció rodeado de libros y fórmulas, pero con la soledad como compañera silenciosa. No fue marginado, ni burlado: simplemente vivió a un ritmo tan distinto, que nadie podía seguirlo.
Regresó a Corea en 1978 y eligió otro camino: se graduó como ingeniero civil y se dedicó a la enseñanza, buscando un equilibrio entre la mente brillante y la vida común.
La historia de Kim Ung-yong no es solo la de un genio precoz, sino también una advertencia: el intelecto puede romper barreras, pero el corazón humano necesita compañía, juego y ternura.
Porque incluso los más sabios descubren, tarde o temprano, que la verdadera grandeza no está solo en los números, sino en la forma en que elegimos vivirlos.

Slavoljub “Slava” Ković: la rebeldía de un joven partisano



En 1944, las SS fotografiaron a un muchacho serbio de mirada firme, segundos antes de llevarlo al paredón. Tenía apenas veinte años y un nombre que pocos recuerdan hoy: Slavoljub “Slava” Ković.
Nació en 1924, en Bogatić, Serbia, en el seno de una familia humilde. Su infancia estuvo marcada por la adversidad: perdió a su padre cuando solo tenía tres años y comenzó la escuela con retraso debido a la desnutrición. Intentó aprender el oficio de sastre, pero la guerra lo interrumpió todo.
Cuando los nazis ocuparon su tierra, Slava se unió al movimiento partisano. No tardó en ser capturado cerca de Šabac y llevado a un campo de concentración. Allí empezó el suplicio: lo torturaron con saña, intentando arrancarle los nombres de sus compañeros de resistencia. Él no habló.
Los verdugos, frustrados por su silencio, decidieron marcarlo como enemigo eterno. Con un cuchillo le tallaron en la frente una estrella comunista. Era el sello de su rebeldía, el símbolo de un joven que se negó a doblegarse.
Después lo ejecutaron. No vería la derrota de sus enemigos, ni la liberación de su pueblo.
Pero esa fotografía, tomada por quienes buscaban humillarlo, terminó revelando lo contrario: un joven de origen humilde que, a pesar de la tortura, nunca entregó a los suyos. Su vida fue breve, pero su resistencia dejó una huella imborrable.
Slavoljub Ković murió sin rendirse.
Y en ese gesto silencioso de dignidad, se convirtió en memoria y en historia.

En la cosmovisión maorí, la cabeza es tapu, un lugar sagrado donde reside la identidad y el linaje de una persona.

 



Los Mokomokai: rostros sagrados convertidos en mercancía

En la cosmovisión maorí, la cabeza es tapu, un lugar sagrado donde reside la identidad y el linaje de una persona. Por eso, los moko, los tatuajes que recorrían el rostro, eran mucho más que ornamento: eran genealogía escrita en la piel, un mapa de pertenencia y honor.
Algunos de esos rostros fueron preservados mediante un ritual complejo. Se extraían cerebro y ojos, se sellaba el cráneo con lino y goma, se cocía al vapor, se ahumaba y finalmente se secaba al sol. Para conservarlos, se trataban con aceite de tiburón. Así nacían los Mokomokai, cabezas tatuadas que mantenían viva la memoria de los ancestros.
Pero la llegada de europeos alteró este sentido profundo. Durante los siglos XVIII y XIX, muchos mokomokai fueron arrebatados, vendidos o incluso fabricados para el comercio: personas tatuadas y ejecutadas con el único fin de saciar la demanda de coleccionistas y museos que los consideraban simples curiosidades exóticas. Lo que para los maoríes era sagrado, para otros se convirtió en mercancía.
Hoy en día, los Mokomokai nos interpelan no solo como objetos históricos, sino como restos humanos de personas reales. Recordar su historia es también reconocer la herida de un pueblo que vio a sus ancestros convertidos en piezas de vitrina. Por eso, los esfuerzos actuales de repatriación a Aotearoa (Nueva Zelanda) no son un gesto arqueológico, sino un acto de justicia y dignidad.
Un recordatorio de que detrás de cada tatuaje hay un rostro, y detrás de cada rostro, una vida.

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