viernes, noviembre 07, 2025

NIGUA: EL GRITO DE LOS QUE NO TENÍAN VOZ — LA REBELIÓN QUE ENCENDIÓ LA LIBERTAD NEGRA EN AMÉRICA

 



Por: Andrés Julio Rivera Bazil
Cuando se habla de libertad, casi siempre se cita a los grandes próceres, a los generales con espada o a los políticos con pluma.
Pero pocas veces se recuerda a los que no tuvieron nombre, a los que forjaron su independencia con cadenas rotas y piel herida.
Ellos fueron los esclavos de Nigua, los mismos que, cansados de la humillación, del látigo y del miedo, se alzaron contra el sistema que los negaba como seres humanos.
Su rebelión no fue un simple motín: fue un acto de dignidad humana, un grito de justicia que resonó en los cañaverales y cruzó los siglos.
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La chispa del cimarronaje: el primer rugido de libertad en la isla
Antes de Nigua, hubo otros que se atrevieron. En 1521, apenas tres décadas después del Descubrimiento, los esclavos del ingenio de Diego Colón —entre ellos María Olofa y Gonzalo Mandinga— protagonizaron la primera rebelión de esclavos de América.
Aquella sublevación marcó el nacimiento del cimarronaje, una forma de resistencia que se expandió por montes y cañaverales, dando origen a comunidades libres en pleno siglo XVI.
El historiador Carlos Esteban Deive, en su obra Los Guerrilleros Negros: Esclavos y cimarrones en Santo Domingo (1989), recoge las denuncias del arcediano Álvaro de Castro en 1543, quien hablaba de más de 3,000 cimarrones; mientras el viajero italiano Girolamo Benzoni, testigo de mediados del siglo XVI, los calculaba en 7,000.
No eran cifras, eran vidas en fuga, seres humanos que eligieron la libertad sobre el miedo.
De ellos descendió el espíritu que más tarde explotaría en Nigua, casi tres siglos después.
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Boca de Nigua, 1796: la rebelión de los invisibles
A finales del siglo XVIII, el ingenio azucarero de Boca de Nigua, en la actual provincia de San Cristóbal, era un infierno de vapor, hierro y azotes.
Propiedad del Marqués de Aranda y administrado por Juan Bautista de Oyarsábal, aquel ingenio funcionaba como una cárcel abierta donde hombres y mujeres trabajaban día y noche sin alma ni derecho.
Pero desde el otro lado de la isla soplaban vientos nuevos: la Revolución de Saint-Domingue (Haití) encendía la esperanza.
Y en los bohíos, entre los golpes del pilón y los rezos nocturnos, los esclavos de Nigua se organizaron en secreto.
Entre el 26 y el 30 de octubre de 1796, bajo el liderazgo de Francisco Sopo, Pedro Viego, Ana María, Tomás Aguirre, Papapier, Piti Juan y otros valientes, se levantaron.
Quemaron los cañaverales, destruyeron los símbolos del poder, ajusticiaron a los mayorales más crueles y proclamaron su libertad.
No hubo manifiestos escritos.
Su mensaje fue el fuego, su palabra fue la acción, su idioma fue la dignidad.
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El precio de la dignidad
El levantamiento fue sofocado con brutal rapidez.
