La tía Agustina todavía permanece
recostada en la ventana del tiempo
mirando hacia el sur
hacia donde el mar Caribe
se alarga hacia lo infinito de su imaginación
salpicando sus ojos de nubes fugaces
y remotos
pájaros marinos
petrificados en ámbar celular de su mirada
antigua
que todas las tardes se derrite en la distancia
chorreando el horizonte
de fosforescentes mariposas
que vuelan sin pausa tratando de alcanzar el
sol
que navega en un espectral océano de colores
hacia ninguna parte