Muchos recuerdan a las Mirabal, pocos recuerdan los a él. Algunos dicen que fue Trujillo, otros mencionan a Imbert Barrera, y hay quienes creen que estuvo la CIA detrás de todo.
Lo cierto es que este hombre también merece ser recordado por su valor y por el papel que tuvo en aquel día que marcó la historia.
Aquel 25 de noviembre de 1960, Rufino aceptó conducir el vehículo en el que viajaban Patria, Minerva y María Teresa Mirabal, quienes se dirigían a Puerto Plata para visitar a sus esposos recluidos en la cárcel de San Felipe.
Según diversos relatos, otros choferes se negaron a hacer el viaje debido al peligro que representaba acompañar a las hermanas, quienes eran conocidas por su abierta oposición política.
El camino de La Cumbre, además, era una zona montañosa y de difícil acceso, temida por su peligrosidad.
Las hermanas Mirabal realizaban ese tipo de visitas con frecuencia, llevando ropa y provisiones a sus esposos, que estaban presos por causas políticas.
En esa ocasión, su trayecto de regreso terminó en tragedia en la carretera de La Cumbre, entre Santiago y Puerto Plata, un lugar que años más tarde se convertiría en símbolo de memoria nacional.
Sea cual fuere la verdad completa de aquel día, lo indiscutible es que Rufino de la Cruz mostró un coraje excepcional.
No era político, ni activista, ni buscaba fama.
Era un hombre del pueblo que, movido por su solidaridad y sentido de humanidad, acompañó a tres mujeres decididas y terminó compartiendo su destino.
Pese a su sacrificio, su nombre ha permanecido en la sombra, eclipsado por la magnitud histórica de las Mirabal.
Pero su valor fue igual de grande.
Rufino, que no era chofer de oficio, fue convencido por allegados para servirles de conductor ese día, sin imaginar que sería su último viaje.
Su gesto fue una muestra de lealtad, compañerismo y valor ante un clima de temor que dominaba al país.
Rufino de la Cruz Disla fue un hombre humilde, solidario y valiente, oriundo de la comunidad de Salcedo, que desempeñó un papel decisivo aunque poco reconocido en uno de los acontecimientos más recordados de la historia dominicana.
Rufino de la Cruz fue el acompañante silencioso del coraje,
el hombre que no huyó del peligro cuando muchos otros lo hicieron.
Su historia merece ser contada, sin versiones impuestas,
solo con la verdad y la dignidad que da la memoria.