Franklin Mieses Burgos nació en Santo Domingo el 4 de diciembre de 1907 y murió en esta misma ciudad el 11 de diciembre de 1976.
Fue uno de los primeros en integrar el movimiento literario denominado Poesía Sorprendida que según explicaba nuestro postumista Domingo Moreno Jimenes, su origen se produjo gracias a su iniciativa (la de Moreno Jimenes) en contubernio con el poeta chileno Alberto Baeza Flores y el dominicano Mariano Lebrón Saviñón , luego estos dos últimos se reunieron con Franklin Mieses Burgos, Freddy Gatón Arce y el poeta y pintor español Eugenio Fernández Granell y, bajo el lema de «Poesía con el hombre universal», dejaron formalmente constituido el grupo.
Los más relevantes integrantes de este movimiento que acabó liderando Mieses Burgos fueron Rafael Américo Henríquez, Manuel Llanes, Manuel Valerio, Freddy Gatón Arce, Manuel Rueda, Mariano Lebrón Saviñón, Antonio Fernández Spencer , José Glass Mejía y la única mujer fue Aida Cartagena Portalatín, cuyo período de acción se enmarcó entre los años 1943 al 1947.
Considerado por muchos como el mejor exponente de la poesía lírica dominicana por sus poemas cabalmente elaborados que incluyen formulaciones populares extremadamente musicales (como es el caso de su poema-merengue Por dentro de una noche) , poseedores de una lírica que se ajusta fácilmente tanto a los cánones de la poética medida como a la versificación libre, salpicada ambas de las más hermosas metáforas y plenos de unos matices sensuales de corte surrealista, donde se descubre su maestría en el manejo de temas de carácter social, político o filosófico.
Son muchísimos los escritores, críticos, poetas y estudiosos de nuestra literatura que consideran a Franklin Mieses Burgos un poeta entero, de hondos temblores y sublimes emociones, entre ellos Mariano Lebrón Saviñón, Federico Henríquez Gratereaux, José Mármol, Nitín Troncoso, León David y quien suscribe este artículo; aunque otros notables intelectuales, como Máximo Vega, consideran que “se exagera cuando se intenta asumir a Mieses Burgos como el mejor poeta dominicano del siglo XX. La crítica dominicana se enfrenta a una imposibilidad, a una guerra perdida de antemano, como todas sus guerras”.
Indiscutiblemente que en la poesía de Franklin Mieses Burgos resalta una estética plena de aspectos espirituales y sensoriales. La imagen táctil, olorosa, dotada de ciertas tersuras y alusiones musicales, sonoras y visuales que lo convierten en el poeta de los sentidos, cuya versatilidad transitaba desde el más sutil de los sonetos hasta el más cadencioso verso libre.
Otros autores como la poeta Rosa Silverio, pondera de nuestro protagonista que “Si se analiza toda su producción poética, se verá cómo es capaz de construir un poema a través de la versificación libre, o como es capaz de hacer lo mismo sometiéndose a la versificación tradicional, sin que su trabajo pierda ese toque moderno y actual, pero sobre todo poniendo en cada línea su sello personal, su voz inconfundible, su propio discurso.”
Algunas de sus principales obras fueron Torre de voces, Trópico íntimo, Propiedad del recuerdo, Clima de eternidad, 12 sonetos y una canción a la rosa, Seis cantos para una sola muerte, El ángel destruido, Presencia de los días, El héroe y Al oído de Dios, entre otras de igual relevancia.
Indiscutiblemente que Franklin Mieses Burgos es una de las figuras más representativas de la poética dominicana de todos los tiempos, por lo que esta entrega de TRAYECTORIAS LITERARIAS DOMINICANAS.
Por Ramon Saba.
MENSAJE A LAS PALOMAS
Id ahora a decirle a todas las palomas
que el milagro de Dios nos estaba esperando
oculto bajo el agua.
Que además de la luz -viva entraña del verbo-
igualmente fue el beso; la caricia del ala
de su sombra en las algas,
en medio de la noche sin alba de los peces.
Id ahora a decirle
que cuando la luz fue la primera sonrisa
caída de su espejo,
algo dejó de ser en torno de la luz,
algo rodó en pedazos debajo de su lámpara.
También id a decirle
que el solo hecho de ser
es ya una destrucción.
Porque sólo no siendo
es posible lo intacto.
EVA RECIÉN HALLADA
Tú que habitas ahora despierta sobre el agua
rota de los diamantes.
Tú que habitas ahora, como una llama vida,
lo mismo que lámpara desvelada en su propio
mundo de claridades.
No eres la terrible, la fulgurante luz
que llega de los cielos.
