Robert Louis Stevenson no debía vivir más allá de los treinta años, según decían los médicos.
Desde niño había sido frágil y enfermo, con una respiración difícil, fiebres y ataques que lo dejaban exhausto.
Nacido en Edimburgo en 1850, creció en el seno de una familia acomodada de ingenieros, donde su padre, Thomas Stevenson, esperaba que el hijo siguiera la tradición familiar.
Pero Louis —como lo llamaban— tenía otros planes.
Pasó gran parte de su infancia en cama, leyendo y soñando. Como no podía correr ni jugar, inventaba mundos: levantaba teatros con muñecos de plomo, imaginaba mares, tesoros y héroes.
Sus padres esperaban que superara esa “inmadurez”. No lo hizo nunca.
Estudió Derecho en la Universidad de Edimburgo, para complacer a su padre, pero jamás ejerció.
En cambio, viajó cuando la salud se lo permitía, escribiendo ensayos y relatos de viaje que apenas le daban para vivir.
En 1876 conoció a Fanny Van de Grift Osbourne, una estadounidense separada y madre de dos hijos.
Se enamoró de ella, y cuando ella regresó a California, Stevenson la siguió, cruzando el Atlántico y los Estados Unidos a través de trenes y barcos humildes.
El viaje casi lo mata. Llegó enfermo, pero se casaron en 1880.
Fanny se convirtió en su enfermera, su compañera y su protectora.
En 1881, Louis y Fanny se refugiaron en una pequeña casa en Escocia con el hijo de Fanny, Lloyd Osbourne, de doce años.
Llovía sin cesar. Para distraerse, el muchacho dibujó un mapa de una isla imaginaria.
Stevenson lo miró y vio una historia.
Añadió nombres, montañas, bahías, una “Colina del Telescopio” y, en el centro, una cruz marcada con una X.
Así nació la idea de La isla del tesoro.
Cada tarde escribía un capítulo y lo leía en voz alta después de la cena.
Lloyd escuchaba fascinado, y los adultos también se dejaron llevar por la aventura.
Incluso el severo padre de Stevenson, ingeniero y racional, se entusiasmó tanto que sugirió ideas para la trama.
El resultado fue un relato de pura emoción: Jim Hawkins, un joven valiente, un mapa misterioso, un viaje al mar y el carismático pirata Long John Silver, el villano más humano que la literatura infantil había conocido.
Lo extraordinario es que Stevenson inventó casi todo lo que hoy consideramos “típico” de los piratas:
el mapa con una X, el cofre enterrado, el loro en el hombro, las canciones marineras, la bandera de calaveras y tibias.
Los piratas reales nunca fueron así, pero los de Stevenson conquistaron la imaginación del mundo.
El manuscrito fue publicado primero en 1881–1882 en la revista Young Folks bajo el título The Sea Cook, or Treasure Island.
El éxito fue discreto. Pero en 1883, al aparecer en libro, se convirtió en un fenómeno.
Por primera vez, Stevenson fue famoso y económicamente libre.
Siguieron otras obras maestras: Kidnapped (1886), The Strange Case of Dr. Jekyll and Mr. Hyde (1886), The Master of Ballantrae (1889).
Pero su salud siguió deteriorándose. Los médicos le recomendaban climas suaves: Suiza, el sur de Francia, los Alpes, América. Nada lo curaba.
En 1888, él y Fanny emprendieron un viaje hacia el Pacífico Sur.
Visitaron las Marquesas, Tahití, y finalmente Samoa, donde se establecieron.
Allí, sorprendentemente, Stevenson recuperó fuerzas.
El 3 de diciembre de 1894, mientras ayudaba a Fanny en la cocina, se desplomó de repente.
Había sufrido una hemorragia cerebral. Murió aquella noche, a los 44 años.
Los samoanos cumplieron su deseo: llevaron su cuerpo al monte Vaea, para que descansara mirando al mar.
En su tumba grabaron los versos que él mismo había escrito:
Aquí yace donde deseaba estar;
de regreso del mar, está el navegante;
y de regreso de la colina, el cazador.
