Barcos negreros
En su itinerario de horror
barcos negreros vomitan cadáveres en una
mar de topacio
anidan en un trapiche oxidado por
el dolor
voces quebradas por el látigo
areito fúnebre
batey desolado
sudor que al tocar la tierra se
convierte en sangre
pechos devorados por un rayo carnívoro
grito que rompe las cadenas que atan la
quimera
al canto de las luciérnagas
luna que todas las noches llora sobre
las ceibas
su eternidad
caminos de luto y gloria
que en pierde en la memoria anónima
de los esclavos
que hace siglos mueren en el cañaveral
cruces clavadas en el útero de la
inocencia
por los guerreros de plata
que enseñoreados en su maldad
levantan entre sus manos un estandarte
de sangre
isla perdida en la ruta del sol
antigua y ambigua
ubicada en un cateto de azúcar y sangre
puerta de jade
por donde penetraron los caballos
apocalípticos
a perforar con sus arcabuces
la tierna inocencia de los taínos
Trampa ancestral
Pedazos de luna derritiéndose entre los espejos de las madrugadas
espada vencida por la gloria
relámpago anfibio
torbellino de luz
tres naves carnívoras navegando entre la bruma de agosto
hacia las luces y las sombras de octubre
boca llena de una luz mineral
trampa ancestral
junto al sendero del ocaso un lirio resplandece
sonidos de tamboras en la voz destemplada del viento
trapiche desolado
cañaveral ensangrentado por un sonido de cadenas rotas
danza victoriosa
litoral de cenizas
lágrimas de cera en los ojos de la quimera
y más allá del resplandor amarillo de las olas que iluminan el amanecer
cadáveres mutilados chorrean sangre sobre los pergaminos de la historia
Negra Antillana
I
Negra Antillana
en tu sangre llevas el ritmo tropical
del Caribe imperial
reina del mar y los caracoles
reina del amor y la ternura
reina de la melaza y del guarapo
II
Negra majestuosa
alegre y sensual
amo tu piel color aceituna
de la que te sientes orgullosa
porque sabes que es hermosa
de África una flor en la distancia
III
Negra dulce y encantadora
deidad que aún suspira
en el dolor de la historia
que los esclavos escribieron
con su sangre en América
IV
Deidad que habita en las noches
alegres de los bateyes
y vive en los cañaverales
y en los cafetales en flor
V
Y permanece en los días
Interminables de las zafras
donde tu presencia dulcifica
la vida de los hombres
que hacen del duro trabajo
una canción de amor
VI
Negra antillana
simple
inmensa
esencia de siglos
sueños de atabales
ritmo de tambores
es amargo nuestro azúcar
pero dulces tus labios que anhelo
África
África
te llevamos dentro de nosotros
donde corres impetuosa
como un río que infla
nuestras venas de orgullo
II
Lates en nuestros corazones
como un tambor
que enciende nuestra sangre
de ritmo y pasión
III
África
tan lejos y tan cerca
como el horizonte
de una primavera tropical
IV
Oscura y dulce como el azúcar crema
V
Liviana y simple como una mariposa
VI
Alegre y tierna como una doncella
enamorada por primera vez
VII
África
aquí en nosotros
tú vives en América
Trópico de fuego
Trópico de fuego
cañaveral de sangre
ingenios oxidados por el dolor
senderos perdidos en la memoria
hombres tendidos al sol
con el alma encadenada
a los sueños
y más allá de la angustia púrpura
del látigo en la espalda
la libertad es un canto
Un sendero de sangre
Ay negro
cuando quisiste ser libre
nadie pudo detenerte
por un sendero de sangre
tus huellas van tras
la alborada
Pergamino de lágrimas
Mi voz dibuja en un pergamino de lágrimas
un lejano horizonte de caña y sangre
en donde el tiempo acumula
en un rincón de mi alma
voces quebradas por el látigo
Hogueras de sangre
Largos caminos de viento y de sal
naos repletas de voces
que se ahogan en la noche
rastro infinito de cadáveres en el mar
raíces sembradas en el viento
miradas aplastadas
bajo los escombros rojizos de la tarde
huellas congeladas en la memoria
hogueras de sangre iluminado en el cielo
pasos que se pierden en un siglo de arena
trapiches olvidados junto al sendero
de un trópico lejano
tamboras
maracas
danza
sudor
rotas las caderas
no puede el látigo
huérfano de toda humanidad
acallar el canto
que brota del cañaveral.
