Ahora que el olvido
llega
Ahora que el olvido
llega y se lleva los recuerdos, quiero rendir un tributo permanente a: Tatín,
Mamá Tita, Agustina, Aurora, doña Lola, Eufemia y a las demás mujeres que con
su amor forjaron nuestros sueños en aquel tiempo donde vivir era tan difícil
para los pobres y muy especialmente a las parteras que con sus manos fecundas
nos sacaron del vientre de nuestras madres y nos mostraron el mundo
También a los hombres
que como Juan de la Rosa, el
abuelo Ismael, el tío Alberto, Ovidio y el tío Rafael entre otros, fueron
guardianes celosos de nuestra raza.
Domingo Acevedo
Horizonte de pájaros fugaces.
Se nubla el horizonte
de fugaces pájaros que esconden sus nidos detrás de los cristales de la tarde.
Planean en un cielo
crispado de nubes y sombras, heridos por los rayos de un sol que agoniza en los
brazos de la noche.
Por el camino real
Ninito, con todo el peso de la noche sobre su espalda, cabalga despacio hacia
donde la abuela Mamá, Tita lo espera con los brazos abiertos.
Feb. 2012
Domingo Acevedo.
Un monumento a la
pobreza
Es prima noche, por
el camino las sombras cabalgan en el viento hacia los infinitos espacios del
tiempo perdido tratando de alcanzar un horizonte de luz.
en el cielo, el destello
de las estrellas se agolpa en nuestras miradas prisioneras por la grandeza de
un universo en expansión, mientras que en el monte los grillos elevan una
sinfonía al infinito y junto al camino real una casita techada con tabla
de palma, cobijada con yagua y con el piso de tierra, apenas iluminada por una
lamparita de gas, se erige como un monumento a la pobreza, en ella una familia
malvive todos los días su cotidianidad de hambre y miseria.
Domingo Acevedo.
Enero/13
Desde donde vivo
Desde donde vivo puedo ver el mar distante levantarse más allá del muelle,
lamiendo con su lengua azul el horizonte. A veces el viento del sur nos trae
residuos de olas resecas por el sol, plumas de pelícanos gigantes, huesos de
peces invisibles y restos de barcos hundidos por los años.
El río Haina parte el muelle en dos partes iguales, el muelle que permanece
iluminado más allá de la oscuridad de los barrios haineros. De vez en cuando
una bengala ilumina la noche o un disparo largo de fusil estremece el viento y
ahuyenta a los polizones y a los ladrones de furtivos de mercancías
barata.
Cuando desde mi ventana veo a los barcos anclados tan lejos de los sueños,
siento pena de los marineros prisioneros del salitre y la distancia, que sueñan
con hermosas sirenas que les roban el corazón para esclavizarlos en su mundo
submarino de calamares fantásticos, caballitos tiernos de mar y peces de
colores.
Feb/12
A esta hora el camino
real.
El camino real a esta
hora esta desierto, una brisa caliente levanta nubes de polvo que se pierden
entre los matorrales resecos.
Es medio día, en
julio el verano achicharra todo el monte y la primavera es un vestigio lejano
de flores y mariposas derretido en el recuerdo de los abuelos que debajo de una
mata de mango dormitan en el efímero esplendor de los sueños.
Enero 2012
A ninguna parte he
ido todo este tiempo de vivir
A ninguna parte he
ido todo este tiempo de vivir. He caminado sin rumbo por los caminos de la
vida, he vivido una vida que no es mía, que es ajena, que le pertenece a otros,
he cargado sobre mis hombros sueños y dolores ajenos.
Hoy me he quitado la máscara
que he llevado puesta por tanto tiempo y he ido al espejo a mirarme cual tal
soy y no me conozco, no soy yo, mi rostro es el rostro de todos, soy el pueblo,
soy la vida, la esperanza.
Soy ese niño que
muere cada tres segundos de hambre, soy esa mujer crucificada en la más
absoluta pobreza, soy ese hombre que después de un día de andar por la ciudad
buscando una esperanza, vuelve a su casa con las manos vacías, soy ese anciano
abandonado a su suerte, soy el mendigo de la calle, soy la muchedumbre
acorralada por las guerras y el hambre, yo soy el dolor, soy la vida, soy la
esperanza última.
