En la soledad de su habitación, rodeada de diarios y versos desgarradores, una joven escribía con la intensidad de un alma que ardía entre el amor y la tragedia. Su nombre era Teresa Wilms Montt, y su vida fue un torbellino de rebeldía, pasión y sufrimiento.
Nació el 8 de septiembre de 1893 en Viña del Mar, Chile, dentro de una familia aristocrática y conservadora. Desde pequeña, mostró un espíritu indomable: mientras las mujeres de su clase eran educadas para el matrimonio y el recato, Teresa soñaba con la literatura, la libertad y el arte.
Pero su carácter rebelde no tardó en traerle problemas. A los seis años fue enviada a un estricto internado de monjas, donde se convirtió en una lectora voraz. Desde entonces, su vida estaría marcada por el deseo de romper las cadenas impuestas por la sociedad.
A los diecisiete años, en un acto de desafío, se casó con Gustavo Balmaceda, un hombre que no compartía ni sus ideales ni su pasión por la literatura. Su matrimonio fue un infierno de celos y control. Gustavo despreciaba su amor por la escritura y la acusaba de ser una mujer "demasiado moderna".
Su vida conyugal se convirtió en una prisión. Teresa encontró consuelo en el espiritismo y la poesía, escribiendo sobre sus tormentos en diarios y versos. Pero la sociedad no perdonaba a una mujer que quería ser libre.
En 1915, su esposo la acusó de infidelidad con su primo y logró que la encerraran en el Convento de la Preciosa Sangre, un lugar destinado a “reformar” a mujeres “descarriadas”. Separada de sus dos hijas, Teresa cayó en una profunda desesperación.

Pero su espíritu era más fuerte que cualquier celda. Con la ayuda de Vicente Huidobro, un joven poeta que admiraba su talento, escapó del convento y huyó a Buenos Aires.

Lejos de Chile, Teresa se sumergió en el mundo literario y bohemio. En Buenos Aires, Madrid y París, publicó sus primeros libros: "Inquietudes Sentimentales" y "Los Tres Cantos", que hablaban de amor, tristeza y deseo con una intensidad nunca antes vista.

Los intelectuales la admiraban, pero ella no encontraba la paz. En Europa, conoció a personajes como Ruben Darío y Ramón del Valle-Inclán, quienes la consideraban una poeta excepcional. Sin embargo, el dolor por la separación de sus hijas nunca la abandonó.
El 24 de diciembre de 1921, en un hotel de París, Teresa tomó una sobredosis de veronal. Tenía solo 28 años. Su última Navidad fue en soledad, lejos de su tierra y de sus hijas, pero dejando tras de sí un legado de palabras inmortales.
Teresa Wilms Montt fue una adelantada a su tiempo, una poeta que vivió y murió con una intensidad arrolladora. Sus diarios y poemas siguen estremeciendo a quienes los leen, porque en cada palabra dejó un pedazo de su alma.
Hoy, es recordada como una de las voces más apasionadas y trágicas de la literatura latinoamericana, una mujer que se negó a vivir bajo las reglas de otros y pagó el precio por su libertad.