En 1999, en un bosque cercano a Nebra, Alemania, dos buscadores ilegales de tesoros encontraron algo que cambiaría la arqueología europea: un disco de bronce de 32 centímetros de diámetro, decorado con láminas de oro. Lo que no sabían es que habían desenterrado uno de los testimonios más antiguos de la fascinación humana por el cielo.
El objeto pasó por las sombras del mercado negro hasta que, en 2002, la policía lo recuperó y arrestó a los saqueadores. Desde entonces, el llamado Disco de Nebra ha fascinado a historiadores y astrónomos por igual.
Los análisis lo datan en torno al 1600 a. C., en plena Edad del Bronce. Fue enterrado junto a armas y adornos, probablemente como parte de un ritual. Sus símbolos dorados representan al Sol, la Luna y un cúmulo de estrellas que muchos identifican como las Pléyades. Si esta lectura es correcta, no estamos ante un simple adorno, sino ante la representación astronómica más antigua conocida en Europa.
El disco combina arte, ciencia y espiritualidad. No proviene de un pueblo que escribiera su historia en libros, sino de uno que la grabó en metal y oro, mirando al firmamento. Tras sobrevivir más de tres milenios bajo tierra y un tortuoso paso por manos ilegales, hoy nos sigue recordando algo esencial: desde siempre, el ser humano ha buscado respuestas en el cielo.