Enero 2012
Bajo el gran árbol de
la noche
Más allá de la
miserable realidad de nuestra existencia, nuestra alegría permanece
intacta bajo los escombros purpuras de los amaneceres efímeros del
invierno tropical.
Nuestra rebeldía nos
llevó a ser felices en medio de tanto horror, nada nos detuvo, ni el peso de
las cadenas, ni la pobreza, ni el hambre, ni la lluvia eternizándose en el
camino.
En las noches
alrededor de la luna, en una danza olvidábamos nuestras penas. El ritmo de las
tamboras y el calor de las hogueras nos emborrachaban de felicidad y nuestros
cantos hacía florecer el maíz y multiplicaba los panes en las manos del hambre.
Bajo el gran árbol de
la noche, florecido de constelaciones y estrellas, con fuego escribíamos
nuestra historia en los pergaminos del tiempo, lo tristemente felices que
éramos en esa estación donde aún fluye la sangre en el inminente trayecto
de la aurora, por donde todos los días, los fantasmas de Miche, Amantina y la
abuela Mama tita se aleja hacia la ciudad dejando sobre el rocío, retazos del
alma evaporándose con el sol de este amanecer que tejieron entre mis ojos
las manos analfabetas y tiernas de la tatarabuela, que se murió de ausencia en
las habitaciones del verano, esperando ver como en noviembre en la luna llena
las planicies del sur se llenan de unicornios.
Domingo Acevedo.
Feb/14
Mis huellas vienen de ninguna parte
Mis huellas vienen de ninguna parte y se pierden en una ciudad
donde la soledad y el olvido se adueñan de todas las cosas.
Todos estos tiempo en caminado en circulo alrededor de la nada
sin darme cuenta lo rápido que se han ido todos estos años, llevándose con
ellos parte de mi vida.
Esta mañana me he mirado al espejo y me he visto tan desamparado
que lloré imperturbable mi desdicha de ser humano.
EL RASTRO DE UN LÁGRIMA.
He seguido el camino de una lágrima
dibujada en el rostro del atardecer, ya oscurece, esperamos a Felipe y a Ñoñó
que fueron a pescar tilapias a la laguna de Manganagua, ha sido duro el día en
el largo trajinar del hambre, la sequía destruyó toda la cosecha, el
monte achicharrado por el sol de julio, resplandece con las primeras estrellas
y nuestras miradas se pierden entre las sombras del anochecer, a ver si vemos
aparecer a nuestros hermanos por el camino real.
Nos preocupa su tardanza, además el hambre
ya hace estragos en nuestros estómagos, en la cocina mamá mantiene el fuego
encendido, papá aun no regresa del monte, anda cortando la leña para mañana
preparar el horno, han sido largos todos estos días de hambre, no hay maquey,
ni yambí, el monte está desolado, con esta prolongada sequía, hasta
las aves se han ido a otros lugares.
Desde aquí puedo ver el fuego de la cocina
de Popó Candela, Negra su esposa debe estar haciendo la cena. Imagino a Miguela
jugando con las sombras de la noche, más allá de las anacahuitas gemelas,
bajo los limoncillos florecidos de eternidad de la tía Tatín. El orgullo
nos impide ir a pedir un poco de comida a las casas ajenas, preferimos
morirnos de hambre, inmerso en nuestra soledad. Desde aquí escuchamos las
canciones tristes de la vellonera del negocio de Andrés Longo, cierro los ojos
y se me humedecen los ojos de estrellas.
