Las personas honestas y serias ahora, además de los delincuentes que azotan todas las regiones del país, también tendremos que cuidarnos de los policías y militares que han mandado a las calles con el supuesto propósito de combatir la delincuencias, ya que estos en vez de mantener a rayas a los delincuentes, lo que hacen es hacerle la vida imposible a las personas que se dirigen a sus trabajos con los odiosos retenes que son usados para macutear, maltratar, reprimir y hasta asesinar a los civiles ya que quienes dirigen estos operativos no tienen la más mínima formación humana para respetar los derechos de las personas y se creen que el arma y el uniforme que poseen le dan el poder de pisotear y humillar a los que por desgracia debemos salir a las calles a ganarnos la vida o hacer alguna diligencia como es llevar los niños al colegio, ir al supermercado,visitar algún amigo etc.
Lo primero es que nos violan el derecho constitucional al libre tránsito y violan también el código penal que establece que ninguna personas puede ser detenida por simple sospecha, pero te detienen sin ninguna razón y sin ningún tipo de cortesía.
Lo primero que te preguntan es si tu eres militar, parecería que los militares tienen luz roja para delinquir, ya que si eres militar te dejan ir sin requisarte, lo otro es que las personas no tiene el derecho a preguntar porque son detenidas, ya que eso los ofende de tal manera que se atreven a maltratarte físicamente.
Estamos jodidos no tenemos quien nos defienda, ya que estos militares y policías son los garantes del sistema de corrupción e impunidad que impera en la República Dominicana.
Esta estrategia ha fallado en más de una ocasión y es que el problema de la delincuencia hay que atacarlo por sus orígenes, por las causas que la origina, la corrupción estatal, la impunidad, la marginalidad, la pobreza, la falta de empleos y oportunidades entre otras cosas y no de manera superficial, primero hay que acabar con la delincuencia arriba y luego con la de abajo.
Cunde el pánico: en tres ocasiones el pasado sábado, en lugares muy distintos, conocidos y desconocidos me hablaron solamente de su miedo a andar por las calles, de atracos, de la obligación de vivir recluidos, de la angustia cuando salen los hijos de noche: “atracan en el parqueo de tal famoso gimnasio de Naco”; “ya no se puede dejar los carros en los grandes centros comerciales porque te acechan”; “vayan de preferencia a tal lugar pues está mejor vigilado que tal otro; “salir de un banco es un peligro”. Una real paranoia parece haberse adueñado de todos los que hasta hace poco gozaban de una vida privilegiada en los sectores residenciales de la ciudad de Santo Domingo.
A la velocidad que vamos pronto un chistoso sacará un Apps para permitirnos circular de manera segura en un país dónde, en lo que va del mes de marzo, mataron a más de cien personas e hirieron a más del doble.
Cunde el pánico y un disgusto generalizado. ¿Qué está pasando a sólo un mes del discurso de autosatisfacción o de rendición de cuentas propagandístico que pronunció el presidente de la República el pasado 27 de febrero?
A mi entender las copas se rebosaron y, de pronto, la gente se cansó de ser considerada como atrasados mentales. Gracias al despliegue contundente de informaciones sobre Odebrecht empezamos a entender los lazos de causalidad entre la indignante delincuencia política que está pillando de manera vergonzosa el país y la puesta en jaque de la salud, la educación y la seguridad de la ciudadanía.
Por lo tanto, no es casual que la RD se quemara estrepitosamente en los índices de felicidad por países publicados por la Red de Soluciones de Desarrollo Sostenible de la ONU (SDSN), que nos otorga el penúltimo lugar por Latinoamérica. Visto que los indicadores tomados en cuenta para medir el nivel de felicidad de los países fueron el sistema político, los recursos, la corrupción, la educación y el sistema de sanitario de cada país, nos hemos quemado porque la falta de lucha contra la corrupción y la mala asignación de los fondos del Estado en beneficio de una sola corporación mafiosa desencadenan una baja de todos los otros indicadores.
Se siente un descalabro en la vida de la gente y en su umbral de aguante. Cuando no hay fe en los políticos, ni en la Policía y la Justicia ocurren dramas como los que vivimos a diario: cualquier pendejo, con arma legal o ilegal, se vuelve un ajusticiador.
