LA
 INSIGNIFICANTE GRANDEZA
Escribo mucho de mí
de mis ancestros
de la tierra donde nací
quiero dejar testimonio de la insignificante grandeza de nuestras
vidas.
decir que sobre la primavera que con sus manos fecundas hicieron
florecer en nuestra memoria  los  abuelos
construyeron una gran ciudad
que de esa tierra que en mi corazón es un canto 
no queda nada 
sólo recuerdos 
recuerdos edificados sobre las cenizas de nuestra nostalgia
recuerdos tan enraizados en mis palabras 
que en mi voz anidan los pájaros fabulosos de mis sueños 
que más allá de la polvorienta geografía de mi cuerpo  iluminan los cubículos del olvido
en donde la civilización enterró toda nuestra alegría
ya que en  nuestra forma simple
de ver la vida no  advertimos que el
mundo de más allá de la alborada
ambicionaba nuestras tierras
que la modernidad avanzaba inexorable hacia nosotros 
triturando entre sus fauces todo lo que encontraba a su paso
que por el camino real a menos de una hora de distancia a pie
la ciudad resplandecía  en todo
su esplendor
sus avenidas románticas con sus ventanales que todas las tardes daban
al mar
las luces que herían el corazón de las sombras con sus cuchillos color
del oro viejo
sus pomposos edificios preñados de sueños
sus mujeres de algodón que vestían sus corazones con las luces primeras
del alba
para no morir de pena atrapadas por la soledad
sus escuálidos  hombres vestidos
con los colores más estridendentes del arco iris
sus ruidosos automóviles ebrios de distancia
y sobre todo sus noches bulliciosas
con sus casinos
donde el azar y la ambición 
atrapaban a los hombres en sus tentáculos imposibles
sus cines de melancolía de la
 Duarte y la
 Mella
donde la quimera llevaba a los espectadores en un viaje sin retorno por
los túneles infinitos  de la fantasía
el mar Caribe  con sus barcos
fantasmas esfumándose en el horizonte
las vidrieras de las tiendas que atrapaban nuestros sueños en el
bucólico encanto de querer tener y no poder 
y mirábamos hacia dentro de nosotros mismos 
y terminábamos parados frente al espejo de la vida harapientos y
descalzos 
en un mundo ajeno y extraño
como extraño éramos nosotros en ese mundo  
y de nuevo volvíamos a nuestras tierras 
en donde la vida transcurría sin más 
prisa que ir  a los conucos
andar por los montes maroteando alguna fruta de lástima
arrear vacas hacia las distantes regiones del rocío
cazar pajaritos endebles para mitigar el hambre de toda la vida 
y en las noches alrededor de la hoguera los abuelos en una danza nos
hablaban de sus hazañas remotas
de su largo viaje sin retorno hasta llegar  aquí
de la crueldad del látigo en sus espaldas
de cuando lucharon contra el hombre blanco por su libertad
de sus anhelos por volver al África 
y  de sus raíces enterradas en
estas tierras  que abonaron con  sudor y sangre
tierra
en que a pesar de todo
siempre serán extraños
al final de la jornada sin más luces que la de la luna y las estrellas
nos alejábamos  por los caminos
que  los grillos iluminaban con su canto
gritando a viva  voz la  alegría de compartir en una danza la vida
al llegar al hogar con la piel pegajosa de oscuridad 
dar un beso a mis padres
pedir su bendición
salir al patio 
y bajo las estrellas 
darme un baño de inmensidad y rocío 
y luego acostarme en mi hamaca
hasta que el sol de un nuevo siglo nos traiga la esperanza 
que perdimos en el duro batallar contra la modernidad
Domingo Acevedo.
Rep. Dom.