Corría desnuda por un bosque.
El mundo se quedó boquiabierto.
La película se llamaba Éxtasis.
Y su protagonista, bellísima y escandalosa, se llamaba Hedwig Kiesler.
Mientras King Kong dominaba la taquilla, era de ella de quien todos hablaban.
Louis B. Mayer, un poderoso productor de Hollywood, la llamó "la mujer más hermosa del mundo".
La película fue censurada en media Europa — y por eso se convirtió en leyenda.
Se dice que Mussolini se negó a vender su copia a cualquier precio.
Pero Hedwig no era solo belleza.
Detrás de esos ojos cautivadores había una inteligencia aguda.
Su secreto, dijo una vez, era "quedarse quieta y parecer estúpida".
Y mientras el mundo la miraba como un objeto de ensueño, ella memorizaba armas, planes, fórmulas.
En aquella época estaba casada con Friedrich Mandl, un rico productor de armas y proveedor del régimen nazi.
Él la llevaba consigo a banquetes con Hitler y Mussolini, como un adorno para mostrar.
Ella, judía, odiaba ese mundo.
Y cuando osó rebelarse, el marido la encerró en el castillo familiar.
En 1937, huyó.
Sedó a la camarera, se disfrazó con su ropa, vendió las joyas y huyó a Londres.
Era el comienzo de una nueva vida.
Allí se encontró de nuevo con Mayer. Firmó un contrato y nació una estrella: Hedy Lamarr.
En pocos años, se convirtió en un icono del cine.
Siete éxitos de taquilla consecutivos.
Pero en el fondo, el corazón de Hedy aún estaba en guerra.
En 1942, en pleno conflicto mundial, Hedy inventó un sistema de comunicación secreta.
Una idea revolucionaria para evitar que se interceptaran las señales de radio control de bombas y torpedos.
Una tecnología pensada para matar nazis.
Para asegurarse de que cada arma alcanzara el blanco.
Muchos no saben quién era Hedwig Kiesler.
Pocos recuerdan a Hedy Markey, su nombre real.
Pero el mundo entero conoció a Hedy Lamarr, la diva de Hollywood.
Y nadie puede imaginar que esa mujer que encantaba la pantalla también tenía el cerebro de un inventor y el corazón de una guerrera.
