Por Abril Peña Abreu
@abrilpenaabreu
El Pregonero, Santo Domingo. – Cada 21 de octubre, República Dominicana celebra el Día Nacional del Poeta, una fecha que coincide con el natalicio de Salomé Ureña de Henríquez, una de las voces más emblemáticas de nuestra literatura, pero que trasciende su figura para rendir homenaje a todos los hombres y mujeres que han hecho de la palabra su trinchera, su refugio o su forma de amar al país.
Ser poeta en República Dominicana —ayer como hoy— no ha sido tarea fácil. En una nación donde el ruido muchas veces ahoga el pensamiento, escribir poesía es casi un acto de resistencia. Es el intento de ordenar el caos del alma, de dar sentido al dolor colectivo y de rescatar la belleza en medio de la prisa.
La poesía como memoria viva
Nuestra historia nacional está profundamente ligada a la palabra poética. Desde los versos patrióticos de José Joaquín Pérez y Gastón Fernando Deligne, hasta las voces contemporáneas que denuncian, cuestionan y sueñan, la poesía dominicana ha sido testigo y partícipe de los grandes momentos del país.
Poetas como Pedro Mir, Aída Cartagena Portalatín, Franklin Mieses Burgos, Jeannette Miller, José Mármol, León Félix Batista, entre tantos otros, han usado la palabra para construir memoria, identidad y futuro.
Su obra es testimonio de que la poesía no solo embellece, sino que ilumina los rincones más oscuros de nuestra realidad.
El poeta como conciencia del pueblo
En tiempos donde la superficialidad domina los espacios digitales y la velocidad parece vencer al pensamiento, el poeta sigue siendo un testigo incómodo.
Es quien recuerda lo esencial, quien se detiene a observar, quien nombra lo que muchos prefieren callar.
En la República Dominicana, su papel ha sido también político: desde las luchas independentistas y restauradoras, hasta los tiempos de censura o represión, los poetas han sido guardianes de la libertad de expresión.
Una fecha para recuperar la palabra
El Día Nacional del Poeta no solo celebra la literatura: celebra la capacidad de sentir, de pensar y de transformar el lenguaje en conciencia.
Hoy, cuando la palabra se banaliza en titulares fugaces, recordar a nuestros poetas es también un acto de educación cívica.
Es reconocer que un país que pierde el valor de su palabra, pierde también su voz colectiva.