lunes, marzo 18, 2013

LA TIA AURORA.




Cuando empezaba a caer la tarde la tía Aurora
solía sentarse junto a la puerta de su casa que daba la camino real
su mirada anochecida se llenaba del rumor de los pájaros fugaces
y el vuelo de las mariposas que salpicaban el broque de colores
que parecían navegar en un océano espectral de girasoles
espigados contra la bruma del ocaso
su mirada se perdía más allá de los límites transitorios de las tardes
prisionera del tiempo nunca la ví sonreír
su tristeza insular había marcado su vida con la angustia residual
de la impotencia de ver morir irremediablemente la primavera
sin que sus manos pudieran hacer nada por salvar las flores
de la furia de los tractores que a su paso por nuestras tierras
lo arruinaban todo
allí en un rincón de la tarde ella permanecía largo tiempo
con su cachimbo de barro antiguo entre sus labios
fumando
mirando hacia atrás
hacia el olvido
 tratando de encontrar una salida en el tiempo
a lo que ella sabía  inevitable
pero caramba
esta vida de pobre siempre ha sido una falsa
decía
y su tristeza se fue haciendo grande
y con sus manos fabricaba adioses de nostalgia
que guardaba en un rincón de su corazón
de su corazón que a ratos  se cansaba y por momento dejaba de latir
y ella sentía sofocada el alma de una ansiedad de muerte
que ya no le asustaba tanto porque más allá de la vida
otra primavera llenaría sus ojos de  una paz de lunas y flores
perfumadas sin prisa en las noches tibias de las añoranzas
ella ya no temía a la muerte todo lo contrario hacía tiempo
que se había detenido a esperar la llegada de la hora suprema
de dejar siempre este mundo del carajo
sin embargo se entristecía cuando miraba el camino
que llevaba sin prisa al cementerio
a aquel lugar de misterios y sombras
donde algunas flores exhaustas por el tiempo
crecen descuidadas y tristes junto al mármol y las cruces
que marcan severas la ultima morada de os seres humanos
la tía Aurora nació y envejeció con el siglo
y danzó con él la danza amarga del hambre en noches calientes
bajo el asombro suspicaz del arcturus
el siglo la marcó con su trauma de sangre y miseria
incrementando en ella la tristeza celular de los de su raza
y sus huellas de agua  se alejan lentamente
hacia donde la tarde no es más que un espejismo horizontal
de luces y colores donde a pesar del tiempo
ella permanece intacta como un efigie faraónica esculpida en oro viejo
eterna y sencilla como una flor silvestre inadvertida en medio del monte

 Domingo Acevedo.

El Corte de Semana Santa en San Cristobal.





















FELIPE Y PIMPA



Felipe y Pimpa llegaron a la esperilla como de un largo viaje
cuando el camino como un cristal de soles florecidos
se perdía en el horizonte
donde los duendes fabricaban colores
con los que pintan en mis pupilas los crepúsculos de rutina
no recuerdo si era mañana o tarde sólo recuerdo
que llegaron con tantas mariposas en el corazón
que florecían entre sus dedos las estrellas...
todo su equipaje era la nada
todos sus sueños era la tierra
llegaron desamparados sin mas cobija que el cielo
desnudos como el rocío
cargando sobre sus hombros todo el peso de su destino
escapaban de un tiempo tan amargo y antiguo
que doblegaba los sentidos llenando la memoria de cruces
junto al camino que se pierde entre los siglos
por eso  abuela Mamá Tita  al verlo la
tristes y desamparados en su regazo le dio abrigo
y con tablas de palma y yagua
bajo el sol les construyó un tibio bohío

Domingo Acevedo.

El mundo se hunde a tus pies, no lo notas.


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