lunes, noviembre 18, 2024

Biografía de Manuel del Cabral

 





Manuel Antonio Cabral Tavárez (Escritor, poeta y narrador dominicano, mejor conocido como Manuel del Cabral).

Nació el 7 de marzo de 1907; era hijo de Amalia Josefina Tavárez Saviñón y de Mario Fermín Cabral y Báez.

Cursó sus educación elemental y secundaria en Santiago de los caballeros, y aunque su padre quiso verlo convertido en un abogado importante, su interés por la poesía lo alejó de las aulas universitaria cuando apenas iniciaba sus estudios de derecho.

En su juventud trabajó como linotipista y como librero en su pueblo natal. En 1931 a raíz de la publicación de su primer poema “Pilón” se trasladó a Santo Domingo. En 1938 se dirigió a Nueva York en un barco de carga. Tres meses después de su arribo a dicha ciudad, mientras se desempeñaba como limpiador de ventanas recibió la inesperada noticia de su nombramiento en un puesto menor en la embajada dominicana en Washington. Así inició una exitosa carrera diplomática que se extendió por casi tres décadas. La vida le sonrió al conseguir este trabajo ya que le permitió vivir tranquilamente haciendo un trabajo que le gustaba a la vez que sacaba tiempo para escribir.

Por su condición de diplomático residió en Estados Unidos, Chile, Colombia, Argentina y España, entre otros países, y trató con grandes figuras de la intelectualidad mundial. Junto al puertorriqueño Luis Palés Matos, y el cubano Nicolas Guillén, está considerado un pionero de la poesía negrista. Su libro “Trópico negó” (1942) lo sitúa como el poema que con más profundidad aborda la explotación de los negros africanos, pero su obra cumbre es “Compadre món” (1943).

Previamente había dado a la imprenta “Pilón” (1931) Color de agua (1932) y Doce poemas negros (1935) volúmenes de versos que reflejaban su interés popular y sus preocupaciones sociales e indigenistas. Más tarde con los poemas Los huéspedes secretos (1951), Sexi y alma (1956) o Los antis-tiempos (1967) Incursionó en nuevas temáticas, en especial en una poliédrica versión del amor cargado de erotismo alternándolo con la reafirmación de su compromiso político en composiciones como la de La isla           ofendida (1965) en defensa de la revolución cubana.

Uno de los temas fundamentales de su obra es la discriminación racial; en ella encontramos una clara intencionalidad de cantar a la raza negra y reconocer todos sus aportes sobre la cultura latinoamericana. Supo además tocar temas políticos y personales con gran intensidad, haciendo de la poesía un espacio de reflexión en torno al mundo y a la propia existencia. Otro elemento para resaltar de su obra es la presencia de elementos naturales Pájaros, árboles, ríos, brisa.

Para Cabral existe entre poesía y naturaleza una estrecha relación y aunque asistimos en él a una obra poética pluricultural donde lo urbano adquiere una gran importancia, hay un deseo de volver a las raíces, de cantar a la vida desde la propia naturaleza, algo que lo convierte en uno de los poetas dominicanos más exquisitos.

Su producción como cuentista es bastante amplia y apreciada por el público y la crítica. Como novelista, en cambio, no fue prolífero ni tuvo tanto éxito; en los 70 publicó las novelas el escupido (1970) y el presidente negro (1973), sin que los logros se aproximaran a los obtenidos en sus otras facetas intelectuales. Practicó también el ensayo, campo en el que se mostró sagaz y, a veces, cáustico, y vertió sus recuerdos en el libro autobiográfico “Historia de mi voz (1964)”; mucho menos conocida es su afición a la pintura.

Manuel del Cabral vio reconocida su trayectoria con la concesión del premio nacional de literatura de la república dominicana (1992). Patrocinado por fundación Corripio y la entonces secretaría de estado de educación de la república dominicana. Murió en Santo Domingo el 14 de mayo de 1999.

A continuación compartimos el enlace de la producción Poemas negros sociales de los otros, la cual es parte del legado de este gran escritor dominicano. Los poemas son narrados por el artista Alejandro Cabral, hijo de Manuel del Cabral.


Compadre Mon

[Poema - Texto completo.]

Manuel del Cabral


Tanto he pisado esta tierra,
que es ella la que anda ya.

Compadre Mon



Por una de tus venas me iré Cibao adentro.
Y lo sabrá el barbero, aquel que los domingos
te podaba las barbas
como quien poda un árbol de la patria.

Y también Domitila lo sabrá, Domitila
que mientras comadreaba tenía entre las manos
unos duendes que hacían pan sabroso hasta el lodo.
Y hablo de Domitila, porque sin esa cosa…
quizá ni tu revólver fuera un poco de pueblo.
Porque ella fue tu risa, fue tu pan y tu catre.
¿Qué hubiera sido entonces de esas cosas humildes
que tocaron tus manos, tu calor, tus pisadas?

Tu caballo
hubiera sido siempre una bestia cualquiera.
Tal vez sin estas cosas los muchachos con sueño
ya hubieran enterrado tu pistola, tu espuela;
todo lo que en tu cuerpo y en tu aire
es la tierra que quiso no quedarse dormida.

Porque tú, que no fuiste nunca niño de escuela,
a la escuela te llevan en la boca los niños.

Es que no quiero hablar de tus cosas mayores,
ni aún de aquella extraña madrugada en que diste
órdenes a un soldado
para que repicara las campanas
por tu llegada al pueblo.

