Son las seis de la
tarde, detrás de la casa papá prepara su montura. Julia es una burra que nos ha
acompañado en un gran trecho de nuestras vidas, ha estado ahí, en las buenas y en
las malas, sobre su lomo nos ha llevado por todos los confines de esta tierra y
más allá, a la ciudad en donde no hay espacio para los humildes labradores que
llenos de harapos por sus calles inhóspitas venden sus sueños perdidos en los
conucos y por las que pregonan a viva voz: verduuuras, yuuuca, aguaaaaacates,
maaaaangos marchanta llevo carbooon, venga marchanta que llevo huevos criollos,
para después de vender nuestros productos por miserables monedas, perdernos en
el monte con todos nuestros sueños a cuesta.
Ya la montura está
lista, León juguetea entre nuestras piernas alegre, salta, ladra, mientras
Julia nos mira con toda su ternura resumida en sus ojos tristes. No me acuerdo
cuando llegó a casa pero la recuerdo de toda la vida, desde siempre, desde que
tengo uso de razón.
Estamos detrás de la
casa, bajo la mata de capá, mi madre, mi hermano Juancito, y yo, Felipe y Ñonó
no se por donde andan, ya mí padre está preparado al lado de Julia, se despide
con un gesto de la mano y se monta, yo corro y me aferro con ternura a una de
sus piernas y luego me alejo para ver como él, mí padre, se aleja por el camino
en sombras a un lugar perdido en el monte, León va tras él ladrando y saltando alegre, nosotros
nos quedamos parados en medio de la noche hasta que ellos se pierden en la
oscuridad.
Allá en un claro del
monte mi padre tiene un horno hecho de troncos secos para hacer carbón vegetal,
para luego venderlo en la ciudad, tiene que cuidarlo, por eso es que amanece
todas las noches vigilándolo para que no se incendie porque sino en vez de carbón sólo encontrará
cenizas.
En la carbonera, a la intemperie
dormirá sobre algunos sacos de cabuya que lo cubrirán del frío de la noche y
los mosquitos, acompañado de los grillos y las estrellas, las lechuzas y los murciélagos.
A su lado León gruñirá a los fantasmas que rondan la soledad de la noche en el
monte, él y Julia no desampararán a mi padre por nada del mundo, estarán
siempre a su lado protegiéndolo de toda maldad escondida entre el silencio
nocturno y la oscuridad.
Mañana tempranito,
antes que salga el sol, mi madre, Juancito y yo iremos a encontrarnos con mi
padre, les llevaremos un poco de café y algo de comer ya a esa hora el carbón estará listo para llenar
cuatro o cincos sacos para acomodarlos en el lomo de Julia y regresar a la
casa, para de inmediato mi padre tomar el camino hacia la ciudad y venderlo a algún
comerciante para traernos de comer para unos cuantos días.
Domingo Acevedo.