¿CONOCÍAS A LOS EMBERÁ, UNA TRIBU QUE PINTA SU PIEL CON JAGUA PARA CONTAR HISTORIAS Y PROTEGERSE DEL MUNDO?

En las selvas de Panamá y Colombia vive el pueblo Emberá, una comunidad indígena que ha sabido mantener vivas sus costumbres a pesar del paso del tiempo. Lo que llama poderosamente la atención es su tradición de pintar el cuerpo con tintes naturales hechos a base de la fruta del jagua, un pigmento que no solo decora, sino que también cuenta relatos, representa símbolos espirituales y, según la creencia, protege de las energías negativas y de los insectos de la selva.
Los Emberá se organizan en pequeñas aldeas a orillas de ríos caudalosos, porque el agua para ellos es fuente de vida y camino de comunicación. Sus casas, elevadas sobre pilotes de madera y con techos de palma, están diseñadas para resistir las crecidas y adaptarse al entorno selvático. Muchos viajeros desconocen que parte de su tradición oral está ligada a esos ríos, considerados guardianes y testigos de la historia de su pueblo.
La música y la danza forman otro aspecto esencial de su cultura. El sonido de las flautas de caña y los tambores acompaña rituales y celebraciones donde los cuerpos pintados se mueven en círculos, imitando el fluir del agua y el vuelo de los animales. Para los Emberá, bailar no es solo entretenimiento: es una forma de conectar con los ancestros y mantener viva la memoria de los que ya no están.
Un detalle que sorprende al viajero curioso es la importancia que las mujeres Emberá tienen en la preservación cultural. Ellas son las principales artesanas, reconocidas por sus intrincadas piezas de chaquiras (collares y pulseras de cuentas de colores) y cestas tejidas con fibras naturales. Cada diseño tiene un significado que refleja el entorno, desde serpientes y aves hasta el cauce de los ríos. Estas artesanías no son simples objetos: son códigos visuales que transmiten identidad.
Para quienes visitan sus comunidades en 2025, es recomendable hacerlo de la mano de guías locales que respeten su cultura. El turismo comunitario es una fuente de ingresos para los Emberá, pero también una herramienta para mostrar al mundo la riqueza de su cosmovisión. Respetar sus normas, pedir permiso antes de tomar fotos y participar en sus talleres de pintura corporal o artesanía son formas de acercarse a ellos con dignidad y autenticidad.
Los Emberá no son un vestigio del pasado, sino un pueblo vivo que adapta su historia a la modernidad sin perder sus raíces. Viajar hasta ellos no significa solo adentrarse en la selva, sino también en un universo simbólico donde la piel pintada es un libro abierto y el río es un camino hacia la memoria colectiva.