Cuando se habla de libertad, casi siempre se cita a los grandes próceres, a los generales con espada o a los políticos con pluma.
Pero pocas veces se recuerda a los que no tuvieron nombre, a los que forjaron su independencia con cadenas rotas y piel herida.
Ellos fueron los esclavos de Nigua, los mismos que, cansados de la humillación, del látigo y del miedo, se alzaron contra el sistema que los negaba como seres humanos.
Su rebelión no fue un simple motín: fue un acto de dignidad humana, un grito de justicia que resonó en los cañaverales y cruzó los siglos.
La chispa del cimarronaje: el primer rugido de libertad en la isla
Antes de Nigua, hubo otros que se atrevieron. En 1521, apenas tres décadas después del Descubrimiento, los esclavos del ingenio de Diego Colón —entre ellos María Olofa y Gonzalo Mandinga— protagonizaron la primera rebelión de esclavos de América.
Aquella sublevación marcó el nacimiento del cimarronaje, una forma de resistencia que se expandió por montes y cañaverales, dando origen a comunidades libres en pleno siglo XVI.
El historiador Carlos Esteban Deive, en su obra Los Guerrilleros Negros: Esclavos y cimarrones en Santo Domingo (1989), recoge las denuncias del arcediano Álvaro de Castro en 1543, quien hablaba de más de 3,000 cimarrones; mientras el viajero italiano Girolamo Benzoni, testigo de mediados del siglo XVI, los calculaba en 7,000.
No eran cifras, eran vidas en fuga, seres humanos que eligieron la libertad sobre el miedo.
De ellos descendió el espíritu que más tarde explotaría en Nigua, casi tres siglos después.
Boca de Nigua, 1796: la rebelión de los invisibles
A finales del siglo XVIII, el ingenio azucarero de Boca de Nigua, en la actual provincia de San Cristóbal, era un infierno de vapor, hierro y azotes.
Propiedad del Marqués de Aranda y administrado por Juan Bautista de Oyarsábal, aquel ingenio funcionaba como una cárcel abierta donde hombres y mujeres trabajaban día y noche sin alma ni derecho.
Pero desde el otro lado de la isla soplaban vientos nuevos: la Revolución de Saint-Domingue (Haití) encendía la esperanza.
Y en los bohíos, entre los golpes del pilón y los rezos nocturnos, los esclavos de Nigua se organizaron en secreto.
Entre el 26 y el 30 de octubre de 1796, bajo el liderazgo de Francisco Sopo, Pedro Viego, Ana María, Tomás Aguirre, Papapier, Piti Juan y otros valientes, se levantaron.
Quemaron los cañaverales, destruyeron los símbolos del poder, ajusticiaron a los mayorales más crueles y proclamaron su libertad.
No hubo manifiestos escritos.
Su mensaje fue el fuego, su palabra fue la acción, su idioma fue la dignidad.
El precio de la dignidad
El levantamiento fue sofocado con brutal rapidez.
Los líderes fueron capturados, torturados y ejecutados públicamente en Santo Domingo como “escarmiento ejemplar”.
Las crónicas coloniales registran ahorcamientos de Francisco Sopo, Antonio Carretero, Ana María, Papapier, Cristóbal César, Tomás Aguirre, Pedro Congo y otros.
Pero el miedo no borró su ejemplo.
Su sangre empapó la tierra de Nigua, y allí germinó una semilla que con el tiempo daría fruto en las luchas por la abolición de la esclavitud (1822–1844) y en el surgimiento de una conciencia nacional más justa.
Memoria viva: Nigua no fue un episodio, fue un espejo
Hoy las ruinas del ingenio Boca de Nigua permanecen en pie como testigos silenciosos de aquel día.
No son simples piedras: son páginas abiertas de nuestra historia afrodominicana.
La UNESCO ha reconocido su valor dentro de los Primeros Ingenios Coloniales Azucareros de América, por su importancia en la memoria universal del trabajo forzado y la resistencia.
Recordar Nigua no es mirar al pasado: es mirarnos a nosotros mismos.
Porque allí se fundó una parte del alma dominicana que no está en los retratos de los próceres, sino en las huellas anónimas de quienes decidieron morir libres.
La historia de Nigua no se cuenta para lamentar, sino para honrar.
Nos enseña que la libertad no siempre nació de tratados ni constituciones, sino de brazos encadenados que se negaron a seguir doblados.
Cada generación tiene su propio Nigua: su momento de decir “basta” ante la injusticia.
Cuando visites las ruinas, no las mires con indiferencia.
Escucha: aún se oye el tambor, aún huele a caña quemada, aún vive la voz de los que quisieron ser libres.
Y esa voz, aunque el tiempo la cubra de polvo, sigue llamando a la conciencia dominicana.
Fuentes y referencias escritas verificadas
Carlos Esteban Deive. Los Guerrilleros Negros: Esclavos y Cimarrones en Santo Domingo. Editora Taller, Santo Domingo, 1989.
Frank Moya Pons. Manual de Historia Dominicana. UCMM, 2013 (Capítulo sobre la esclavitud y la sociedad colonial).
David Geggus. The Haitian Revolution and Its Impact on the Caribbean. University Press of Florida, 2001.
Fray Cipriano de Utrera. Historia de los Ingenios Coloniales de la Española. Archivo General de Indias.
UNESCO. Expediente técnico del conjunto de ingenios coloniales de Nigua y Diego Caballero (Lista Indicativa, 2005–2021).
Archivo General de la Nación (AGN, Santo Domingo). Sección Colonia, legajos sobre “Rebelión de Nigua, 1796”.
Todas estas fuentes fueron cotejadas con documentos históricos, informes patrimoniales y estudios académicos de probada seriedad.
¿Qué piensas tú de todo esto?
¿Conocías la historia de los esclavos de Nigua y su heroísmo?
¿Crees que en las escuelas dominicanas se le da el lugar que merece esta rebelión?
Comenta, comparte, enseña.
Cada palabra tuya ayuda a que esta memoria siga viva.
Porque recordar también es un acto de justicia.
Por: Andrés Julio Rivera Bazil