No sabemos que horas es, pero presentimos
la presencia cercana de nuestros hermanos, oteamos el horizonte, el viento nos
trae su olor mezclado con el olor de los pescados, suspiramos tranquilos, ya
podemos sentir sus pasos certeros en la oscuridad, silban, para decirnos que ya
llegaron, viene felices, cargados de tilipias y jicoteas. En medio del patio
nos abrazamos bajo el cielo infinito de estrellas, mamá sale y también los
abraza, nos preparamos debajo de la mata de javey, para quitarles las escamas a
los pescados, ellos apartan un poco para llevarlos a sus casas, son muchos no
nos lo comeremos todos esta noche. Papá llega, sudoroso, con toda la oscuridad
de la noche pegada en la piel, deja a Julia, libre, que se acerca hasta donde
nosotros estamos, rebuzna y sacude la cabeza, es su manera de decirnos, yo
también estoy aquí, León ladra alegre, juguetea, salta, nos lame las
piernas y luego se acomoda en el suelo junto a nosotros.
Después de limpiar los pescados, buscamos
un lugar en el patio donde encender una fogata y nos sentamos alrededor de
ella, ya mamá hierve los pescados, hace un cardo con sal, ajo y orégano, no hay
nada más, pero será suficiente por el día de hoy. Reímos, contamos historias,
entonamos canciones ancestrales, León nos mira con asombro y Julia descansa
hasta que mi padre la lleve al lugar donde pasa la noche, cerca de la casa
debajo de la mata de café cimarrón, ella y León son parte de la familia,
después de comer, Felipe, se irá dormir con la tía Aurora y Ñonó, se irá
a donde la tía Amantina, ella lo crió desde muy pequeño. Más allá de la
alambrada los grillos cantan incesante a las estrella.
Entre mis ojos cabe todo el universo, la
noche huele a bosque seco, a luna llena y caldo de pescado, busco el calor de
mis dos hermanos mayores, me siento entre los dos y los miro con orgullo,
ellos son buenos pescadores y mejores cazadores, un día seré como
ellos y podré ir por el monte y llegar más allá de los limites
ancestrales y cazar la quimera, para entregarle a mis padres la felicidad
eterna.
Mamá nos llama, es hora de comer, entramos
a la casa, en la sala la llama de la lamparita jumeadora danza al compás del
viento, por momentos parece que se apagará, para luego renacer de sus cenizas
como un ave fénix, está sabroso el caldo, sólo que la tilapias tienen
muchas espinas hay que comerlas con sumo cuidado para que no se quede una en la
garganta, es una pena que no apareció un coco para cocinarla, nos quedan
algunas tilapias para mañana y tres sabrosas jicoteas, para los días
siguientes, así que podremos invitar a otros vecinos a compartir
nuestra comida.
Manuel, mí pequeño y solitario amigo hace
rato se fue, tal vez con hambre, imagino que vive allá, muy lejos, donde se ve
aquella lucecita distante, él nunca ha querido llevarme a su casa.
Ya comimos, es hora de dormir, Felipe y
Ñonó se despiden entre abrazos y sueños y me dicen que mañana temprano me
llevarán con ellos a las distantes regiones del norte, a cazar, que me prepare,
que pasarán a las seis de la mañana por mí, me voy a la cama feliz, el corazón
no me cabe en el pecho, mañana por fin podré ir cazar.
Nosotros conocemos y amamos cada palmo de
nuestra tierra, amamos al viento, las nubes, las aves, los árboles, los
animales, las mariposas, la lluvia, la primavera que hace florecer al bosque,
cada camino tiene un horizonte que termina en nuestros sueños
y en definitiva, nuestro amor por la madre tierra, es el amor por la vida, es
el amor a Dios que lo ha creado todo tan perfecto.
Para mí lo más importante es que se acerca
el día en que podré atravesar los límites ancestrales del monte y atrapar a la
quimera, para entregarles a mis padres la felicidad eterna.
Mientras cierro los ojos, escucho los
tambores lejanos que invitan para mañana en la noche, a bailar en el patio de
la abuela Mamá Tita, la danza de la lluvia para conjurar la sequía.
El centauro
Recuerdo con pena, como hace ya más de
quinientos años de la llegada del hombre blanco a estas tierras, que las
compartíamos diversas criaturas del bosque en paz.
Ellos después de construir rústicos
poblados que después se fueron convirtiendo en hermosas ciudades, en su inmenso
egoísmo, no se conformaron con la tierra que tenían y se fueron adueñando
poco a poco y a la fuerza de todos los territorios de más allá del horizonte,
donde habitábamos nosotros en, no valió que resistiéramos, los caminos se
fueron tiñendo con la sangre de las creaturas de bosque, todo el que se opuso
fue aniquilado.