No.
No quiero hablar ahora de tus cosas de todos.
De lo que quiero ahora
es hablar del remiendo que te hacía la tía
en aquellos no aún gloriosos pantalones.
Hablo de la ternura con que tú ya besabas
sus manos costureras, cuando aún tus bolsillos
se cargaban de piedras para romper faroles.
La gente que te vio tan pequeñito
no pensó que la tierra se iba a poner tan grande…

Ahora,
cualquiera cosa tuya huele a patria.
Hasta Tico, el lechero
que llega con un poco de leche en su sonrisa,
y me dice:
aquí, Manuel, estuvo Mon un día,
¡que no rompan la silla donde lo vi sentado,
arrimao a esta puerta!

Ya ves, Compadre Mon,
no puedo hablarte ya de cosas grandes;
tu pistola, tus barbas, tu caballo,
tu nombre,
todo es pequeño junto a esta sonrisa.
¡Cómo brilla tu historia en los dientes de Tico!

Qué grande estás, Compadre Mon en esas
cosas pequeñas.

¡Por las ventanas de Tico yo me iré Mon adentro!

El maíz no lo sabe,
ni el trueno,
ni el agua.
Pero tú estás en el maíz del niño
que piensa crecer mucho y tener tu tamaño,
y tener un caballo como el tuyo
que entró en la historia a fuerza de ser patria.

El trueno no lo sabe,
pero tú estás en la garganta ronca
de los tambores que enronquecieron
de tanto hablar de ti…, de los rugidos
del paso de tu sangre.
El agua no lo sabe,
pero eres, el agua con un cuento…
tú le pusiste edad al agua de los hombres…
al agua que más duele, la pesada
¡que siempre llena venas, y con sed siempre el hombre!

Sin embargo, no quiero,
no quiero hablar, compadre Mon, de esas cosas visibles tuyas…
Yo prefiero decirte que Cachón, un muchacho
enclenque de mi pueblo,
estuvo muchos días y demasiadas noches,
torturándose,
fabricando,
puliendo unas estrofas, y luego, sin comer,
muchas veces,
iba a mi casa, casi asustado,
casi tartamudo, sorprendido,
y como quien comete su más sagrado crimen,
me decía: -Manuel, aquí tengo una cosa
que quiero que tú veas.
Pero nunca, nunca pude leerla,
porque temblaba para darme aquello…,
y volvía a su casacón aquello en secreto,
y volvía a pulir,
y a no dormir,
ni comer,
y volvía a hablar solo.

De esto, Mon, sí quiero casi hablarte en familia:
de aquel muchacho débil escribiendo tu nombre,
buscando entre tus barbas raíces de la tierra,
los árboles perdidos de la patria…
De esto, Mon, sí quiero casi hablarte en familia:
de aquel muchacho en huesos
que iba a la barbería
y diez veces le preguntaba al barbero
que cuánto le debía…
(Porque, Mon, es muy triste
no terminar un verso).

Aquel muchacho simple que perdió la memoria
y que yo le decía que comiera…
Aquella emoción pura que al nombrarte, parece
que se abría las venas para que se bebieran
hondo y tibio tu nombre.

Esto sí me parece que no deja que el tiempo
gaste hasta lo más simple de tu voz:
tu sonrisa.
Y a ti, Compadre Mon, que te encontré una tarde
haciendo el hoyo puro
del futuro cadáver de tu cuerpo
(porque nunca supiste que tu muerte
no cabe en ningún hoyo de la tierra).

Yo mismo que de niño te conocí en el aire
que respiraba el pueblo,
iba ya repartiéndome tu vida,
iba haciéndole un poco de mis cosas,
iba ya no dejándole morir…
Después el campamento se ocupó de tu nombre,
de tus cosas mayores.
Y era difícil ya, que como un hombre cualquiera,
te pegaras un tiro,
o te entregaras a menudencias,
a pequeñas manías;
porque hasta aquellas inútiles palabras a tu gato
tenían ya un sentido,
porque así son, Don Mon, todas las cosas
que pertenecen a lo que ya tiene
tamaño de destino…

Un simple canto de gallo que despierta
las cosas de la mañana,
toma de pronto la estatura de un siglo.
Si entre las cosas que se despiertan con su canto
se levanta un caballo con la historia en el lomo.

Te estoy diciendo esto, viejo Mon, ahora
en que hacer unos versos y ponerse a decirlos
es un peligro… tan grande
como ponerse a hacer la patria
con sables de madera de sándalo.
Porque nosotros, los que hacemos
estas cosas de sueño, no estamos preparados
para la fiesta del honor con precio…

Yo voy, a ratos, ciegos que tocan su instrumento
por unos cuantos cobres. Muchas veces,
después de sus canciones, voy a verme al espejo,
y miro bien mi cara para ver si es la mía…
Porque, a veces, cuando cantan los ciegos,
muchas cosas del cuerpo voy dejando
no sé a dónde…
Por eso,
pregunto por mi nombre cuando cantan los
ciegos.

Te estoy diciendo esto porque a veces
lo que nació en tu pecho lo tienes en la mano…
Te estoy diciendo esto, viejo Mon, porque a ratos,
hablas conmigo cosas que hablando no me dices.
He caminado mucho por los ríos
que vienen de tu cuerpo cuando a oscuras
te hicieron; y sé que cuando sangras
te salen por las venas los sueños más varones.
Es que desde hace tiempo,
tú contruyes la patria, destruyéndote.



EDUCANDO, el Portal de la Educación Dominicana.

https://www.youtube.com/watch

 

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