domingo, diciembre 21, 2025

“Las venas abiertas de América Latina”

 



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LAS VENAS DE AMERICA LATINA SIGUEN ABIERTAS…
Y ahora, las abren desde adentro.
Eduardo Galeano escribió “Las venas abiertas de América Latina”, como quien traza una cartografía del despojo con la paciencia de los siglos. No fue un panfleto ni un capricho ideológico: fue una autopsia histórica. Señaló minas, puertos, monocultivos, rutas comerciales, golpes de Estado y nombres propios. Explicó, con una prosa que dolía y seducía a la vez, que el subdesarrollo no era un accidente ni una mala racha, sino la consecuencia lógica de un sistema internacional diseñado para extraer, concentrar y descartar. Medio siglo después, la obra conserva una vigencia inquietante. Lo que ha cambiado no es el saqueo, sino su método y su narrativa. Ya no siempre desembarcan imperios con botas, cañones o virreyes: hoy muchas veces entran por decreto, contrato, lobby, rating televisivo o aplauso electoral.
La derecha latinoamericana ha perfeccionado una paradoja digna de estudio académico: se proclama defensora de la patria mientras remata sus recursos estratégicos; invoca la libertad mientras consolida dependencias estructurales; demoniza al Estado mientras lo pone, sin pudor, al servicio de intereses privados transnacionales. Privatiza lo que puede, flexibiliza el trabajo, concesiona el agua, depreda el medioambiente y lo llama modernización. Reduce derechos sociales y lo presenta como eficiencia. La promesa es siempre idéntica y cíclica: inversiones, crecimiento, prosperidad futura. El resultado, también conocido: concentración obscena de riqueza, reprimarización productiva, salarios deprimidos y desigualdad estructural crónica.
Los datos son menos poéticos, pero igual de elocuentes. América Latina sigue siendo una de las regiones más desiguales del planeta; exporta materias primas de bajo valor agregado e importa tecnología cara; financia el desarrollo ajeno mientras posterga el propio. Pierde soberanía fiscal compitiendo en una carrera suicida por atraer capitales que entran rápido y salen más rápido aún. El extractivismo se profundiza, el empleo se precariza y la política industrial desaparece bajo el mantra del mercado autorregulado. Cuando el fracaso es evidente, se culpa a la cultura, al pasado, al “populismo” o al “exceso de derechos”, nunca al modelo que reproduce dependencia.
En Argentina, Javier Milei confunde alineamiento geopolítico con obediencia entusiasta. Se declara enemigo del imperialismo… salvo cuando viene en inglés o hebreo, envuelto en inversiones, tratados asimétricos o aplausos vacíos en foros internacionales. En Chile, José Antonio Kast promete orden mientras ofrece un menú conocido a quienes por siglos han convertido al continente en zona de sacrificio: recursos baratos, mano de obra dócil y Estados reducidos a notaría. Ambos comparten una convicción peligrosa y profundamente colonial: que el desarrollo vendrá de afuera, que la soberanía es un estorbo y que el mercado no sólo es eficiente, sino moralmente superior.
Galeano advirtió que el desarrollo de unos se alimenta del subdesarrollo de otros. Hoy esa relación persiste, pero con una novedad alarmante: cuenta con administradores locales convencidos, prolijos, tecnocráticos y sonrientes. Ya no hace falta invasión cuando hay convicción ideológica. La amenaza ya no sólo llega desde fuera; habita en discursos nacionales que celebran la entrega como virtud, la dependencia como pragmatismo y la desigualdad como daño colateral inevitable. Las venas siguen abiertas.
Lo verdaderamente trágico, es que ahora el bisturí lo empuñan manos latinoamericanas, convencidas de que sangrar es, al fin y al cabo, el precio de “modernizarse”.
@MisColumnas
Tomado de la red.

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