Ya son más de las cuatro de la
tarde, el sol empieza a acrisolar el horizonte con sus rayos que se van atenuando
con el paso de las horas vistiendo de
colores las nubes que raudas se alejan, huyendo de las sombras.
Por el camino los labriegos
regresan de sus conucos, sobre sus hombros cargan el peso amargo de la pobreza.
La tierra con esta larga sequia es poco lo que da.
Regresan cansados con sus azadas
al hombro, sus machetes en el cinto, con sus sombreros de paja, las camisas sudadas,
los pantalones remangados y los pies descalzos.
Julio es un mes árido donde el
calor que se eterniza más allá de las noches parece quemarlo todo, hasta los
sueños.
Ya hace un rato que el tío Juan
de la Rosa y el tío Alberto regresaron de más allá de las lejanas praderas del
rocío, se alejaron tanto hacia el oeste buscando pastos que cruzaron las claras
aguas de la cañada de Guajimía y llegaron a Manoguayabo, en donde el ganado
comió hasta hartarse y después abrevó en las aguas del rio Haina.
Son más de las siete de la noche imagino que ya el abuelo Ismael
llegó a su casa, en el km7 de la carretera Sánchez, llevó a Julia donde pasa la
noche, se dio un baño, cenó y luego como todas las noches se sentó bajo los
limoncillos florecidos de sobras y estrellas, junto a Mimina, su esposa a ver como se alejan por
la carretera Sánchez los pocos carros que pasan rumbo a Haina o San Cristóbal.
En la esperilla, los hombres
después de darse un baño y comer algo se van juntando poco a poco en la
pulpería de Andrés Longo a tomarse un trago, escuchar canciones en la vellonera
y contarse viejas historias repetidas y carcomidas por el tiempo en donde
olvidan lo amargo de sus vidas.
Es extraño pero Manuel hoy no ha
dado señales de vida no se por donde andará mi solitario amigo.
Hace un rato la
tía Eufemia que venía de Manganagua, pasó por casa a saludar a mamá y siguió su
camino hacia Borronoso, en donde vive con su familia.
Nosotros como es costumbre nos
juntamos en el rancho de la abuela Mamá Tita, en el encontramos a Ninito que hace un rato llegó y mientras los adultos conversan en la
enramada, nosotros correteamos por el patio, hacemos piruetas, danzamos y nos hacemos dueños de la noche y
construimos con la inocencia los sueños que nos permitirán sobrevivir a la
vorágine del hambre.
Domingo Acevedo.