He querido compartir estas fotos y estos poemas a
propósito de mi cumpleaños este 24 de noviembre.
Mi origen
La
tarde recrea ante mis ojos la nostalgia
de mi origen perdido en África.
La tristeza de estos largos años de exilio en
que hemos perdido nuestra identidad, hace florecer entre mis ojos lirios de agua.
La pena
acumulada durante estos siglos de huir a ningún lado golpea mi memoria como un látigo de sal que abre viejas
heridas que vuelven a sangrar bajo el sol púrpura de nuestro ocaso. Tantos años
de olvido han dejando en mi boca el agrio sabor de la ausencia
África es en
mi corazón una hoguera que se enciende entre mis ojos cuando miro hacia
atrás, se que ya no volveré al acrisolado mundo de mis
sueños; me he resignado a morir en esta
tierra tan ajena y tan mía, pero mi vida sigue allá, en la aldea de donde una noche mi ADN sin querer, empezó a viajar en un
cuerpo desconocido hacia una isla perdida en el mar Caribe.
Quinientos
años después, la mirada triste de la
abuela Mamá Tita, me despierta en medio del estruendo de los arcabuces y los gritos de los hombres
que defendían a los suyos, hasta
terminar atados a la codicia de unos hombres
que contra el reflejo de la aldea incendiada los conducían por un sendero de horror hasta una
embarcación anclada en un océano de cadáveres, emprendiendo un viaje sin
retorno hacia el dolor.
Yo apenas era
menos que un sentimiento perdido en la memoria de alguien que aún no había
nacido, pero ya llevaba sobre mis
hombros el peso de una historia de látigo y sudor, donde la vida nunca dejó de
ser un canto que en las noches, se multiplicaba en la voz alegre de las
tamboras.
La insignificante
grandeza.
Escribo
mucho de mí
de
mis ancestros
de
la tierra donde nací
quiero
dejar testimonio de la insignificante grandeza de nuestras vidas.
decir
que sobre la primavera que con sus manos fecundas hicieron florecer en nuestra
memoria los abuelos
construyeron
una gran ciudad
que
de esa tierra que en mi corazón es un canto
no
queda nada
sólo
recuerdos
recuerdos
edificados sobre las cenizas de nuestra nostalgia
recuerdos
tan enraizados en mis palabras
que
en mi voz anidan los pájaros fabulosos de mis sueños
que
más allá de la polvorienta geografía de mi cuerpo iluminan los cubículos del olvido
en
donde la civilización enterró toda nuestra alegría
ya
que en nuestra forma simple de ver la
vida no advertimos que el mundo de más
allá de la alborada
ambicionaba
nuestras tierras
que
la modernidad avanzaba inexorable hacia nosotros
triturando
entre sus fauces todo lo que encontraba a su paso
que
por el camino real a menos de una hora de distancia a pie
la
ciudad resplandecía en todo su esplendor
sus
avenidas románticas con sus ventanales que todas las tardes daban al mar
las
luces que herían el corazón de las sombras con sus cuchillos color del oro
viejo
sus
pomposos edificios preñados de sueños
sus
mujeres de algodón que vestían sus corazones con las luces primeras del alba
para
no morir de pena atrapadas por la soledad
sus
escuálidos hombres vestidos con los
colores más estridendentes del arco iris
sus
ruidosos automóviles ebrios de distancia
y
sobre todo sus noches bulliciosas
con
sus casinos
donde
el azar y la ambición atrapaban a los
hombres en sus tentáculos imposibles
sus
cines de melancolía de la
Duarte y la
Mella
donde
la quimera llevaba a los espectadores en un viaje sin retorno por los túneles
infinitos de la fantasía
el
mar Caribe con sus barcos fantasmas
esfumándose en el horizonte
las
vidrieras de las tiendas que atrapaban nuestros sueños en el bucólico encanto
de querer tener y no poder
y
mirábamos hacia dentro de nosotros mismos
y
terminábamos parados frente al espejo de la vida harapientos y descalzos
en
un mundo ajeno y extraño
como
