jueves, octubre 02, 2025

En la cosmovisión maorí, la cabeza es tapu, un lugar sagrado donde reside la identidad y el linaje de una persona.

 



Los Mokomokai: rostros sagrados convertidos en mercancía

En la cosmovisión maorí, la cabeza es tapu, un lugar sagrado donde reside la identidad y el linaje de una persona. Por eso, los moko, los tatuajes que recorrían el rostro, eran mucho más que ornamento: eran genealogía escrita en la piel, un mapa de pertenencia y honor.
Algunos de esos rostros fueron preservados mediante un ritual complejo. Se extraían cerebro y ojos, se sellaba el cráneo con lino y goma, se cocía al vapor, se ahumaba y finalmente se secaba al sol. Para conservarlos, se trataban con aceite de tiburón. Así nacían los Mokomokai, cabezas tatuadas que mantenían viva la memoria de los ancestros.
Pero la llegada de europeos alteró este sentido profundo. Durante los siglos XVIII y XIX, muchos mokomokai fueron arrebatados, vendidos o incluso fabricados para el comercio: personas tatuadas y ejecutadas con el único fin de saciar la demanda de coleccionistas y museos que los consideraban simples curiosidades exóticas. Lo que para los maoríes era sagrado, para otros se convirtió en mercancía.
Hoy en día, los Mokomokai nos interpelan no solo como objetos históricos, sino como restos humanos de personas reales. Recordar su historia es también reconocer la herida de un pueblo que vio a sus ancestros convertidos en piezas de vitrina. Por eso, los esfuerzos actuales de repatriación a Aotearoa (Nueva Zelanda) no son un gesto arqueológico, sino un acto de justicia y dignidad.
Un recordatorio de que detrás de cada tatuaje hay un rostro, y detrás de cada rostro, una vida.

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