Yo el último sobreviviente de aquellas
batallas, el heroico y solitario guerrero de las sombras, el que no pudo ser
vencido por la crueldad del hombre blanco, el que no cayó en sus engaños y
trampas, el más temido y odiado, derrotado por el cansancio y la modernidad, no
me quedó más que disfrazarme de humano para poder sobrevivir a la crueldad del
hombre. Cuanto me costó adaptarme a sus defectos, y miserias, a su injusticia,
a su inhumanidad.
Hoy que el tiempo ha pasado, envejecido en
mi soledad casi eterna, arrastrando el dolor del extermino ya no puedo, no
tengo fuerzas para seguir escondiendo por más tiempo lo que soy, es por eso que
he decidido tirarme de este precipicio hacia la libertad.
Sueños perdidos en los conucos.
Son las seis de la tarde, detrás de la
casa papá prepara su montura. Julia es una burra que nos ha acompañado en un
gran trecho de nuestras vidas, ha estado ahí, en las buenas y en las malas,
sobre su lomo nos ha llevado por todos los confines de esta tierra y más allá,
a la ciudad en donde no hay espacio para los humildes labradores que llenos de
harapos por sus calles inhóspitas venden sus sueños perdidos en los conucos y
por las que pregonan a viva voz: verduuuras, yuuuca, aguaaaaacates,
maaaaangos marchanta llevo carbooon, venga marchanta que llevo huevos criollos,
para después de vender nuestros productos por miserables monedas, perdernos
nuevamente en el monte con todos nuestros sueños a cuesta.
Ya la montura está lista, León juguetea
entre nuestras piernas alegre, salta, ladra, mientras Julia nos mira con toda
su ternura resumida en sus ojos tristes. No me acuerdo cuando llegó a casa pero
la recuerdo de toda la vida, desde siempre, desde que tengo uso de razón.
Estamos detrás de la casa, bajo la mata de
capá, mi madre, mi hermano Juancito, y yo, Felipe y Ñonó no se por donde andan.
Ya mí padre está preparado al lado de Julia, se despide con un gesto de la mano
y se monta, yo corro y me aferro con ternura a una de sus piernas y luego me
alejo para ver como él, mí padre, se aleja por el camino en sombras a un lugar
perdido en el monte, León va tras él ladrando y saltando alegre, nosotros
nos quedamos parados en medio de la noche hasta que ellos se pierden en la
oscuridad.
Allá en un claro del monte mi padre tiene
un horno hecho de troncos secos para hacer carbón vegetal, para luego venderlo
en la ciudad. Tiene que cuidarlo, por eso es que amanece todas las noches
vigilándolo para que no se incendie porque sino en vez de carbón sólo
encontrará cenizas.
En la carbonera, a la intemperie dormirá
sobre algunos sacos de cabuya que lo cubrirán del frío de la noche y los
mosquitos, acompañado de los grillos y las estrellas, las lechuzas y los
murciélagos. A su lado León gruñirá a los fantasmas que rondan la soledad de la
noche en el monte, él y Julia no desampararán a mi padre por nada del mundo,
estarán siempre a su lado protegiéndolo de toda maldad escondida entre el
silencio nocturno y la oscuridad.
Mañana tempranito, antes que salga el sol,
mi madre, Juancito y yo iremos a encontrarnos con mi padre, les llevaremos un
poco de café y algo de comer ya a esa hora el carbón estará listo para
llenar cuatro o cincos sacos para acomodarlos en el lomo de Julia y regresar a
la casa, para de inmediato mi padre tomar el camino hacia la ciudad y venderlo
a algún comerciante para traernos de comer para unos cuantos días.
HOY QUE GUANCHO NO ESTA.
Guancho fue uno de los pocos seres humanos
con las que compartí retazos de mí vida, no fuimos niños de escuela. Nuestra infancia
estaba diseminada por todo el monte, entre los conucos y los potreros, entre la
maleza y los árboles perdidos bajo el sol ondulante de la primavera, entre los
maizales dorados de mayo y los pastos de la tierra encantada donde, el tío Juan
y el tío Alberto, peregrinos del alba, apacentaban sus vacas.