Marzo ha visto llover todo tipo de informes y noticias alarmantes: el informe del Banco Central indicando que la tasa de desempleo de las mujeres jóvenes casi duplica la de los hombres, el informe de Plan Internacional sobre los embarazos de adolescentes, las noticias contradictorias sobre Lajun y la basura que nos arropa. Los llamados de la Iglesia sobre la corrupción, las declaraciones de Monseñor Masallés que ve “perdida” la lucha contra la impunidad. Los periódicos todos los días reseñan más y más muertes y atracos, ocho muertos y catorce heridos por violencia en el último fin de semana, más feminicidios, en una espiral indetenible, sin hablar en este ambiente de los patéticos intentos de las autoridades y comisiones por desviar la bomba de tiempo de Odebrecht.
El muy fácil glosar sobre la mejoría del índice de desarrollo humano y el crecimiento de la República Dominicana. Pocos entienden que detrás de estos datos se esconde un crecimiento desigual y antojadizo sin ninguna planificación: un día favorecerán los productores de fresas, otro la remodelación de un sector de la capital en vez de tal otro.
El dinero de nuestro crecimiento en vez de mejorar e impactar de manera sostenible en la vida de la gente necesitada enriquece una banda política que llega al poder sin saco y casi a pie y que se ramifica desde el Palacio Nacional hasta las alcaldías pasando por la Justicia. Este modelo delictivo nos ha empobrecido económicamente y, sobre todo, moralmente porque la corrupción y su hedor corroen de manera dramática a la sociedad en todos sus estamentos.
Como me lo dijo ayer un joven de Villas Agrícolas de 18 años, pasaporte en mano: “Vengo a despedirme, me voy a España donde mi hermana. Me largo de este país. Aquí, para nosotros los pobres lograr algo tenemos que ser peloteros, cantantes o, mejor, políticos”.
A primera vista, el nivel de desarrollo humano en Latinoamérica parece ir en aumento: la región sólo está por detrás de Europa y Asia en el último informe del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), que evaluó el bienestar en 188 países durante 2016. Además, la mayoría de las naciones de la región registraron un Índice de Desarrollo Humano alto y medio, con un sólo país en la categoría de bajo, Haití. Sin embargo, poniéndole la lupa a las cifras se develan dos hechos: no hay ninguna nación latinoamericana entre las mejores 10 (ni siquiera en el top 20 o 30) y la desigualdad sigue poniendo en jaque el avance de la región.
Cada año, el Índice de Desarrollo Humano mide tres dimensiones, sobre las cuales saca un promedio de 0 a 1:
La esperanza de vida al nacer, enfocada a la capacidad de llevar una vida larga y saludable
Los años promedio de escolaridad, que reflejan la posibilidad de adquirir conocimiento
El producto interno bruto per cápita, como un indicador de poder tener un nivel de vida “decente”.
El primer país de Latinoamérica es Chile, que aparece en el puesto 38 del ranking mundial, con un puntaje de 0,84. Junto con Argentina, en la posición 45 y una puntuación de 0,827, son los únicos que en la región alcanzaron un Índice de Desarrollo Humano muy alto. Están seguidos por Uruguay (puesto 54), Panamá (60), Trinidad y Tobago (65), Costa Rica (66), Cuba (68) y Venezuela (71), en la categoría de alto. Los países con los índices más bajos de la región son, además de Haití en el puesto 163, Honduras (130), Guyana (127), Guatemala (125) y Nicaragua (124).
Estas fueron las posiciones de cada país en la región:
A nivel mundial, el primer puesto se lo llevó Noruega con un puntaje de 0,94. Le siguen Australia (0,93), Suiza (0,93), Alemania (0,92), Dinamarca (0,92) y Singapur (0,92), respectivamente.
La amenaza de la desigualdad
El PNUD destacó en su documento que el aparente progreso en Latinoamérica está dejando rezagadas a millones de personas. “Cuando se ajusta por la desigualdad, el Índice de Desarrollo Humano (IDH) de la región se reduce casi un 25% debido a la distribución inequitativa del progreso en desarrollo humano, en particular respecto de los ingresos”, explicó el comunicado de prensa del PNUD sobre Latinoamérica y el Caribe.