Los líderes fueron capturados, torturados y ejecutados públicamente en Santo Domingo como “escarmiento ejemplar”.
Las crónicas coloniales registran ahorcamientos de Francisco Sopo, Antonio Carretero, Ana María, Papapier, Cristóbal César, Tomás Aguirre, Pedro Congo y otros.
Pero el miedo no borró su ejemplo.
Su sangre empapó la tierra de Nigua, y allí germinó una semilla que con el tiempo daría fruto en las luchas por la abolición de la esclavitud (1822–1844) y en el surgimiento de una conciencia nacional más justa.
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Memoria viva: Nigua no fue un episodio, fue un espejo
Hoy las ruinas del ingenio Boca de Nigua permanecen en pie como testigos silenciosos de aquel día.
No son simples piedras: son páginas abiertas de nuestra historia afrodominicana.
La UNESCO ha reconocido su valor dentro de los Primeros Ingenios Coloniales Azucareros de América, por su importancia en la memoria universal del trabajo forzado y la resistencia.
Recordar Nigua no es mirar al pasado: es mirarnos a nosotros mismos.
Porque allí se fundó una parte del alma dominicana que no está en los retratos de los próceres, sino en las huellas anónimas de quienes decidieron morir libres.
La historia de Nigua no se cuenta para lamentar, sino para honrar.
Nos enseña que la libertad no siempre nació de tratados ni constituciones, sino de brazos encadenados que se negaron a seguir doblados.
Cada generación tiene su propio Nigua: su momento de decir “basta” ante la injusticia.
Cuando visites las ruinas, no las mires con indiferencia.
Escucha: aún se oye el tambor, aún huele a caña quemada, aún vive la voz de los que quisieron ser libres.
Y esa voz, aunque el tiempo la cubra de polvo, sigue llamando a la conciencia dominicana.
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Fuentes y referencias escritas verificadas
Carlos Esteban Deive. Los Guerrilleros Negros: Esclavos y Cimarrones en Santo Domingo. Editora Taller, Santo Domingo, 1989.
Frank Moya Pons. Manual de Historia Dominicana. UCMM, 2013 (Capítulo sobre la esclavitud y la sociedad colonial).
David Geggus. The Haitian Revolution and Its Impact on the Caribbean. University Press of Florida, 2001.
Fray Cipriano de Utrera. Historia de los Ingenios Coloniales de la Española. Archivo General de Indias.
UNESCO. Expediente técnico del conjunto de ingenios coloniales de Nigua y Diego Caballero (Lista Indicativa, 2005–2021).
Archivo General de la Nación (AGN, Santo Domingo). Sección Colonia, legajos sobre “Rebelión de Nigua, 1796”.
Todas estas fuentes fueron cotejadas con documentos históricos, informes patrimoniales y estudios académicos de probada seriedad.
¿Qué piensas tú de todo esto?
¿Conocías la historia de los esclavos de Nigua y su heroísmo?
¿Crees que en las escuelas dominicanas se le da el lugar que merece esta rebelión?
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Comenta, comparte, enseña.
Cada palabra tuya ayuda a que esta memoria siga viva.
Porque recordar también es un acto de justicia.
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Por: Andrés Julio Rivera Bazil

