Puede parecer un ave sacada de un mito antiguo, pero el avestruz es un verdadero superviviente de la era en que los mamuts aún caminaban sobre la Tierra.

Con hasta 2,7 m de altura y más de 150 kg de peso, es el ave más grande del planeta y uno de los emblemas más impresionantes de África. No vuela, pero corre a 70 km/h, con zancadas de hasta 5 m, desafiando al viento y dejando atrás a casi cualquier depredador.

Sus patas son pura ingeniería evolutiva: cada músculo y tendón está diseñado para resistir largas distancias y, si es necesario, para defenderse con una patada capaz de ser letal.
El plumaje también tiene su historia: los machos visten de negro con alas blancas que despliegan en danzas de cortejo, mientras las hembras se camuflan con tonos terrosos, protegiendo los nidos en la sabana.

Y si creías que lo habías visto todo, espera a conocer sus ojos: son los más grandes de cualquier animal terrestre, capaces de detectar peligro a más de 3 km de distancia.


Pero el avestruz no solo destaca por su fuerza. En el antiguo Egipto, su pluma era el símbolo de Maat, diosa de la verdad y la justicia —un recordatorio de equilibrio y moral que decoraba templos y juicios.


Hoy sigue siendo una maravilla biológica: sobrevive sin beber durante días, obtiene agua de las plantas y comparte nido con otras hembras, en colonias de hasta 60 huevos del tamaño de una pelota de fútbol.


El avestruz nos recuerda que la grandeza no siempre está en volar, sino en correr libre bajo el sol, desafiando el horizonte con la cabeza en alto.