En este sentido, el reporte registró que en Latinoamérica hay más mujeres que hombres viviendo en condiciones de pobreza: para 2012 había 117 de ellas por cada 100 hombres, lo que representó un incremento del 8% desde 1997. Pero no sólo eso: la brecha puede seguir ampliándose a futuro.
“Este informe muestra que las vulnerabilidades son acumulativas. Una mujer, rural e indígena a quien no se le reconozca el derecho a la tierra, por ejemplo, enfrentará una combinación de desventajas”, explicó Jessica Faieta, directora Regional del PNUD para América Latina y el Caribe. También añadió que “tenemos que examinar de manera pormenorizada los promedios —incluidos los que parecen indicar que vamos por buen camino— para ver a quién se está dejando atrás y por qué”.
En parte por eso no hay que perder de vista la advertencia hecha por el PNUD en el informe de desarrollo humano regional que publicó en junio del año pasado: entre 25 y 30 millones de personas corren el riesgo de recaer en la pobreza.
“Muchos son jóvenes y mujeres con inserción laboral precaria en los sectores de servicios de la región. Forman parte de un grupo mayor, de 220 millones de personas (38%, casi dos en cada cinco latinoamericanos) que son vulnerables: oficialmente no son pobres pero tampoco lograron ascender a la clase media”, señaló el comunicado de prensa sobre el reporte en su momento.
Todos los países de la región, salvo Haití, registraron más de 10 años de escolaridad, estando Argentina en la cima con 17,3 años. Sin embargo las diferencias en el PIB per cápita sí son más marcadas pues mientras el que menos registra en esta taza son 1.657 dólares, el que más gana llega a los 28.049 dólares.
También preocupa la seguridad
La tasa de homicidios en Latinoamérica es de 21,6 por cada 100.000 personas, como lo indicó el comunicado del PNUD. Una cifra que es 14 veces más alta que la de Asia Oriental y el Pacífico, región que registró el menos número de homicidios. Además, por cada 100.000 personas en América Latina se encarcelan 244, una tasa bastante alta si se tiene en cuenta que Asia Meridional son 48 y en África Subsahariana, 88.
Y las buenas noticias son…
El PNUD reportó que en América Latina y el Caribe se redujo en un 70% la mortalidad de los niños menores de 5 años entre 1990 y 2015. Además, todo el continente fue declarado libre de malaria.
¿Y a nivel mundial?
El informe del PNUD también destacó los avances logrados a nivel mundial en términos de desarrollo humano. Por ejemplo, 1.000 millones de personas salieron de la pobreza extrema entre 1990 y 2015 y la tasa mundial de mortalidad de niños menores de 5 años se redujo en más de la mitad en el mismo periodo: pasó de 91 a 43 por cada 1.000 nacidos vivos. Sin embargo, hay otras cifras que también preocupan.
Una de cada nueve personas en el mundo padece hambre y una de cada tres, malnutrición. Condición que causa el 45% de las muertes entre los niños menores de cinco años. De hecho, 385 millones de niños viven con menos de 1,90 dólares al día. En total son 766 millones de personas que sobreviven con tan poco dinero.
Y la desigualdad también es pronunciada: el 1% de la población mundial posee el 46% de la riqueza. “Las desigualdades de ingresos influyen en las desigualdades en otras dimensiones de bienestar y viceversa, Teniendo en cuenta la desigualdad actual, los grupos excluidos están en una posición débil para iniciar la transformación de las instituciones, carecen de agencia (capacidad para actuar) y de voz y, por lo tanto, tienen poco peso político para influir en la política y la legislación por los medios tradicionales”, indicó el informe.
Además, la cifra de desplazados forzosos llegó a los 65 millones de personas. Una situación que el PNUD describe además del hecho de moverse de lugar como el enfrentamiento a condiciones extremas, entre las que se encuentran la falta de empleo, de ingresos y de acceso a servicios. “A menudo, sufren acoso, animosidad y violencia”, señaló el reporte. Y más de 21,3 millones de personas son refugiados, cifra que según el documento es casi la población completa de Australia.