HOY QUE GUANCHO NO ESTA.
Guancho fue una de los
pocos seres humanos con las que compartí retazos de mí vida, no fuimos niños de
escuela. Nuestra infancia estaba diseminada por todo el monte, entre los
conucos y los potreros, entre la maleza y los árboles perdidos bajo el sol ondulante
de la primavera, entre los maizales dorados de mayo y los pastos de la tierra
encantada donde, el tío Juan y el tío Alberto, nómadas peregrinos del alba, apacentaban
sus vacas.
Nuestra infancia todos
los días se perdía por los infinitos senderos que recorríamos descalzos detrás de la quimera, ensimismados en las
historias que nos contaban los abuelos que
prisioneros de una gloria ya perdida en el ocaso de sus vidas todavía viven
prisioneros de sus sueños.
Hoy que guancho no
está, lo recuerdo, porque él siempre quiso estar a mi lado, compartir mi
soledad y mi tristeza, esa tristeza que él
nunca entendió y que me acompañaría por el resto de mi vida. Recuerdo que recorrer
el monte era nuestra única obsesión, trepar por los árboles hasta alcanzar las nubes, hacernos
invisibles entre las hojas y el viento y perseguir a los viajeros hasta más allá de los límites de nuestras
tierras, jugar con las mariposas y los pájaros y después de perseguir inútilmente
a los fantasmas de nuestros abuelos, por los infinitos senderos de la fantasía,
tendernos boca arriba sobre el pasto a soñar con la felicidad, que la abuela Mamá
tita nos decía que estaba más allá del horizonte y que nunca, por más que la buscamos
no pudimos encontrar esa señora para
regresarla a la aldea.
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Domingo Acevedo.