domingo, noviembre 16, 2025

Un encuentro irrepetible: Albert Einstein y Marie Curie




En el verano de 1913, los Alpes fueron testigos de un encuentro irrepetible: Albert Einstein y Marie Curie caminando juntos, mochila al hombro, como dos viajeros más perdidos entre montañas que parecían eternas.

Einstein había viajado a Samedan, en la Alta Engadina, donde Curie pasaba unos días con sus hijas, Irène y Ève, acompañadas de una institutriz. Desde allí iniciaron una caminata alpina siguiendo senderos luminosos entre lagos largos y silenciosos, bordeados por pueblos que parecían colgar del cielo.
Los jóvenes avanzaban primero, riendo, saltando sobre la grava suelta, ajenos al hecho de que dos de las mentes más brillantes de la humanidad caminaban justo detrás de ellos.
Einstein y Curie avanzaban más lento, conversando a su propio ritmo.
Ella, atrapada por las preguntas nuevas que abría la teoría cuántica.
Él, obsesionado con ese universo elástico que estaba construyendo en su cabeza, donde el tiempo se doblaba y la gravedad dejaba de ser un misterio para convertirse en geometría.
Hablaban en un idioma híbrido, a medio camino entre el francés que Einstein nunca dominó y el alemán que Curie no disfrutaba. Pero se entendían. Como si la ciencia, en ellos, fuera una lengua materna.
Entonces ocurrió ese pequeño momento humano que ninguna biografía académica cuenta.
Mientras avanzaban entre rocas y grietas, Einstein se detuvo de golpe, tomó suavemente del brazo a Marie y le dijo, con la urgencia de un niño curioso:
—Mira, necesito saber exactamente qué le sucede a una persona atrapada en un ascensor cuando cae al vacío…
Las jóvenes adelantadas estallaron en carcajadas.
Creyeron que Einstein estaba preocupado por un accidente absurdo, sin imaginar que ese ascensor imaginario sería la semilla de uno de los pensamientos más profundos de la física moderna: el principio de equivalencia, el corazón de la relatividad general.
Curie sonrió. Porque entendía mejor que nadie que el mundo cambia gracias a las preguntas que parecen insignificantes.
Y así siguieron caminando, dos gigantes entre montañas gigantes, conversando como viejos amigos que se permiten pensar el mundo desde cero.
Un día perdido en los Alpes.
Un instante suspendido en la historia.
Y el recordatorio de que la genialidad, muchas veces, empieza con una pregunta caminada.

Archivo del blog