Eres la espada fina, la silenciosa espada
que siega las tinieblas,
el más agudo grito salido de las mismas
entrañas de las sombras.
Entre el río de siempre cubierto de ceniza.
El río inevitable
donde mi amor aguarda la primitiva lumbre
que quiebra sus metales,
sus desoladas selvas, sus ópalos del aire.
Eres la iluminada,
la solitaria esquiva que defiende los bronces
de la noche y del alba.
¡ Radiante forma anclada de los vivientes orbes,
traspasado por ti derrumbo mis orillas,
hago rosas de hielo de mis propias palabras!
-¿En cuál lecho de otras arenas diferentes
creció de soledades
la noche que en tus pulsos moja en agua celeste
su roja llamarada?
En la ola de vidrio furiosa que te envuelve
lo mismo que una torre,
como una firme hiedra de sed devoradora,
construida de ciegos arcángeles te elevas
más allá de las nieblas,
hacia los nuevos soles que laten en tu sangre
llovida de amapolas.
-¿Es el amor que esperas erguida en el umbral
de la rosa más alta?
¿De la encendida rosa que el verano calcina
con sus labios de fuego?
Debajo de la muerte total otras campanas
desesperadas claman,
claman otras campanas
debajo del silencio donde crece el vacío
como una flor helada.
PRIMERA EVASIÓN
Lo redondo es un ángel caído en el vacío
de su propio universo,
donde la oscura voz de su verdad resuena
llena de eternidad cerrada y de infinito.
Lo redondo es un río que sale y que torna
de nuevo hacia sí mismo, hacia la hueca nada
donde su ser gravita.
Por su forma la lengua de Dios está explicando
su gracia preferida,
la imagen con que muestra la sombra de su rostro
desnuda sobre el mundo.
-¿No es su ley la que esculpe la manzana del orbe,
el anillo que muerde el pedestal del árbol,
la cabeza del hombre?
Lo redondo es un ángel cautivo que no sueña,
que no se translimita de su cerrado cielo;
un ángel prisionero
que está sujeto a Dios como un objeto más
de amor entre sus dedos.
SEGUNDA EVASIÓN
-¿Quién encendió la lámpara perenne de la rosa?
¿Quién desató el pequeño enigma de la hoja,
de la apretada piedra donde habita el silencio?
Cuando el ángel pregunta ya deja de ser ángel;
la ignorancia es la espada desnuda que defiende
su rosa de inocencia;
la rosa que no sabe ella misma el origen
terrible de su nombre, de su propio fantasma
cerrado como un nudo de aroma hasta la muerte.
DESVELADO CAÍN
A la orilla del aire yo destruyo la sombra
delgada de los pájaros
solitarios que habitan caídos en el cielo
pequeño del rocío,
de ese húmedo espejo donde todas las cosas
del alba se derrumban,
se hunden en el frío metal en donde el trino
sonámbulo se hermana con la niñez del agua.
A la orilla del aire yo destruyo la rosa
del rosal, la azucena,
la nube y la guitarra que también es alondra
nacida en una nueva
presencia quejumbrosa de metales heridos.
A la orilla del aire yo destruyo el aliento
del ángel, la paloma.
Nada queda en mis manos que no rompa
en procura de mí mismo en el fondo,
en la íntima entraña sepulta de las cosas
donde lo eterno esculpe su máscara de siempre,
su soledad más honda.
¡Oh Padre imaginado
tras el terrible cielo por donde pasa el viento
del misterio soplando la voz de sus campanas!
-¿Qué cosa es que supongo hallar
tras de tu niebla?
¿Cuál enigma vislumbro oculto tras la negra
semilla de tu árbol?
La noche milenaria
que enroscada descansa sin rostro entre mis huesos,
la noche que me oprime por dentro y me devora,
¿no es la misma que cava con sus dedos de sombra
su abismo en los objetos?
Por aquí desemboco rodando hasta la gota
donde la más antigua de mis voces descansa.
Si tú el cálido aliento de tu pulmón soplaste,
para forjar del barro miserable la estatua
preciosa de la vida.
Yo levanté mi mano valiente hasta tu rostro,
para inventar la humana presencia de la Muerte.
Desde entonces yo he sido también un dios creador,
arquitecto único de ese orbe distingo
donde el fecundo cielo no hizo del verbo luz,
sorda parte de un mundo donde la intacta sombra
es virgen todavía.
No es Abel el que muere herido por el golpe
salido de mi mano, no es Abel el que muere.
Con él sólo destruyo las formas permanentes
del símbolo primero:
igual me hubiera sido la presencia de alba,
lo inmutable del cielo.
