jueves, septiembre 25, 2025

La valentía no siempre se mide en batallas ganadas

 



El 19 de septiembre de 1940, en la plaza de Oschatz, Alemania, una mujer permaneció cuatro horas en un cepo público, expuesta al ridículo de una multitud. La etiqueta que llevaba la marcaba como “mujer deshonrada”. Su “crimen”: haberse enamorado de un prisionero de guerra polaco.

Se llamaba Dora von Nessen. Su sufrimiento, sin embargo, no comenzó aquel día. Nacida en 1900, había vivido con dislexia y timidez, siempre señalada como “no apta”. En 1936, bajo la despiadada Ley para la Prevención de la Descendencia Afectada por Enfermedades Hereditarias, fue esterilizada a la fuerza en el hospital de Wurzen, privada del derecho a tener hijos.
Cuando su esposo fue enviado al frente, Dora trabajó en la finca Calbitz-Kötitz, donde los prisioneros eran tratados con brutalidad. Allí, en medio de la violencia, cometió el acto más subversivo que podía imaginar el régimen: eligió amar. Para los nazis, fue una traición a la raza. Para ella, fue simplemente un gesto humano.
El precio fue devastador: divorcio, humillación pública, desprecio social. Pero sobrevivió. Volvió a Fuchshain, trabajó en una fábrica de galvanizado y vivió el resto de su vida en silencio, con una dignidad que ni la esterilización, ni el escarnio público, ni la persecución pudieron arrebatarle.
Dora von Nessen murió en 2003, a los 103 años. Testigo de un siglo convulso, llevó consigo la memoria de lo que significa resistir sin armas, de defender la humanidad incluso cuando todo alrededor la niega.
Su historia nos recuerda que la valentía no siempre se mide en batallas ganadas, sino en la capacidad de no renunciar al amor ni a la dignidad en medio de la opresión.

Tomado de la red.

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