Tu historia
Es la tambora
la única que sabe tu historia
no es el látigo
que en tu espalda
levanta surtidores de sangre
en tu piel
no es el sol que derrite
tus sueños
ni es el amo
ay negro
es la tambora
la que en cada sonido
cuenta tu historia
El Latigo
Del látigo al salario
tu historia
siempre ha sido la misma
negro
la vida por nada
dejas en el trabajo
Negro
Negro
no olvides que vienes de África
que con tu sangre en América
también se escribe la historia
Negra
I
Negra
ven a los brazos del negro
que la noche es breve
II
Ven
que el amo duerme
III
Ven
que el amor te libera
La reina
Negra
que habitas en el ritmo
de los atabales
que gritan tu procedencia
cuando en las noches
bajo las ceibas florecidas
de estrellas
las manos sudorosas de los hombres
despedazan a ritmo
los cueros de las tamboras
para que tú
coronada de ilusiones
seas la reina del batey
Piedra de sacrificio
Esta herida que tengo en el costado izquierdo
de la memoria
no deja de sangrar mariposas amarillas
en mi voz
mi voz que llegó de África a este continente
desnuda y con grilletes
en una carabela que iba vomitando cadáveres
por los mares sin retornos del tiempo perdido
dejando en los salones memorables de la noche
un cementerio de muertos innombrables
que permanecen intactos en las urnas funerarias
del viento
esta herida que tengo en el costado izquierdo
de la memoria
no deja de sangrar mariposas amarillas
en mi voz
en mi voz de tambor ancestral
que ilumina con su canto
los azules rincones del agua
eco luminoso
manantial de luz que brota
de las heridas del tiempo
piedra de sacrificio
raíz de árbol sagrado
hoja petrificada tras el ambarino cristal
del otoño
cuchillo de sal que hiere la eternidad
canto de guerra
alarido de muerte
mi voz
llanto de sirena en un océano envenenado
de cadáveres fosforescentes
lluvia de caracoles dormidos en el alma
ala de guaraguao
nido de aves fantásticas
sonido de selva tropical
mi voz de cañaveral y trapiche
de guarapo y melaza
de algodón ensangrentado de sudor
y espanto
mi voz
por el sendero que une a los dos continentes
un sonido de cadenas rotas ilumina la historia
El amor te libera
I
Negra
ven a los brazos del negro
que la noche es breve
II
Ven
que el amo duerme
III
Ven
que el amor te libera
Sebastián Lemba
Ven aquí negra mía
y deja que la luna
de seda y ternura
te vista la piel
vamos
que en los manieles
repican las tamboras
anuncian que Sebastián Lemba
las cadenas rompió
y los negros en América
libres ya son
De África
De África a los trapiches
de los trapiches a los manieles
de los manieles a la aurora
venturoso es el camino
que lleva negro a la gloria
Naos repletas de voces
Largos caminos de viento y de sal
naos repletas de voces
que se ahogan en la noche
rastro infinito de cadáveres en el mar
raíces sembradas en el viento
miradas aplastadas
bajo los escombros rojizos de la tarde
huellas congeladas en la memoria
hogueras de sangre iluminan en el cielo
pasos que se pierden en un siglo
de luces y sombras
trapiches olvidados junto al sendero
de un trópico lejano
tamboras
maracas
danza
sudor
rotas las caderas
no puede el látigo
huérfano de toda humanidad
acallar el canto
que brota del cañaveral.