CANCIÓN DE LA VOZ FLORECIDA
Yo sembraré mi voz en la carne del viento
para que nazca un árbol de canciones;
después me iré soñando músicas inaudibles
por los ojos sin párpados del llanto.
Colgada sobre el cielo dolido de la tarde
habrá una pena blanca, que no será la luna.
Será una fruta alta, recién amanecida,
una fruta redonda de palabras
sonoras, como un canto:
maravilla sonámbula de un árbol
crecido de canciones, semilla estremecida
en la carne florecida del viento:
-mi voz.
ESTA CANCIÓN ESTABA TIRADA POR EL SUELO
Esta canción estaba tirada por el suelo,
como una hoja muerta, sin palabras;
la hallaron unos hombres que luego me la dieron
porque tuvieron miedo de aprender a cantarla.
Yo entonces ignoraba que también las canciones,
como las hojas muertas caían de los árboles;
no sabia que la luna se enredaba en las ramas
náufragas que sueñan bajo el cristal del agua,
ni que comían los peces pedacitos de estrellas
en el silencio de las noches claras.
Yo entonces ignoraba muchas cosas iguales
que eran todas posibles en la tierra del viento,
en donde la leyenda no es una hierba mala
crecida en sus riberas, sino un árbol de voces
con las cuales dialogan las sombras y las piedras.
Yo entonces ignoraba muchas cosas iguales
cuando aún no era mía
esta canción que estaba tirada por el suelo,
como una hoja muerta, sin palabras;
pero ahora ya sé de las formas distintas
que preceden al ojo de la carne que mira,
y hasta puedo decir por qué caen de rodillas,
en las ojeras largas que circundan la noche,
las diluidas sombras de los pájaros.
CANCIÓN DE LOS OJOS QUE SE FUERON
Se me fueron los ojos por mirar la presencia
posible de las cosas que pasan como el río,
como el pájaro blanco de una luna sin alas,
como el cristal en donde se desnuda el silencio.
Desde niño se fueron...
y ahora tengo en la sangre
otros ojos que miran por encima del aire,
por encima de toda transparencia distante,
y esta es mi pena ahora: el término y distancia;
el que yo muera siempre, mientras los otros cantan
cuando yo me deshago de llanto entre las yerbas
buscando la sonrisa que olvidan las estrellas
al huir presurosas ante la luz del día.
Yo me iría tirando también como los otros
en un cauce perfecto mis redondas palabras;
pero no puedo, no; hay otras formas mudas
que me llaman más hondo que la voz de las aguas.
Yo sé que nadie ignora la vida de mis ojos
allí donde la niebla tiene rosas moradas,
y el silencio devora la imagen de otra luna
hecha de anochecidas canciones apagadas;
allí donde los nardos son palomas crecidas
con las alas quebradas,
y el jilguero no es sólo la dulzura de un canto,
sino una ruta ancha por donde de puntillas
llega de noche el alba;
quiero decir: allí donde todas las hojas
elaboran por dentro de la savia fecunda
de sus verdes entrañas,
la presencia de una primavera enterrada,
en donde están gritando de angustia por su vida
las rosas que no nacen;
allí están mis ojos: los ojos de mi sangre,
los que miran tan sólo por encima del aire,
por encima de toda transparencia distante;
los ojos que me dieron, que no fueron de carne;
allí están en la sangre
mirando el lado opuesto, la forma diferente,
el oculto sentido de la carne y la esencia;
porque todas las cosas tienen su doble sombra,
hasta la voz y el viento.
CANCIÓN DEL SEMBRADOR DE VOCES
Caminando al azar por los caminos,
por los muchos caminos distintos de la vida,
voy tirando palabras desnudas en el viento,
como quien va tirando, distraído,
semillas de naranja sobre el agua de un río.
Son palabras dispersas, acaso sin sentido,
palabras misteriosas que afluyen a ml boca,
cuyo origen ignoro.
Algunas veces pienso que es otro quien las pone
sobre mis propios labios para que yo las diga.
Y yo las digo; pero, tan displicentemente,
como quien va tirando, distraído,
semillas de naranja sobre el agua de un río.
La multitud que pasa me mira y se sonríe
y yo también sonrío; pero sé lo que piensa.
En cambio ella no sabe que yo estoy construyendo
con esas simples voces salidas de mis labios,
la estatua de mi mismo sobre el tiempo.