extraño éramos nosotros en ese mundo
y
de nuevo volvíamos a nuestras tierras
en
donde la vida transcurría sin más prisa
que ir a los conucos
andar
por los montes maroteando alguna fruta de lástima
arrear
vacas hacia las distantes regiones del rocío
cazar
pajaritos endebles para mitigar el hambre de toda la vida
y
en las noches alrededor de la hoguera los abuelos en una danza nos hablaban de
sus hazañas remotas
de
su largo viaje sin retorno hasta llegar
aquí
de
la crueldad del látigo en sus espaldas
de
cuando lucharon contra el hombre blanco por su libertad
de
sus anhelos por volver al África
y de sus raíces enterradas en estas
tierras que abonaron con sudor y sangre
tierra
en
que a pesar de todo
siempre
serán extraños
al
final de la jornada sin más luces que la de la luna y las estrellas
nos
alejábamos por los caminos que los grillos iluminaban con su canto
gritando
a viva voz la alegría de compartir en una danza la vida
al
llegar al hogar con la piel pegajosa de oscuridad
dar
un beso a mis padres
pedir
su bendición
salir
al patio
y
bajo las estrellas
darme
un baño de inmensidad y rocío
y
luego acostarme en mi hamaca
hasta
que el sol de un nuevo siglo nos traiga la esperanza
que
perdimos en el duro batallar contra la modernidad
Nací un día de otoño.
Nací
un día de otoño,
cuando
los soles eclipsados de noviembre
emergían despacio en las aguas cenagosas
del
amanecer.
Naci frente al mar.
Nací frente
al mar
en una ciudad
ilusoria
atestada de
fantasmas
que corren y
danzan alegres
por calles
anegadas
de
algas, peces y corales
que florecen
todo el año
Iluminando
los rincones
de las casas
invisibles
donde habitan
las sirenas
que atraen
con su canto
a viejos
marineros
con sueños de
piratas
que navegan
perdidos
por lugares
remotos
donde el olor
estancado
de lunas
florecidas
deja un
rastro lumínico
de
pétalos dormidos
sobre los
mares
del tiempo
perdido
donde peces
gigantescos
y monstruos
marinos
devoran los
barcos
con la
tripulación adentro
esa ruta de
naufragio
lleva a
lejanos puertos
de
babilónicas ciudades
donde
hermosas sirenas
disfrazadas
de doncellas
reciben a los
viajeros
con
guirnaldas de estrellas
música de
ángeles
banquetes
faraónicos
y amplios
salones
decorados sin
prisa
donde
marineros decrépitos
y hermosas
sirenas
disfrazadas
de doncellas
bailan sin
descanso
música triste
de otros tiempos
Racimo de luz
esa
es mi voz
eco
lejano de tamboras ahogándose
en
la mirada ausente de la eternidad
madreselva
que se enreda en la brisa
árbol
nocturno de sonidos
barco de humo
derritiéndose en la alborada
luna de papel
hundiéndose en el mar
densa
atmósfera de clorofila
caballo de azúcar
cabalgando
sobre la
arena luminosa del verano
estampa de
sangre en las paredes del futuro
mi voz
eco de
lágrimas salpicando las ciudades
heridas por
la guerra
aroma
desolado
campanas de
agua
racimo de luz
en el pozo de la muerte
grito de guerra
canto de amor
esa es mi voz
Espejo
de dolor.
Me voy
siempre
he sido un fugitivo
huyo
de mí mismo
huyo
del hambre y la miseria de los niños
que
cuelgan de mis palabras tiznados de llanto
huyo
de la palabra angustia
huyo
de los fantasmas que prisioneros
detrás
del espejo se burlan de mí
huyo
de la muerte
humanamente
disfrazada de mujer
prostituta
que en las esquinas
me
invita a su morada
me incita al amor
al
sexo
huyo
de los ojos llorosos de la noche
que
detrás del cristal de una estrella
es
rocío al amanecer
huyo
de la pena
de
sus tentáculos imposibles que me atan al dolor
huyo
de la brisa fúnebre que viene de los cementerios
huyo
del humo que es memoria absurda de la nada
huyo
me
escondo detrás de los vitrales
de
las tardes invernales de enero
y
al mirarme en los ojos del dolor
descubro
que nunca fui a ninguna parte
que
la muerte siempre me retuvo a su lado
Alborada de mariposas azules.
