miércoles, noviembre 12, 2025

Pakistán: la guerra por otros medios.




El Departamento de Estado norteamericano ha vuelto a convertir a Pakistán en un laboratorio, profundizando las siempre tensas relaciones entre Islamabad y Nueva Delhi. Por la derrota de acercamiento que, a partir de la creación de los BRICS (2009), India ha tenido hacia Rusia y China. Donde también se alienta una alianza militar entre estas tres naciones, el RIC.
Mientras que Washington trabaja en un trípode de limitación conocido como el Creciente de Contención Asiático (Filipinas, Japón, Taiwán), al que de alguna manera se podrán sumar Pakistán y Bangladesh, después de que en ambas naciones se hayan perpetrado golpes contra los gobiernos independientes del indio Imran Khan en 2022 (Ver: Pakistán, ensayos para el caos) y la bangladesí Sheikh Hasina de 2024 (Ver: Bangladesh, parte de la desestabilización regional).
Washington ha alentado conflictos en la frontera afgana, ya que hoy los mullah, a fuerza de realpolitik, se enfrentan al gobierno del primer ministro pakistaní, Shehbaz Sharif, en última instancia un país musulmán con cerca de doscientos cuarenta millones de “hermanos”, y se acercan a Narendra Modi, el primer ministro indio, conocido a lo largo de toda su historia política por su acérrimo antiislamismo y su fundamentalismo hinduista.
En este marco hemos visto en varias oportunidades a Islamabad atacando dentro de Afganistán posiciones del grupo terrorista Tehrik-e-Talibán Pakistán (TTP) que opera junto a la Línea Durand, como se conoce a la frontera entre Pakistán y Afganistán. El que, según Islamabad, contaría con el apoyo de los mullah afganos.
Más allá de la militarización de la frontera norte, con cerca de tres mil kilómetros, de los que mil están alambrados y monitoreados por cámaras y sensores. Los milicianos siguen atravesándola para golpear blancos pakistaníes y volver a Afganistán, por los mismos milenarios y arduos senderos que parecen existir solo para ellos.
Anclado en este contexto, Estados Unidos alienta a Islamabad a enfrentar al fundamentalismo islámico, en todos los frentes en los que actúa, a pesar de haber sido un aliado del establishment durante décadas.
A mediados de octubre pasado, Pakistán no solo continuó con su operación antiterrorista en su territorio, sino que se atrevió a bombardear la ciudad de Kabul, en procura de eliminar a uno de los principales líderes del TTP, el emir Noor Wali Mehsud, quien habría logrado sobrevivir. Además, drones y aviones pakistaníes operaron sobre posiciones terroristas en otros puntos del interior afgano.
Esto provocó la inmediata respuesta de los mullahs, dando inicio a una escalada, que dejó una treintena de muertos y cientos de heridos, la que apenas se detuvo por la rápida intervención diplomática de Qatar y Turquía (Ver: Pakistán Afganistán: ¿De qué lado están los fundamentalistas?), continuando la reyerta en una mesa de negociaciones en Estambul, donde a un mes de comenzada, todavía siguen en punto cero.
Por lo que sería previsible que de un momento a otro se reinicien las hostilidades. Más allá de las promesas públicas de ambos lados sobre mantener el alto el fuego. Muy a pesar de esto, los choques, aunque de mucha menor intensidad, continuaron hasta hoy, generando algunos muertos y heridos civiles.
En este contexto, Shehbaz Sharif también pretende poner en caja al fundamentalismo “no armado” de organizaciones políticas como el Tehreek-e-Labbaik Pakistan o TLP (Movimiento Aquí Estoy Pakistán), el partido que ha dado gran parte del sustento filosófico y se cree que también apoyatura financiera a varios movimientos terroristas.
El gobierno, argumentando las leyes antiterroristas, no escatimó recursos ni personal para reprimir la Marcha del Millón de al-Aqsa, organizada por el TLP, el pasado siete de octubre en protesta del genocidio en curso, que, más allá del falso alto el fuego, la entidad judía sigue perpetrando en Gaza. Que inició en 2023, bajo la excusa de la operación Tormenta de al-Aqsa, que Hamas realizó en territorios palestinos ocupados ilegítimamente por el ente sionista.
A lo largo del país, la Marcha del Millón de al-Aqsa, que ha convocado cientos de miles, fue reprimida con extrema violencia por parte de las autoridades federales, dejando al menos una docena de muertos, cincuenta heridos y cientos de detenidos. Una de las más numerosas se realizó en la ciudad de Muridke, en la provincia de Punyab, fronteriza con India, la más poblada y de mayor peso político de Pakistán.