Estruendo de arcabuces
Estruendo de arcabuces
perforan las paredes del tiempo
Anochece
el mar salpica de cadáveres
los azules rincones de la distancia
arde la noche
en la memoria
pasos desnudos huyen
y un galope desenfrenado de caballos
acorrala en la oscuridad
los gritos y las voces de los guerreros
que con su sangre iluminan el camino
de la esperanza
piedra de dolor
inerte la carne
mudas las tamboras
una hilera de hombres y mujeres vencidos
miran azorados a sus verdugos
y al compás de la muerte
el látigo y las cadenas danzan
amanece
por un océano de sangre
una embarcación se aleja
Un lirio roto
Un lirio roto
una mariposa herida
un horizonte de pájaros agonizantes
un sol atrapado tras los cristales del tiempo
una anacahuita recostada contra la última tarde del otoño
un camino herido por el llanto
un mar de topacio
una embarcación repleta de gritos que salpican la historia de lágrimas
una hoguera congelada en la mirada del invierno
un cañaveral de sombras donde se cuece el dolor
un trapiche de látigo y sudor
una tambora que llora en las noches claras del verano
una luna de jade en un cielo cuajado de sangre
un unicornio moribundo junto al sendero de la alborada
donde un relámpago de cadenas rotas dejan en el viento
un murmullo de huellas que se alejan por el camino de la gloria y el
sacrificio
hacia la eternidad
Evidencia
Yo que transito en el tiempo recolectando estrellas
tengo la maleta repleta de recuerdos
de nombres viejos y olvidados
de muertos ignorados de mi infancia
que solo yo recuerdo
cuando rebusco entre las cenizas del olvido
y mis manos tocan con ternura
los huesos de mi viejo linaje
y en mi memoria se encienden milenarias hogueras
y en mi pecho un tambor late
y África como una evidencia
es una lágrima entre mis ojos
cuando miro el camino real
que se pierde más allá del horizonte
Hay un rastro reciente de cadáveres en
el mar
atlántica ruta de dolor
que deja en la playa huellas de sal y
sangre
muchedumbre acorralada por el látigo
empujada por el amo al cañaveral
donde bajo un sol de fuego
día a día
se derriten sus sueños
en un canto
que evoca la gloria perdida
del esclavo
que muere lejos de la tierra que lo vio
nacer
encadenada la voz
en las noches lejanas
las palabras retumban en los tambores
grito de libertad que el amo no puede
acallar
que en los trapiches rompe cadenas
tropel de sombras que en el amanecer
aletea hacia la libertad del quilombo
donde se recomponen los sueños
en un maniel esperanza
mientras en el palenque
los cimarrones se preparan
para tomar por asalto la aurora
Isla de algodón, caña y dolor
Aborigen esencia coagulada
en la inocencia intacta del amanecer
tainos prisioneros
en las inéditas habitaciones
de la sangre
por la espada y la cruz
extinto su linaje
ancestral
por el odio de los
guerreros
acorazados en su maldad
que en la antesala de los días por venir
ante tanto horror
un behique mudo
se suicida con los cuchillos de las profecías
Isla de algodón y caña
el viento balbucea un abecedario de muerte
y el mar bosteza cadáveres
que agonizan en la arena luminosa de la alborada
hay
en las voces de los que cantan en el cañaveral
un oleaje de salitre
clima salobre que derrite la piel
de los hombres
que bajo el sol tropical de la isla
cortan la caña
gotas de sal y sangre que humedecen la tierra
enferma ante tanta crueldad
mientras el látigo silba en el aire
buscando airado la espalda del esclavo
que arrodillado suplica un sorbo de agua
y como premio recibe
una herida en la espalda
rotas las cadenas
alegre danzan los negros
al ritmo acompasado de las tamboras
cuando en las noches
la luna
como un nido de luciérnagas
chorra su luz
sobre el quilombo
Mi origen
La tarde recrea ante mis ojos la nostalgia de mi origen perdido en
África.
La tristeza de estos largos años de exilio en que hemos perdido
nuestra identidad, hace florecer entre mis ojos lirios de agua.
La pena acumulada durante estos siglos de huir a ningún lado golpea
mi memoria como un látigo de sal que abre viejas heridas que vuelven a
sangrar bajo el sol púrpura de nuestro ocaso. Tantos años de olvido han
dejando en mi boca el agrio sabor de la ausencia
África es en mi corazón una hoguera que se enciende entre mis ojos cuando
miro hacia atrás, se que ya no volveré al acrisolado mundo de mis
sueños; me he resignado a morir en esta tierra tan ajena y tan mía, pero
mi vida sigue allá, en la aldea de donde una noche mi ADN sin
querer, empezó a viajar en un cuerpo desconocido hacia una isla perdida en el
mar Caribe.
Quinientos años después, la mirada triste de la abuela Mamá Tita, me
despierta en medio del estruendo de los arcabuces y los gritos de
los hombres que defendían a los suyos, hasta terminar atados
a la codicia de unos hombres que contra el reflejo de la aldea incendiada
los conducían por un sendero de horror hasta una embarcación anclada en
un océano de cadáveres, emprendiendo un viaje sin retorno hacia el dolor.
Yo apenas era menos que un sentimiento perdido en la memoria de alguien que
aún no había nacido, pero ya llevaba sobre mis hombros el peso de una
historia de látigo y sudor, donde la vida nunca dejó de ser un canto que en las
noches, se multiplicaba en la voz alegre de las tamboras.
Domingo Acevedo.
Fotos tomadas de la red.