No
fui más que un niño que siempre anduvo perdido en sí mismo
en
los conucos lejanos del abuelo Ismael
aprendí
de la vida todo lo que sé hoy
fueron
los potreros del tío Juan mi escuela
y
en las lejanas regiones del rocío era donde podía mirarme al espejo
y
encontrarme tal cual era
un
niño hecho de ceniza y barro
con
la mirada torva perdida en el infinito
que
escribía todas las tardes en los pergaminos del viento
su
historia envejecida en su dolor vegetal
fue
toda mi alegría poder correr por el bosque
hasta
cansarme y terminar de bruces
entre
los arbustos mágicos de las tardes
hablar
con los animales y los árboles
pasear
en el viento más allá del horizonte
y
regresar en las nubes al lugar de donde nunca partí
y
encontrarme como siempre arrullado entre los brazos de mis padres
que
me cubrían de la lluvia que con su corazón de azucena
iba
dejando pedazos de cielo dormidos en mi piel.
todas
las tardes mi madre y yo nos sentábamos bajo la sombra del gran árbol azul
a
mirar como los pájaros ebrios de clorofila
se
escondían detrás de las murallas del horizonte
mientras
una peregrinación de mariposas
ancladas
en los ventanales del ocaso agonizaban en la mirada quimérica de un ángel.
hoy
no hay más alegría que este canto bajo
esta luna de jade
por
el camino del alba las huellas del rocío se evaporan entre los pies descalzos
de un sol precoz
que
siempre en noviembre pasa de largo a esconderse entre los matorrales
atardecidos de la distancia
alborada
de mariposas azules
heridas
por los puñales del otoño
todas
la mañanas en el fogón doña Lola hierve jengibre que ofrece al
paladar
para
ahuyentar a los duendes del frío
y
en algún lugar perdido en la memoria
Cató
todavía fabrica con sus manos de ternura
los
colores del amanecer
y
en un rincón de mi alma
la
abuela Mamá Tita recolecta los residuos perdidos de nuestro pasado
muchas
veces ella y yo imaginábamos escuchar en la voz destemplada del viento
el
lejano sonido de nostálgicas tamboras
grito
de guerra
canto
de amor
danza
que en las noches aun nos libera del peso de una historia amarga
que
escribieron con su sangre nuestros abuelos
para
que mi voz
quinientos
años después pudiera abrir las puertas que el tiempo creyó haber cerrado para
siempre
nací
en esta tierra que tiene el color del olor del topacio
donde
los colores vegetales de la primavera se levantan como una ola
que
inunda todos los rincones del bosque de mariposas
que
al morir van dejando un rastro efímero de luz
en
la mirada azul de la distancia
arco
iris coagulado en una lágrima
por
el camino real
el
tío Alberto regresa
parece
flotar sobre la tenue oscuridad del
atardecer
la
tía Agustina en la ventana lo ve llegar
espera
como siempre que él lleve las vacas a los corrales
se
dé un baño
vaya
a la ventana
le
dé un beso
y
luego se sienten todos en la mesa a cenar.
todavía
en las noches
mi
padre como un fantasma
se
pierde entre las sombras hacia las carboneras
a
vigilar los hornos
para
que el fuego no consuma los sueños
y
así poder derrotar el hambre que acecha entre los resquicios de las horas más
largas del verano.
primavera
insular
caserío
perdido junto al bosque del olvido
flamboyán
amarillo
anacahuita
de cristal
bajo
los limoncillos florecidos la tía Tatín con su escoba
arrincona
contra los espejos de la tarde
las
cenizas que deja el otoño en la mirada de la tía Aurora
que
aún busca en su interior el camino de regreso al paraíso que nos robó la
modernidad
ignora
ella
que
morirá arrinconada contra sus sueños
sin
volver a ver el sol desde los ventanales primaverales del alba
Domingo Acevedo.
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Domingoacv2@gmail.com
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