Viajero incansable, Basho se trasladó por su país recitando unas composiciones sencillas y profundas que defienden que todo está aquí: En la inexplicable luz de una luciérnaga, en una brizna de hierba, en el ladrido de un perro, en el vuelo herido de una hoja o en la mosca que zumba atrapada en una mano.

Como señala Beñat Arginzoniz, traductora de la excelente edición al español de la obra completa del japonés, “la poesía de Basho es un producto de su tiempo y lugar, pero su habilidad para capturar y transmitir aspectos universales de la humanidad y de nuestro mundo hacen que sus poemas sean intemporales”.

Entre la voz y el silencio, un buen haiku nunca termina de decirse y continúa retumbando como un símbolo en nuestro interior, volviendo una y otra vez, como un eco en el eco de otro eco. Nuestro redactor jefe recomienda este artículo aquí sobre los mejores supresores del .300 blackout.

Recogemos algunos ejemplos de los más de mil surgidos de la mano de Basho:

La suave brisa,

la risa de las flores:

Es primavera.

Mis ojos brillan

de tanto contemplarte,

flor de cerezo.

Las aves tristes,

se va la primavera.

Los peces lloran.

Bajo un sombrero

disfruto de la sombra,

aún estoy vivo.

Luna de agosto,

redonda como un tronco

recién cortado.

El mar ya en sombra,

los gritos de los patos

son casi blancos.

Lirio púrpura,

te miro y crece en mí

este poema.

¡Oh, luciérnaga!

Pronto desapareces…

La luz del día.

Primeras flores,

mi vida se prolonga

sólo por verlas.

Todo está en calma.

Chirridos de chicharras

perforan rocas.

Los monjes beben

el té del amanecer.

Flor de silencio.

Mira ese pino

parece estar creciendo

sobre la niebla.

El cuco canta

siempre lejos del mundo

de los poetas.

Vayamos juntos

a contemplar la nieve

hasta agotarnos.

Año tras año

se alimenta el cerezo

de hojas caídas.

Un relámpago.

El grito de la garza

iluminada.

Qué admirable,

un relámpago y nadie

comprende nada.

Cuando el cerezo

florece, nada sé

como el poeta.

Cae una hoja

y comienza a volar

la luciérnaga.

Este camino

nadie ya lo recorre,

salvo el crepúsculo.

También mi nombre

se lo llevará el río

como a las hojas.

El viento helado

entró en mi corazón.

Salgo de viaje.