Desde donde vivo puedo ver el mar distante levantarse más allá del muelle,
lamer con su lengua azul el horizonte.
A veces el viento del sur arremolina en la mirada, residuos de olas resecas
por el sol, plumas de pelícanos gigantes, huesos de peces invisibles y restos
de barcos hundidos por los siglos.
El río Haina divide el muelle en dos partes iguales, el muelle que
permanece iluminado más allá de la oscuridad de los barrios Haineros.
De vez en cuando una bengala ilumina la noche o un disparo largo de fusil
estremece el viento y ahuyenta los polizones y a los ladrones furtivos de
mercancías baratas.
Desde mi ventana puedo ver los barcos anclados tan lejos de los sueños y siento
pena de los marineros prisioneros del salitre y la distancia, que sueñan con
hermosas sirenas, que les roban el corazón para esclavizarlos en su mundo
submarino de calamares fantásticos, caballitos tiernos de mar y peces de
colores.
Domingo Acevedo.
Foto tomada de la red.