CANCIÓN DE LA AMADA SIN PRESENCIA
(Antigénesis)
Antes de que tu voz fuera color de trino
y tus ojos dos sombras salobres como algas;
cuando aún tu sonrisa no era un camino abierto
para encender al alba, sino una melodía
en un país remoto de la tarde;
entonces, -¿lo recuerdas? -,
todos éramos uno en la unidad de Dios,
y mi aliento de vida era tu mismo aliento,
porque tú eras yo.
¡Oh indescifrable enigma de la rosa y el viento:
yo me amaba en ti misma!
Todavía el ocaso no era un pájaro muerto
colgado entre dos ramas,
ni se dolía la noche
en la angustia pequeña de los nardos,
ni el cielo era de trapo,
ni el mar una hoja verde sin sirenas.
Acaso todavía los lirios no eran lirios,
ni estrella, las estrellas;
ni el sol una sonrisa de claridades altas
nacida entre dos astros; todavía, te digo,
que nada tenia forma resuelta entre las cosas;
el aire no era aire, sino una mariposa:
solo una mariposa con las alas tendidas.
Qué dolor el de no verte desfilando
como ci perfil sonámbulo de un ala
entre los mansos árboles sin luna,
ni flotando en la noche única y sola,
como un ave perdida entre la bruma.
Sin embargo los dos íbamos juntos
sin que tu sombra
gritara por el frío de la palabra "nunca"
su agonía; sin que ninguna pena,
por el silencio mismo en que morías,
espigara una rosa de ternura
como vivo recuerdo de un alma que se iba.
Qué dolor el de no verte
entre estas muchas cosas que no eran:
las montañas los nidos, las ranas y los peces,
la luna grande
mojada de canciones,
la tierra azul y la mañana verde.
Qué dolor el de no verte;
porque este era el instante
único y preciso de las nominaciones:
ya el viento seria viento; la violeta, violeta.
La mano de lo arcano ponía su etiqueta
sobre todas las cosas; ya íbamos a ser:
mujer, estrella o rosa.
Pero tú fuiste un atardecer.
¡Sólo un atardecer!
Y yo, poeta.
CANCIÓN DE LA NOCHE LARGA
En la noche y bajo una
muda elocuencia de piedra,
la sombra de los cipreses
es como un grito en la niebla.
Coros de voces descalzas
ponen sus ágiles pies
sobre las copas oscuras
de los árboles; después
la aguda espada de un grillo
hiere un hermoso silencio
de blanca carne de lirio
y de cabellos de incienso.
Yo sueño con que tus manos
se van perdiendo a lo lejos
como dos trémulas alas
tras la negrura del cielo.
Soledad de soledades:
mi corazón está solo
frente a esta noche que crece
como un rosal sin colores.
Si pudiera ver el mar
que me recuerdan tus ojos,
se trocarían en lumbres
mis soledades en sombra;
se llenaría de flores
el limonero más alto;
con sus mejores kimonas
vendrían las mariposas
de donde nadie lo sabe;
la luna se iría entonces
cantando por otra calle,
y una frescura de infancia
se me entraría en el alma:
ya no sería yo el mismo,
el de esta noche tan larga;
con otro cuerpo distinto
y el corazón en las manos
retornaría de nuevo
para jugar en la playa.
Canciones de primavera.
Olor a tierra mojada.
¡Todo si viera tus ojos
en esta noche tan larga!
CANCIÓN DEL MUNDO ESTÁTICO
Me imagino tu mundo por dentro como un amplio
coro de incomprensibles voces de terciopelo,
flotando entre una selva de árboles humanos,
tras un dolor desnudo venido de muy lejos.
Me imagino tu mundo -terrible, solitario-
como un paraje en donde crezcan rosas de tinieblas
y en donde impetuoso un viento crudo y agrio
muerde un viejo silencio de corazón de piedra.
Me imagino tu mundo como si en él la noche
hubiera florecido sus pétalos de sombras
para quebrar el alba dorada que persiste
en despertar el canto de todas las alondras.
Después acaso un solo sonido sin palabras,
una másica muerta, un resplandor de estrellas
ahogadas sobre el agua de un río silencioso
que marcha lentamente camino de la muerte.
Una rosa, una dalia, algo absurdo que finge
la traslúcida cara de un ser cuya sonrisa
nieva lumbre de luna. Y en medio de este mundo
atormentado y solo, como una torre adulta:
tu voz petrificada.
