En la segunda mitad del siglo XX, China fue escenario de una de las decisiones más desastrosas de la historia ambiental. Durante la Campaña de las Cuatro Plagas (1958-1962), Mao Zedong ordenó erradicar mosquitos, ratas, moscas… y gorriones.
Los tres primeros tenían cierta lógica: eran portadores de enfermedades. Pero los gorriones fueron declarados enemigos del pueblo porque comían semillas de los campos. Millones de campesinos los persiguieron con palos, cazaron nidos, dispararon contra ellos y hasta hicieron ruido día y noche para que los pájaros no pudieran posarse, hasta caer exhaustos del cielo. En poco tiempo, se calcula que murieron unos dos mil millones de gorriones.
El resultado fue inmediato: sin gorriones, los insectos —sobre todo los saltamontes— se multiplicaron sin control. Lo que antes era un equilibrio natural, se convirtió en una plaga bíblica que devoró cosechas enteras. Y esto ocurrió justo en plena hambruna del Gran Salto Adelante, cuando millones de personas ya sufrían la escasez.
Las cifras son estremecedoras: entre 20 y 40 millones de muertes por hambre en aquellos años. Los gorriones no eran el problema… eran parte de la solución.
Hoy, la población de gorriones en China aún no se ha recuperado por completo. La lección es clara: eliminar una sola especie puede desatar un desastre en cadena. La naturaleza tiene su propio equilibrio, y cuando el ser humano lo rompe, las consecuencias suelen ser terribles.