Nuestra infancia todos los días se perdía
por los infinitos senderos que recorríamos descalzos detrás de la
quimera, ensimismados en las historias que nos contaban los abuelos que
prisioneros de una gloria ya perdida en el ocaso de sus vidas todavía viven
atrapados en sus sueños.
Hoy que guancho no está, lo recuerdo
porque él siempre quiso estar a mi lado, compartir mi soledad y mi
tristeza, esa tristeza que él nunca entendió y que me acompañaría por el resto
de mi vida. Recuerdo que recorrer el monte era nuestra única obsesión, trepar
por los árboles hasta alcanzar las nubes, hacernos invisibles entre las
hojas y el viento y perseguir a los viajeros hasta más allá de los
límites de nuestras tierras, jugar con las mariposas y los pájaros y después de
perseguir inútilmente a los fantasmas de nuestros abuelos por los infinitos
senderos de la fantasía, tendernos boca arriba sobre el pasto a soñar con la
felicidad, que la abuela Mamá tita nos decía que estaba más allá del horizonte
y que nunca, por más buscamos entre la fantasía y los sueños la
pudimos encontrar para regresarla a la aldea.
.
Domingo Acevedo.
Ya son más de las
cuatro de la tarde, el sol empieza a acrisolar el horizonte con sus rayos que
se van atenuando con el paso de las horas vistiendo de colores las nubes
que raudas se alejan, huyendo de las sombras.
Por el camino los
labriegos regresan de sus conucos, sobre sus hombros cargan el peso amargo de
la pobreza. La tierra con esta larga sequia es poco lo que da.
Regresan cansados con
sus azadas al hombro, sus machetes en el cinto, con sus sombreros de paja, las
camisas sudadas, los pantalones remangados y los pies descalzos.
Julio es un mes árido
donde el calor que se eterniza más allá de las noches parece quemarlo todo,
hasta los sueños.
Ya hace un rato que
el tío Juan de la Rosa y el tío Alberto regresaron de más allá de las lejanas
praderas del rocío, se alejaron tanto hacia el oeste buscando pastos que
cruzaron las claras aguas de la cañada de Guajimía y llegaron a Manoguayabo, en
donde el ganado comió hasta hartarse y después abrevó en las aguas del rio
Haina.
Son más de las
siete de la noche imagino que ya el abuelo Ismael llegó a su casa, en el
km7 de la carretera Sánchez, llevó a Julia donde pasa la noche, se dio un baño,
cenó y luego como todas las noches se sentó bajo los limoncillos florecidos de
sobras y estrellas, junto a Mimina, su esposa a ver como se alejan por la
carretera Sánchez los pocos carros que pasan rumbo a Haina o San Cristóbal.
En la esperilla, los
hombres después de darse un baño y comer algo se van juntando poco a poco en la
pulpería de Andrés Longo a tomarse un trago, escuchar canciones en la vellonera
y contarse viejas historias repetidas y carcomidas por el tiempo en donde
olvidan lo amargo de sus vidas.
Es extraño pero
Manuel hoy no ha dado señales de vida no se por donde andará mi solitario
amigo.
Hace un rato la tía
Eufemia que venía de Manganagua, pasó por casa a saludar a mamá y siguió su
camino hacia Borronoso, en donde vive con su familia.
Nosotros como es
costumbre nos juntamos en el rancho de la abuela Mamá Tita, en el encontramos a
Ninito que hace un rato llegó y mientras los adultos conversan en
la enramada, nosotros correteamos por el patio, hacemos piruetas,
danzamos y nos hacemos dueños de la noche y construimos con la inocencia
los sueños que nos permitirán sobrevivir a la vorágine del hambre.
Domingo Acevedo.
Ahora recuerdo a la
abuela Mamá tita, haciendo chola de Guayiga.
