sábado, julio 22, 2017

El insólito camuflaje de los barcos soviéticos durante el sitio de Leningrado


Camuflaje del acorazado Revolución de Octubre/Fotos: 22Sobaki
Aunque hoy esté olvidado, al menos en buena medida y en el mundo occidental, hubo un tiempo -la primera mitad del siglo XX- en que Boris Alekseevich Smirnov-Rusetsky era un apreciado artista.
Algunos de sus cuadros pueden contemplarse en museos y otros se siguen vendiendo por internet. Pero apenas se encuentra información sobre su vida y la que hay es casi telegráfica.
Aun así hemos podido encontrar un episodio en ella que resulta cuando menos curioso: sus diseños para camuflar buques de guerra durante la Segunda Guerra Mundial.
Boris nació el 21 de enero de 1905 en San Petersburgo, pero en 1917 se trasladó con sus padres a Moscú.
Cinco años más tarde estaba en la universidad moscovita estudiando Ingeniería Financiera, aunque para entonces su verdadera afición ya empezaba a desbordar cualquier corsé: el arte.
En 1919 había acompañado a su padre en una comisión de servicio a Kuskovo, en las afueras de la ciudad, y allí fue donde al parecer se despertó en él esa vena artística.
Empezó dibujando, como suele ser costumbre, y mostró maneras lo suficientemente prometedoras como para que sus progenitores aceptaran matricularle en una escuela de dibujo.
Boris confirmó esa aptitud y en 1923 presentaba su primera exposición de pintura en la capital rusa; comenzaba a labrarse un nombre casi de forma paralela al nacimiento del nuevo estado, la URSS, que afrontaba ya el final de su trágica guerra civil post-revolucionaria.
Boris Smirnov-Rusetsky en la Armada/Foto: 22Sobaki
Metido ya en los círculos artísticos, en 1926 Boris se unió a tres colegas (Petr Fateev, Vera Pshesetskaya y Alexander Sardan) para fundar un cuarteto llamado Cuádriga al que poco después se sumaron otros como Sergey Shigolev y Victor Chernovolenko.
Estaban influenciados en el plano filosófico por la célebre Helena Petrona Blavatsky, más conocida como Madam Blavatsky, una ocultista, escritora y teósofa que estuvo muy de moda en el siglo XIX.
Helena Petrovna Blavatsky/Foto: dominio público en Wikimedia Commons
Pero siendo artístas plásticos las principales influencias tenían que venir también por esa línea y lo hicieron de la mano de dos pintores que habían alcanzado bastante popularidad: Mikalojus Konstantinas Čiurlionis, que también era músico y fue uno de los pilares del simbolismo y el art nouveau en Lituania, y Nikolái Konstantínovich Roerich, que además del arte practicaba la arqueología, la filosofía, la literatura… (aquí le dedicamos un artículo a uno de sus viajes, el que organizó patrocinado por el estado en busca del mítico reino tibetano de Shambala).
Čiurlionis y Roerich tenían un estilo orientalista en temas y tratamiento que, como decía, además llevaba una pátina teosófica. Por lo visto fue Roerich el que sugirió al grupo cambiar de nombre y pasar a llamarse Amaravella, palabra sánscrita que podría traducirse de varias formas, aunque todas en el mismo sentido: Playa de la inmortalidad, Brote de inmortalidad, Morada de los inmortales…
Roerich en 1916/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons
Le hicieron caso y el nuevo grupo adoptó como seña de identidad estilística esa nostalgia por tiempos pasados y por la cosmogonía mitológica de la vieja Rusia. En historia del Arte se les conoce más bien como los cosmistas rusos, si bien el movimiento cosmista iba más allá de Amaravella; digamos que eran sus paladines en pintura, pero en dicho movimiento militaban también, entre otros, Nikolái Fiódorovich Fiódorov (que buscaba la inmortalidad e investigaba cómo resucitar a los muertos), Konstantín Tsiolkovski (cuya ilusión era la exploración espacial y defendía el pampsiquismo) o Vladímir Vernadski (creador del concepto Noosfera, conjunto de los seres inteligentes y el medio en que viven).
De todos los componentes de Amaravella, Boris fue quien más descolló y quien se convirtió en mayor representante. Ahora bien, lo verdaderamente interesante y curioso de su carrera, al menos en lo concerniente a este artículo, llegó con el estallido de laSegunda Guerra Mundial y la aplicación de su genio a las circunstancias: la protección de la Flota del Báltico.
No es fácil distinguir un submarino bajo ese escondite/Foto: 22Sobaki
Boris quedó atrapado en el sitio de Leningrado, donde había sido incorporado a la armada, que estaba bloqueada en el puerto con dos viejos acorazados, el Marat y elRevolución de Octubre, como buques más importantes, aparte de otras unidades como el crucero Kirov o el destructor Feroz.
Los aviones alemanes solían bombardearlos con la idea de acallar sus cañones, pues aunque no podían zarpar sí hacían uso de la artillería para colaborar en la defensa. Por eso Boris recibió el encargo de diseñarles un sistema de camuflaje .
Uno de los bocetos de Boris/Foto: 22Sobaki
La cosa no era fácil; ¿cómo hacer pasar desapercibidos barcos de guerra de esas dimensiones que además están anclados en puerto? No se podía recurrir a la clásica pintura en zig-zag ni a usar colores miméticos ni a ocultarlos bajo vegetación (aunque alguno se convirtió en un improvisado jardin arbóreo), así que la propuesta del artista fue la que vemos en los bocetos adjuntos: cubrirlos con una amalgama de redes, planchas, andamiajes y materiales diversos que, a la vista, los fusionaban con los cobertizos y estructuras arquitectónicas levantadas en los muelles o con maderos flotantes, como se aprecia en este otro bosquejo.
Imagen: 22Sobaki
El Marat sufrió daños gravísimos e incluso llegó a encallar en el trayecto a Kronstadt, a donde se dirigía para ser reparado, pero no se perdió, recuperó su nombre original dePetropavlovsk, fue reparado y devuelto al servicio, participando en algunos combates; tras la guerra, sirvió como buque-escuela hasta su desguace en 1953.
Por su parte, el Revolución de Octubre, antes llamado Gangut, también sobrevivió a las bombas e igualmente pasó a ser buque-escuela, terminando sus singladuras en 1959.
El acorazado Marat, camuflado/Foto: 22Sobaki
Pese a que probablemente aquellas dos naves se salvaron gracias en parte a Boris Smirnov-Rusetsky, al acabar el conflicto cayó en desgracia ante el régimen y estuvo varios años preso, trabajando en la fábrica de vidrio de Leningrado, donde aún se conservan piezas hechas por él.
Le rehabilitaron en 1956 y regresó a Moscú, donde retomó su carrera artística y organizó varias exposiciones individuales por todo el país e incluso el extranjero, hasta su fallecimiento en San Petersburgo el 7 de agosto de 1993.

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