Que triste y sola está la casa, en ella solo quedan Juana María y Mamá, ya nosotros nos fuimos a vivir a otro lugar, también Leónidas se fue lejos con sus hijos y julio, Felipe, Sergio y Papo no regresaran como de costumbre, en las tardes, después de sus labores al hogar.
Se murieron uno tras otro sin que pudiéramos hacer algo por salvarlos
de la muerte cierta y necesaria.
Yo también moriré un día, todos nos moriremos irremediablemente, es el
cruel destino de todo ser humano, terminar enterrado bajo la tierra en un
ataúd, para ser alimento de los gusanos.
A veces en la tarde llego a la casa con la pesadumbre de la soledad y
la nostalgia y miro a mamá con sus noventa y cuatro años, sentada en su silla
de ruedas, ya no se acuerda de mí, hace tiempo perdió la memoria y la capacidad
de caminar, pero todavía está viva y la queremos igual, con el mismo amor y la
misma ternura de siempre.
En su silla de ruedas me mira y sonríe como si se acordara de mí, pero
solo es la costumbre de verme todas las tardes llegar hasta donde ella está y
darle un abrazo de ternura.
Que pena, no tener vida para pagarles a ella y papá todo el amor que me
dieron.
Recuerdo sus afanes y desvelos por hacerme feliz, por hacernos a todos
felices en medio de la pobreza y el hambre.
Que época aquella en que sufrimos y disfrutamos nuestra pobreza, lo
tristemente felices que fuimos en nuestro escaso mundo de estrechez y miseria.
Hoy nos queda la calidez de la nostalgia y los recuerdos, de esa época
en que compartíamos el maravilloso sentimiento de vivir fraternalmente juntos,
bajo un mismo techo.
Domingo Acevedo.
Marzo/2025.