Ahora recuerdo a la
abuela Mamá tita, haciendo chola de Guayiga, para mitigar el hambre
de toda la vida, atrás ha quedado la primavera, el verano se adueñó de
todo el paisaje. Julio está lleno de malos presagios, hasta las gallinas han muertos
en esta agria sequía.
Cada año que pasa el
sol desata su ira con más fuerza sobre el bosque, sólo las hormigas han
sobrevivido a la inclemencia del tiempo, los ancianos dormitan debajo de
una mata de mango, tratando de escapar del sopor del medio día.
La brisa caliente se
desenreda entre los arbustos achicharrados, levanta nubes de polvo en el
patio, se arremolina, parece danzar y luego se aleja por el camino real,
más allá de los últimos bohíos del pueblo.
Domingo Acevedo.
He querido y no he podido resumir en mis palabras toda la
tristeza de mis ancestros, todo el dolor que hemos acumulados en estos siglos
de ausencia y exilio, en que hemos vividos marginados en el dolor de la
pobreza, no ha bastado haber resistido tanto tiempo, al final nos ha vencido la
nostalgia, aquí, en estas tierras hemos sepultado nuestras esperanzas, ya no
regresaremos a nuestros orígenes, tristemente nos hemos resignado a morir aquí,
tan lejos del calor de la aurora.
Domingo Acevedo.
Junio/15
LA
PRIMERA LUNA DEL INVIERNO
Atardece, en
la punta más distante del horizonte, el sol como un náufrago solitario, se
hunde despacio en un océano de mariposas multicolores que revolotean alrededor
de la nada. Las sombras como pájaros fúnebres van cayendo sobre la tierra, que
ciñe sobre su cintura su vestido de luto y por las avenidas de las
grandes capitales del mundo, las luces montadas sobre el caballo azul del
viento persiguen a las sombras que se esconden entre las agrietadas paredes
del tiempo, dos ventanas en mi rostro se abren al universo, en ellas un
complejo organigrama de estrellas giran alrededor de la primera luna del
invierno.
Me he quedado
azorado ante el paisaje que tengo esta tarde ante mis ojos: el mar asoma
en la distancia por encima del muelle, entre los arboles dispersos en la
distancia y las aves marinas que rondan el cielo.
Los niños
juegan a lo lejos, saltan, corren, vocean, ríen, en la infinita felicidad
de su niñez. Un racimo de rulo, el primo olvidado del plátano, se recorta
contra los alambres de cobre del tendido eléctrico de alta tensión y los techos
de cinc de las casas, una doña en una silla parece dormitar, agobiada por el
sopor de la cuaresma, mientras el viento con su andar pausado recorre los
rincones del barrio y se aleja. Hay cayenas florecidas en los jardines
improvisados de las casas miserables del barrio.
Ahora los
niños regresan de la escuela con su algarabía y su inocencia dispersa por las
calles polvorientas que se van perdiendo entre las sombras de la tarde que
languidece, dejando paso a la oscuridad de la noche que se adueña de los
rincones más inverosímiles del barrio.
En el breve espacio que hay entre
la tarde y la noche, el bosque se queda densamente tranquilo. Por un instante la vida parece congelarse,
para luego ebullir en el canto de los pájaros y los insectos del monte.
Las sombras se escurren
lentamente por entre los flamboyanes dormidos vistiendo de tonalidades grises
todo el paisaje.
Ya hace rato que el sol termino
de acurrucarse detrás de las montañas dejando en el horizonte un trémulo
resplandor de colores que la noche ahoga.
Apresuro mis pasos por el camino,
me embriago del dulce olor a clorofila, en el cielo no cabe una estrella más,
que desde la más remota antigüedad forman increíbles constelaciones que recrean
la imaginación.
Grandes luciérnagas iluminan el
camino que después de un día agotador en el conuco me lleva de regreso al
bohío.
Nov/16
Domingo Acevedo.
Hace muchas lunas.
Ya hace muchas lunas que Mandinga el hijo de los
Dendenes murió de soledad, entristecido debajo de los limoncillos de la tía
Tatín, aturdido en el leve temblor de la aurora sin saber para que le sirvió la
vida.
Domingo Acevedo.
Nov/16
Domingo
Acevedo.
Marzo/14