ARBOL SIN MEMORIA
Manuel
no fue más que un niño endeble y solitario
que tenía la piel del color del camino real
la mirada llena de pájaros azules que
picoteaban el alma de la ninfas del bosque
que defecaba flores en los huecos de las
carboneras que hacia con sus manos escuálidas
que corría
por los caminos grises del
invierno
tratando de encontrar en los sueños
los parajes imposibles de la fantasía
su voz tierna como el canto de los ruiseñores
pintaba de mariposas las paredes de las tardes
primaverales
y su desnudez la ondeaba el viento más allá de
los días lluviosos de mayo
en que la alegría sucumbía al hambre
a veces lo encontraba solitario en las lejanas
regiones del rocío
navegando a la deriva en un océano de celias
tatuadas en el viento frío del amanecer
lo llamaba
volteaba el
rostro
y me arropaba en el lienzo azul triste de su
mirada
corría hacia mis brazos
y me abrazaba por largo rato
sentía como su piel afiebrada se derretía en mi
piel
luego nos íbamos a los potreros del tío
Alberto
atravesábamos los conucos del abuelo Ismael
jugábamos con el viento
hablamos con los pájaros
corríamos felices por las praderas infinitas del medio día
hasta terminar exhaustos debajo de un árbol sin
memoria
a veces en el azul más limpio de su inocencia
se quedaba dormido
lo veía moverse inquieto
temblar
sonreír
cuando despertaba me contaba que había estado
en un hermoso lugar
donde seres luminosos con alas en la espalda
jugaban con él
que les dijeron
que pronto estaría con ellos
y que ya nunca más sentiría hambre
ni frío
ni soledad
Manuel
No tuvo más escuela que su corta vida
Sus nueve años sin historia y sin ninguna
procedencia
hoy que lo encontré dormido en una carbonera
arropado en su soledad
acurrucado en la nada
me deslumbró su recuerdo
descalzo
semidesnudo
sonriendo siempre
con su tristeza a cuesta
solitario
buscando entre los cubicuelos del hambre
un poco de agua
una fruta de lastima
un pedazo de pan
en las noches cuando se le hacia tarde
le suplicaba que se quedara con nosotros
no aceptaba
me miraba con toda su ternura acumulada entre
sus manos
y se despedía de mí con un abrazo de eternidad
y se alejaba entre las sombras hacia ninguna
parte
me quedaba junto al camino abrumado
por una inexplicable sensación de soledad
hasta que él se desvanecía en la distancia
con Manuel compartí la sed
el hambre
la pobreza
el frío
y la desnudez
y sobre todo la alegría infantil de correr
por los bosques memorables de la fantasía y los
sueños
Manuel
nunca me dijo donde vivía
cuando le preguntaba
me señalaba con insistencia un lugar perdido en
su memoria infantil
el cual yo no vería
ni encontraría
porque ese lugar sólo existía en el deseo que
él tenía de tener un hogar
cuando le decía que quería ir a su casa
conocer a sus padres
me miraba azorado
y se alejaba huyendo
ondeando su desnudez en el viento
escurriéndose en los latidos del bosque
ahora que Manuel está muerto
hemos buscado por todas partes su hogar
y sólo hemos encontrado debajo de un gran árbol
sin memoria
un lecho de flores y cenizas
donde Manuel todas las noches en su soledad
moría de frío y ausencia
Domingo Acevedo