Las protestas contra el genocidio gazatí, que habían comenzado el jueves nueve de octubre, se intensificaron al siguiente sábado, cuando la policía comenzó la etapa más violenta de la represión, atacando a los manifestantes con bastones y gases pimienta y lacrimógenos. Dando lugar a que los militantes islamistas llamaran a la policía y los rangers que los reprimieron “matones al servicio de Israel”.
También se registraron manifestaciones en otras ciudades del país, incluida Lahore, con catorce millones de habitantes, capital de Punyab y cuna del Tehreek-e-Labbaik Pakistan.
Las grandes marchas obligaron al gobierno federal al cierre de miles de escuelas y bancos, la suspensión de actividades comerciales en muchas de las ciudades donde se esperaban estas grandes protestas, donde, además, se interrumpió el acceso a la telefonía móvil y el servicio de internet, en un intento para dejar incomunicados y sin difusión a los manifestantes.
Estos actos políticos, que son verdaderas marchas, como es de estilo tanto en Pakistán como en India, muchas veces cubren cientos de kilómetros con largas caravanas llevando multitudes de una ciudad a otra.
En la represión a la Marcha del Millón, muchas rutas fueron bloqueadas para impedir el refuerzo de las policías. Mientras que en el interior de las ciudades las principales avenidas y autopistas, como fue el caso de Islamabad, fueron las autoridades las que bloquearon con camiones y contenedores para evitar la llegada de más manifestantes.
En Islamabad, que fue militarizada, los choques entre manifestantes y policías fueron particularmente duros cuando los primeros intentaron llegar al edificio de la embajada norteamericana. En la mayoría de estos enfrentamientos, los manifestantes respondieron con piedras, llegando a incendiar una media docena de móviles policiales.
La proscripción del TLP
A consecuencia de los disturbios, el gobierno del Punyab, amparándose en la ley antiterrorista, solicitó a la Autoridad Nacional contra el Terrorismo (NACTA), que controla tanto a las personas como a organizaciones sospechosas de ser terroristas, que estén vinculados, como fue el caso del Tehreek-e-Labbaik Pakistan. Lo que más tarde sería refrendado por Shehbaz Sharif.
El TLP cuenta con un extenso historial de protestas masivas y salvajes, la mayoría de ellas en defensa de leyes para castigar la blasfemia, con hasta penas de muerte. Además de todo tipo de normativas y decisiones gubernamentales que de una u otra forma afecten o atañan al islam.
En 2020, bajo el gobierno de Imran Khan, el TLP fue ilegalizado por las violentas revueltas que sus militantes protagonizaron a raíz de las nuevas caricaturas del profeta Mahoma con las que el semanario francés Charlie Hebdo había vuelto a desafiar a los integristas, tras la trágica jornada del siete de enero de 2015. (Francia: Elogio a la hipocresía.)
La postura antiisraelí del TLP, que es apoyada por cientos de organizaciones menores dentro de Pakistán. Como es de uso, funcionarios gubernamentales fueron presionados por el Departamento de Estado y la embajada norteamericana, que fungen como vocero de Tel Aviv, ya que Israel no cuenta con representación diplomática en este país; responsabilizaron al TLP de incitación al odio e instigación al desorden público.
Mientras que India, el principal receptor de la cambiante política exterior de Pakistán, tras la caída de Khan, se mantiene cada vez más atenta a las jugadas de Islamabad. Cuyas posiciones agresivas hacia Kabul solo intentan presionar a los mullahs, para debilitarlos y que abandonen su creciente alianza con India.
Hoy Pakistán e India no podrían tener más puntos de diferencia. A uno y otro lado de la Línea Radcliffe que separa a ambas naciones, excede a la sempiterna tensión por Cachemira. Al tiempo que Islamabad se hunde en la inestabilidad económica y de seguridad, que lo ha llevado a ser el cuarto deudor del FMI, después de Argentina, Ucrania y Egipto, Nueva Delhi está a punto de convertirse en una potencia de orden mundial.
Al tiempo que Islamabad se subordina a las órdenes de Washington, Nueva Delhi se trata de igual a igual con China y Rusia, ambas naciones que disputan la primacía mundial en la economía y potencial militar con los Estados Unidos.
En este juego de presiones que la Casablanca aplica a Pakistán, parece estar intentando provocar una guerra por otros medios.

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