Batalla de Palo Hincado. España recupera la Hispaniola, de los franceses.



La batalla tuvo lugar en Palo Hincado, el Seibo, el 7 de noviembre de 1808.A pesar de tener objetivos estratégicos diametralmente opuestos, los revolucionarios cibaeños y del sur se unieron a Sánchez Ramírez en un típico movimiento de unidad táctica momentánea contra un enemigo común: Jean Luis Ferrand, general francés de la Revolución y el Imperio.
La pequeña burguesía cibaeña y sureña, ignorando su debilidad congénita de clase social de reciente formación, consideró que integrándose al grupo encabezado por Sánchez Ramírez podría dominar, desde dentro, el movimiento y orientarlo hacia sus objetivos nacionalistas.
Con esta unidad de los revolucionarios cibaeños y del sur y Sánchez Ramírez, en las llanuras de El Seybo se integró un ejército que ascendía a 1,800 hombres: 1,200 infantes y 600 jinetes. Sánchez Ramírez no solamente había recibido ayuda económica del gobernador de Puerto Rico, Toribio Montes, sino que éste también le envió:“un bergantín, una goleta y dos lanchas cañoneras, todos estos buques bien armados para conducir 400 fusiles con sus bayonetas y cananas, 200 sables, las municiones correspondientes y 200 hombres voluntarios”.
Además, por Boca de Yuma también le envió varias piezas de artillería manejadas por tropas españolas y dirigidas por oficiales peninsulares y dos batallones coloniales de Puerto Rico. De esos 1,800 hombres, 600 representaban el aporte de los cibaeños y sureños y 1,200 la contribución de Sánchez Ramírez, Toribio Montes, los hateros y el clero católico. La correlación de fuerzas era evidentemente desfavorable a los revolucionarios nacionalistas del Cibao y del sur. Ferrand, con una calma asombrosa, dejó que se unieran las dos fuerzas y, tras una lenta marcha de días, llegó a las cercanías de la población de El Seybo. La columna francesa estaba compuesta por 820 hombres: 600 de infantería; 200 de caballería; y 20 oficiales y guías.
La lentitud de la macha de Ferrand permitió a Sánchez Ramírez, Ciriaco Ramírez, Húber, Félix, Alvarez, Polanco, Carvajal y a los demás dirigentes militares dominicanos escoger el terreno: la Sabana de Palo Hincado, a unos tres kilómetros al oeste de la población de El Seybo. En dicha llanura, apta para poner en juego con gran amplitud a la caballería dominicana, se dispuso de tiempo para distribuir y ubicar a las tropas, emplazar la artillería (que, a la postre, no llegó a utilizarse), emboscar a los lanceros y ocultar a los 600 jinetes en los flancos.
La trampa estaba tendida.No
es mi intención describir los episodios de la Batalla de Palo Hincado. Sin embargo, considero importante señalar la táctica empleada por los dominicanos (nada nueva, pues ya había sido empleada en 1655 contra los ingleses enviados por Oliverio Cromwell y en 1691 contra los franceses comandados por el Caballero de Cussy en la Sabana Real del Limonal) que consistió, no tanto en los salvajes ataques de la caballería, sino más importante aun, en el uso del arma blanca: del machete criollo y la lanza del vaquero de los hatos cazador de ganado. Fue esa táctica y no la superioridad numérica, la que explica por qué una aguerrida y bien armada columna francesa, integrada por veteranos de los campos de batalla europeos y de la terrible Guerra de Independencia de Haití, quedó totalmente exterminada en apenas 2 horas de combate.
Puesto que toda la noche del 6 de noviembre llovió copiosamente, dice Sánchez Ramírez que:“las armas estaban tan mojadas que era imposible hacer uso de ellas; las municiones que se habían repartido, convertidas en agua porque estaban totalmente podridas y pasadas las que me habían remitido de Puerto Rico”.
Por esa circunstancia, al día siguiente los contendientes solamente pudieron hacer una descarga de fusilería por bando al iniciarse el combate para utilizar de inmediato el machete y la lanza contra las bayonetas francesas. El propio Sánchez Ramírez señala que indicó a sus oficiales que:“(…) sin duda alguna venceríamos en aquel convate (sic)a la arma blanca de machete y lanza; y que, por tanto, para lograrlo era indispensable dejar acercarse a los franceses de manera que a la primera descarga de fusilería cuyo modo debatirnos no convenía continuar por la ventaja que llevaban nuestros contrarios así en el numero de bocas de fuego como en la táctica, se abanzasen (sic) contra ellos a mi primera voz”.
A continuación de estas palabras se inició el combate. La formación francesa quedó desarticulada a la primera carga. Luego, los cuerpos de caballería, con rápidos ataque por los flancos y la retaguardia, aniquilaron a las tropas de Ferrand. De los 620 franceses solamente 13 llegaron con vida a la ciudad de Santo Domingo, y uno de esos sobrevivientes, el oficial Lemonier Delafosse, relató en su citada obra cómo fueron perseguidos y exterminados por las sabanas y montes orientales los 40 franceses que escaparon con vida de Palo Hincado, y la manera en que 23 de sus compañeros cayeron a machetazos en esa huída de pesadilla considerada por el autor como “carrera diabólica”
La Batalla de Palo Hincado fue la primera gran batalla de la reconquista española de la colonia de Santo Domingo (hoy República Dominicana). Se luchó en la misma colonia el 7 de noviembre de 1808, en la sabana de Palo Hincado, cerca de El Seibo. Un ejército de dominicanos comandado por el cotuisano Juan Sánchez Ramírez derrotó a las tropas francesas del general Ferrand. Los dominicanos lucharon por mantener su nacionalidad y por preservar su identidad, ya que con la ocupación francesa que se inicia en 1802, los franceses pretendían hacer desaparecer una nación, la cual se había conformado en un proceso de más de tres siglos, con todos los elementos que componen la nacionalidad como: el origen, la historia, la lengua, la religión y las costumbres. Por esa razón en la Reconquista se reafirma la dominicanidad.
FOTO: MONUMENTO EN HONOR A LA BATALLA DE PALO HINCADO EN EL SEYBO.

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