CANCIÓN DEL RECUERDO FELIZ
Cuando por soleados caminos del domingo,
cogidas de las manos venían las margaritas
con sus limpias enaguas recién almidonadas
crujiendo melodías de almidón en el viento;
cuando enardecidas iban las amapolas
gritando en rojo vivo su pasión anarquista
por todos los viajeros senderos de la aurora,
y los claveles eran Caperucitas Rojas,
las dalias (con sus faldas de encajes) bailarinas,
ignoradas pavlovas de la verde campiña,
con tramoyas de vientos, en proscenios de hojas;
cuando todas las rosas del rosal tenían alas,
y en vez de ruiseñores canoros en sus jaulas,
las viejas solteronas mimaban en sus sueños
tulipanes azules que cantaban:
era entonces el tiempo feliz de las abuelas;
el bello tiempo ido de las pantallas rosas,
los relojes de cuco, los bastones de estoque,
las postales de Niza y el ademán pausado
con que los caballeros se hacían el bigote;
tiempo todo cubierto de un fino terciopelo,
por el que descendían las palabras discretas
en un suave despliegue de susurrantes voces
cuando el vals entreabría sus violines de llanto,
y el mundo se apagaba de pura transparencia.
CANCIÓN DIALOGADA POR VOCES EN EL VIENTO
-Quiero el haz de tus gritos
apretados y juntos
para forjar con ellos
un pueblo de palabras,
una ciudad de voces
con campanas azules.
¿Sin que por ello tengas
que dejar los jirones
de tus nardos de cielo
rendidos de los dedos
oscuros de mis sombras?
-Entonces no comprendo
por qué has llegado a mí
sin una temblorosa
canción entre las manos.
¿Es que se han muerto todos
los pájaros del mundo,
y ni siquiera cantan
ahora las estrellas?
-Floreceré jardines
de músicas en ellas,
para que tú vendimies
ternuras de azucenas.
-Ya te he dicho mil veces
que no quiero palabras;
hay algo más en ellas...
-¿Quieres decir canciones?
¿Voces estremecidas?
-Yo pienso que son tales,
aún cuando ellas no tengan
ese temblor sublime
que es propio de las alas.
-¿Es que ignoras acaso
que hace tiempo que el canto
no se espiga en los labios
angustiados del mundo?
Todos los que cantaban
se hundieron en un negro
silencio sin estrellas,
sin árboles en donde
pudieran amarrar
las sombras de sus sueños.
-¿Quieres decir que han muerto;
que no existe quien pueda
humanizar de nuevo
los pesares del mundo?
-Es mejor que no digas
esas cosas tan alto.
Puede que nos las oigan
aquellos que no saben
de nuestro mar de llanto
derramado por todas
las mariposas muertas.
-Hay algo que ignoramos
que transmuta la forma
sensible de las cosas.
Quizás por ello sea
que en mi mente tus manos
se estremecen ahora,
lo mismo que la sombra
pequeña de los lirios
hundidos en el agua.
-¿Por qué dices tal cosa?
¿Cuándo no fue de lirios
la sombra de mis manos?
CANCIÓN DE LA NIÑA QUE QUERÍA SER SIRENA
Por los caminos del cielo
llegó la luna gritando
sus claridades nevadas
de caracoles y nardos.
En la guitarra del viento
la brisa con dedos finos
cantaba un canto de plata.
Con su sonrisa de arcángel
que no se come las uñas,
la niña dijo riendo
bajo el capricho de luna:
-Yo fui sirena una noche
de sombras de terciopelo.
Sobre mis muslos de nácar
podían brillar luceros.
Madréporas y corales
entre la noche marina
lloraban sus soledades
por las pupilas salobres
de los dorados delfines.
Dorsos de plata y de luna.
Arena de las estrellas.
¡Cristalerías de espumas
en un mundo en donde sueñan
los tulipanes de nieblas!
-Niña mía, de tus ojos
está muy lejos el mar.
Quizás tú fuiste lucero;
pero sirena, jamás.
-Un palomar de tritones
yo vi en el fondo al pasar.
¿Por qué tú niegas que he sido
una sirena del mar?
Si negros son mis cabellos,
teñidos han sido allá
con tinta de calamar
y sombras de noche muerta;
si no son claros mis ojos
es por el llanto quizás:
que la pena es también negra
hasta en el fondo del mar.
-Nina mía es que en tus labios
no está el sabor de sal.
Quizás tú fuiste una estrella;
pero sirena, jamás.
CANCIÓN DE LA NIÑA QUE IBA SOLA
Sonó lenta y sin alarde
la ronca voz de una torre.
Por el camino sin nadie
venía un perfume de cobre;
por el camino sin nadie
de la tarde.
- ¡Oh, linda, te lo diré
ahora que estamos solos;
un redondo mar sin peces
son tus ojos!
-La tarde borda jacintos
de tafetán sobre el cielo.
-¡Si quieres uno, yo puedo
sobre tus trenzas ponerlo!
