La mejor descripción de lo que sucedió en la llamada batalla del puente Duarte la tarde del 27 de abril de 1965, no la ofrecen los constitucionalistas ni algunos oficiales leales a San Isidro que insisten en negar los resultados catastróficos para la tropa élite del CEFA, sino John Bartlow Martin, el embajador en misión especial designado por el presidente Johnson para buscar solución a la crisis dominicana, quien en su libro, “El destino dominicano”, dice textualmente: “ el jefe de los agregados militares (norteamericanos) que visitaron a San Isidro en la mañana (se refiere al 28 de abril de 1965) aseguró que cuando llegó a la base aérea militar, encontró a los generales, a más de desorientados, llorando con lágrimas en los ojos, uno de ellos pedía histéricamente que abandonaran la lucha para refugiarse en lugar seguro”.
Si los constitucionalistas hubiesen lanzado una ofensiva sobre la base de San Isidro, al atardecer del martes 27 de abril, luego que las tropas fueron vencidas y los tanques abandonados e incendiados, evidentemente, como se lo confesó un alto militar que estaba en dicha base al comandante Manuel Ramón Montes Arache, décadas después en un Seminario celebrado por la Secretaría de las Fuerzas Armadas, la habrían capturado sin disparar un solo tiro. La llegada de los constitucionalistas ese atardecer hubiese provocado una rendición incondicional de los militares que permanecían allí en medio del caos, desmoralizados y presa del pánico. Nunca se perdonaría Montes Arache, el no haberle hecho caso al soldado italiano Ilio Capocci, entrenador de los valientes “hombres ranas” de la Marina de Guerra Dominicana, quien le insistió en seguir la ofensiva hasta la misma guarida del grupo militar derrotado. Por otro lado, Martin, señala que “probablemente” el ataque y ocupación de la zona norte de la ciudad deshizo las negociaciones de la “fórmula Guzmán” en los días 17, 18,19 y 20 de mayo de 1965. Pero no es sincero cuando omite el dato de que esas tropas pudieron avanzar y desplazarse, gracias al apoyo logístico proporcionado por las tropas interventoras. La autonomía relativa con la cual actuó el general Bruce Palmer, jefe de las tropas interventoras en coordinación con el Pentágono y el asesor conservador del presidente, Thomas Mann, (enemigo patológico de Bosch) merece una análisis detallado en otra ocasión.
El grueso de los constitucionalistas no pudo atravesar el cerco de llamada zona de seguridad, porque se lo impidieron los soldados interventores, lo que facilitó el desabastecimiento de los combatientes que apoyaba el gobierno de Caamaño, ofreciendo aún así, una resistencia desesperada y heroica en defensa de sus ideas y principios democráticos. No habla Martin de la propuesta realizada por los asesores liberales del presidente Johnson, de crear de inmediato una nueva zona de seguridad, que fue incluso diseñada y sometida a aprobación, para impedir que las tropas del CEFA pudiesen aniquilar a las tropas constitucionalistas de la parte alta de la ciudad de Santo Domingo. Esta nueva zona o franja militar norteamericana impediría que las tropas regulares dominicanas pudiesen cumplir su objetivo. Esta propuesta fue conocida por el presidente Johnson en un último esfuerzo por salvar la ’‘fórmula Guzmán’’, pero finalmente fue dejada sobre la mesa, agravándose la situación con la caída del fundador del movimiento constitucionalista, coronel Rafael Tomás Fernández Domínguez, ultimado por la espalda por balas interventoras (lo cual provocó una reacción airada de Johnson, debido al papel que debía desempeñar el héroe dominicano en la solución de la crisis por órdenes de Bosch). Los asesores conservadores del presidente ganaron la partida y en coordinación con la fuerza pentagonista, lograron torcer la voluntad inicial de “sacar la pata” de Santo Domingo (tesis de Muñoz Marín), luego de un virtual acuerdo con Juan Bosch, para que uno de sus seguidores (Antonio Guzmán) terminara el período para el que Bosch fue electo, poniendo en vigencia la “Constitución del 63”.
El presidente Johnson, posteriormente admitió como un grave error su decisión de intervenir militarmente la República Dominicana. El embajador Martin, dice en su obra, que el entonces embajador Bennett: “Ö repitió ante corresponsales de agencias de noticias internacionales la historia de atrocidades cometidas que le habían contado los generales de San Isidro; cuando resultó que no eran ciertas, los corresponsales sospecharon que él les había mentido adredeÖ” Martin dice que también el presidente Johnson repitió algunas de esa historias, iniciándose la “crisis de crédito” de la Administración norteamericana. Martin, al final de su obra, “El destino dominicano’’, confiesa, que a pesar de sus diferencias con Bosch, y a pesar de sus defectos, él no cree que los cívicos y militares estuviesen justificados en 1963, cuando derrocaron a Bosch, y cree que ese Golpe llevó directamente a la guerra civil. ¡A confesión de parte, relevo de prueba!