-No, déjame sin jacintos
lucir así mis cabellos.
-¿Flotando sueltos al viento
como las alas de un cuervo?
-O de un retazo de noche
caído desde los cielos.
-¡Oh, linda, linda, no puedo
con la sombra de tu pelo!
Suena lenta y sin alarde
la ronca voz de una tarde.
Por el camino sin nadie
vino un perfume salobre;
por el camino sin nadie
de la tarde.
FÁBULA INE FABLE DE LA NIÑA LOCA
Tambor. ¡Tambor! Hermana: yo no quiero ser tambor
me duelen demasiado los ojos en el agua
desde que tengo abierta esta herida en el viento.
Una vez me sembraron el alma de recuerdos
y crecí como un árbol en la noche del tiempo,
en donde está cayendo
como una sola gota, para siempre, el silencio.
Tambor. ¡Tambor! Hermana: yo no quiero ser tambor.
Aquella dulce niña, que, como yo, tenía
dos blancas manos locas tendidas a la luna,
daba pena mirarla;
porque sólo decía que la luna había vuelto
sus manos mariposas:
mariposas de sueños que volando se iban
por el cielo remoto de las lunas difuntas.
Tambor. ¡Tambor! Hermana: yo no quiero ser tambor.
Me basta con mi ancho corazón
de voces,
mis caminos de humos enterrados,
mis campanas de nieblas doblando entre las sombras
me basta con mis ojos sonámbulos que miran
como crece de trinos la bondad de mis manos.
Tambor. ¡Tambor! Hermana: yo no quiero ser tambor.
-Lo comprendo; es posible: tú lloras porque piensas
que yo no estoy presente;
supones que me he ido hacia los lirios rotos
heridos por el aire,
hacia el mundo de hojas que desangra la noche;
supones que me he ido -toda desvanecida-
hacia el cielo sin lumbre en que devoran albas
tardías los gusanos.
Yo estoy ausente, sí:
ausente de la carne
sin ensueños ni sangre de tus huecas palabras,
más allá de tu muerta nominación de cosas.
Yo estoy ausente, sí,
de tu forma distinta de pronunciar alondra,
sepultada en un pecho nublado por el llanto.
-Tambor. ¡Tambor! Hermana: yo no quiero ser tambor.
Ahora que dolencias de sombras angustiadas
ascienden por el agua desnuda de mis ojos
y mi herida no sangra en la carne del viento;
ahora que estoy hecha de cosas enterradas
y estoy henchida toda
de estrellas como un río,
no dejes que se vayan mis manos por el alba;
no dejes que se vayan:
Tengo miedo de un ángel oscuro que las llama.
Tambor. ¡Tambor! Hermana: yo no quiero ser tambor.
TEORÍA DE LA VISIÓN PROFUNDA
Las palabras son anclas
clavadas en el suelo,
pájaros mutilados
que tienen un viajero
corazón de nube;
pero así como el nardo
tiene llena por dentro
su vida de una oculta
claridad madrugada,
así las demás cosas
también puede que tengan
sus vidas de una misma
manera amanecidas.
No es posible una carne
sin sueños ni palabras,
sin angustia de voces,
sin corazón de lumbre
ni párpados de llanto.
Todo tiene, sin dudas,
que tener otra vida
por dentro de la cual
-y estremecida toda-
debe haber algún cielo
herido de canciones.
Es lógico pensar
que a espaldas de la luz
clara de las estrellas
ningún hombre ha podido
vislumbrar su camino
en la noche profunda,
y es que olvidamos siempre
-inexplicablemente-
que la piedra es la infancia
remota del silencio,
y que el agua no es más
que el discurrir del tiempo.
Únicamente vemos
lo externo de las cosas;
jamás nos incluimos
para escuchar la simple
verdad que se nos muestra
desnuda desde el suelo.
Si la rosa miramos,
no vemos que la rosa
es solamente un trino
de pétalos clavados
sobre la vertical
resignación de un tallo.
Nuestra visión se queda
tan sólo en los colores,
sin ver jamás el verde
color de las pisadas
del viento que retoza
desnudo entre las hojas.
LOS CABALLOS DE SURO VIENEN POR EL VIENTO
Ya llegó la vendimia
de los frutos sin nombre,
en donde en cada germen
que oculta la simiente
hay un hálito macho
gozando una doncella;
yo la vi desde el árbol
donde el viento -nodriza
de los retoños nuevos-
mece la dulce cuna
de las ramas más altas
y ha llegado tan sólo
porque el rosal crecido
tiene todas sus manos
llenas de voces blancas.
- ¡Madre:
los caballos de Suro
vienen por el viento!
-Un paso más, y ahora
descolgarás la luna
sin que nadie nos diga
que es una voz distante,
una gardenia muerta,
o una canción redonda
clavada sobre el cielo.
- ¡Madre:
los caballos de Suro
vienen por el viento!
-Únicamente aquellos
que todavía no saben
que la tierra es muy grande
y sólo de unos pocos,
únicamente estos
no abrirán su piedad
a la mirada triste
de los niños sin pan
y los perros sin dueño.
- ¡Madre:
los caballos de Suro
vienen por el viento!
-No le digas a nadie
que los pinos son hechos
con el canto crecido
de los pájaros muertos;
no le digas a nadie
que la tarde te hastía
con su mirada enorme
de bestia fatigada.
La humanidad se cansa
de la desdicha ajena,
del llanto que no brota
del fondo de sus ojos.
- ¡Madre:
los caballos de Suro
vienen por el viento!
y está lloviendo siempre
- ¡siempre! -
una lluvia de cielo
por la noche del aire.
ESTRELLA MATUTINA
Gota de luz celeste que destila
desde su propia eternidad cerrada;
espiga de la gracia germinada
en la mano del ángel que vigila.
Sola, serena, y por demás tranquila
derrumba su existir con la alborada
¡Saeta de la noche vulnerada!
¡Redonda voz de una lejana esquila!
Pastora que apacienta en altos prados
donde de claridades nacen rosas
de solitarios pétalos nevados.
¿Qué enamorado serafín te cuida
a la orilla del aire en que reposas
lo mismo que una lámpara encendida?
HUMILDE MAYO
Mayo trajo la flor, la milagrosa
palabra vegetal que arrulla el viento.
Mayo pobló su propio firmamento
con la sola presencia de una rosa.
Yo la miré ascender tan jubilosa
a su pequeño, débil monumento,
que fue como si viera el nacimiento
de una terrestre aurora luminosa.
Era su viva lumbre madrugada
una encendida hoguera encarcelada
en el cielo cerrado de su esfera.
Única roja rosa amanecida.
Rosa de una estación empobrecida.
¡Sólo con ella fue la primavera!
ESTE TACTO
"Con falsos silogismos de colores
es cauteloso engaño del sentido".
Este tacto solícito que abruma;
este vivir más hondo en los sentidos,
va descubriendo cielos escondidos;
nuevos mares ocultos en la espuma.
Ignorados espacios por la pluma
de misteriosos pájaros caídos,
mundos de claridades suspendidos
tras la pequeña noche de la bruma.
Nada perdura inédito al contacto
de este absorto mirar inquisitivo
de las pupilas íntimas del tacto.
Así de mi interior huyen las nieblas;
porque si ciego para el mundo vivo,
lleno de luz estoy en mis tinieblas.
VIVA MUERTE
Huésped del cuerpo humano que me cierra
en mortales mortajas hospedado,
transito con mi ser resucitado
como una viva muerte por la tierra.
Y cuanto miro en torno es una guerra
suscitada en un tiempo limitado,
por donde va cayendo derramado
el instante de vida que la encierra.
Sólo de muerte en muerte caminando,
sólo de vida en vida cada día
igual que una semilla germinando.
Va mi vivir hacia su cielo incierto;
llevando sin saber, en su agonía,
la muerte en vida, y con la vida, muerto.
EL CIELO DESTRUIDO
("¡Oh, cielo riguroso! ¡Oh, triste suerte!
¡Que tantas muertes das con una muerte!")
El cielo destruido porque llora
mi acongojado corazón humano,
no es el perenne cielo cotidiano
donde el rostro del tiempo se cobra.
El hondo cielo que mi ser añora
por ser de íntimo sol su meridiano,
ese cielo cayó desde mi mano
hacia una eterna noche sin aurora.
Nada queda de él. Sólo el recuerdo
a mitad del camino en que me pierdo
alza el hueco fantasma de su nombre.
Cielo del ser mejor en su mañana.
¡A cambio del sabor de una manzana
perdido para siempre por el hombre!
A LA SANGRE
Agua de soledad, agua sin ruido,
desatado cristal de pura fuente;
agua que va cayendo interiormente
en mi cielo más hondo y escondido.
¿Qué misterioso viento sumergido,
tu natural hechura de torrente
transfigura ideal y simplemente
en un rojo clavel enardecido?
Hay un íntimo dios que te construye.
El mismo dios que lento de ti fluye
por los labios abiertos de la herida.
Vivo clavel humano que perdura
sujeto por la leve arquitectura
de la fugaz estatua de la vida.
AMOR
("Quien a las llamas del amor no muere")
Es el amor en todas las edades
del ser que valeroso lo frecuenta,
una oscura semilla que fermenta
en etapas de calma y tempestades.
Más dado a lo irreal que a realidades
del suelo material donde se asienta,
va como oveja dulce que apacienta
en prados de celestes claridades.
Arquitecto del cielo que idealiza:
arde desde la lava a la ceniza
de sus propios volcanes desatados.
Hasta que por el fuego que lo inflama,
es consumido por la misma llama,
"en soledad de dos acompañados".
EL MENSAJE
("Que del arte ostentando los primores")
Allí en donde el ángel nos revela
su celeste palabra iluminada;
allí mi alma atenta se desvela sola
de madrugada a madrugada.
Por esta voz eterna que ella anhela
verla en carne de estatua edificada,
hay una fría caricia que la hiela
y un fuego que la enciende en llamarada.
No da el ángel su voz, porque la tira
desde aquel alto desolado clima
de la noche cerrada en que delira.
Hay que bajar del cielo a lo más hondo
de la insondable entraña de la sima,
para alcanzar su voz que está en eL fondo.
SONETO A LA MUERTE
("Bella ilusión, por la que alegre muero")
Llueve tu soledad de noche oscura,
de eslabones de sangre desatados,
y una más alta claridad fulgura
debajo de los párpados cerrados.
Todo fuera de ti se hace negrura,
amasijo de lienzos apretados,
donde no es necesario ni perdura
el aire de los cielos libertados.
La luz que irrumpe súbita en la sombra
de nuestra humana oscuridad terrena,
como un destello lívido que asombra;
esa lograda claridad postrera
llena de eternidad y de ti llena:
es la única lumbre verdadera.
ELOGIO A LA PALMA
Largo dedo vertical extendido,
para el nupcial anillo de boda de los hongos,
o a lo mejor un dedo, y nada más que un dedo,
para rasguear las invisibles cuerdas
de la eterna guitarra que yace esculpida
en el fondo del alma solitaria
de todas las llanuras.
¡Palma! Palma real:
Corporeizado grito de la selva
en un franco delirio de vegetal altura,
contigo se realiza, el logro de un destino
botánico que empieza,
con la humilde labor de una semilla,
de una voz decidida en trepar hacia arriba
cada vez mas y más,
en procura de una excelsa vecindad
de pájaros y estrellas.
¡Palma! Palma real:
Bohío presentido,
simple hogar en potencia
para el sueño de aquellos desdichados que saben
de los muchos puñales que blande la intemperie,
cuando la noche llega sigilosa
arrastrando sus negras vestiduras.
¡Palma! Palma real:
Compendio generoso de los cuatro principios
de la vida aborigen:
abrigo y alimento, ornamento y paisaje.
En tu ejemplar ascenso hacia los altos cielos
se descubre que eres, toda una voluntad
unitaria de raíces que sueñan,
de raíces que suben por encima
de la talla común
del matorral apático y gregario.
¡Palma! Palma real:
Perenne voz crecida en verde llamarada,
asta de la sabana donde ata la aurora
su bandera de cielo,
pendón donde amanece toda hecha de trinos
la luz de la mañana.
¡Palma! Palma real:
Empinado sitial de golondrinas,
pedestal de los pájaros más altos,
balcón para cansadas mariposas errantes,
o improvisado mástil para el sueño
de algún viajero corazón marino
de estas islas de fuego.
¡Palma! Palma real:
monumental espiga que despierta
maliciosas ideas en la mente
de las ingenuas vírgenes silvestres,
que absortas te contemplan desde lejos,
pensando que tú eres la columna pudenda
con que el agro realiza la intensiva faena
de sus fecundidades.
¡Palma! Palma real:
Verde pluma de fuente para escribirle cartas
de sombras a los ríos,
que a la distancia pasan perseguidos
por los rayos de un sol que sin cesar castiga
sus espaldas de agua.
¡Palma! Palma real:
Delicioso abanico para el sultán del viento,
que rechoncho sestea, muchas veces al día,
sobre la vieja hamaca del silencio.
¡Palma! Palma real:
En la desolación de la llanura,
o de la loma en donde
solitaria vigilas
el silencioso discurrir del tiempo,
eres, desde el inicio de la vida,
el musical poeta que recita,
en vivos versos hechos de palomas,
de garzas y de ciguas montaraces,
el más bello poema con que cuenta
todo el acervo lírico del valle.
¡Palma! Palma real:
¡Para ti la palabra de luz con que se abre
el mundo del fervor y del prodigio!
Poemas tomados de la Web de Justo S. Alarcon.