"He nacido en un siglo equivocado y en una sociedad podrida", escribió alguna vez Teresa Wilms Montt. No era una pose. Era una realidad que marcó cada palabra que dejó escrita y cada acto que la enfrentó al mundo.
Nacida en 1893 en Viña del Mar, dentro de una familia aristocrática y ultraconservadora, Teresa fue criada para ser una “señorita de sociedad”. Pero desde joven demostró que no encajaría en ese molde. Fue escritora, diarista, poeta, autodidacta y políglota. Publicó cinco libros, hablaba tres idiomas, y vivió en Chile, Argentina, España, Francia y Estados Unidos. Pero más allá de su itinerancia geográfica, fue una viajera del alma y una adelantada a su época.
La obligaron a casarse a los 17 años con un primo que no amaba. Cuando se enamoró de otro hombre, su familia la acusó de adulterio, la separaron de sus hijas y la encerraron en un convento. Teresa no se resignó: escapó con ayuda del poeta Vicente Huidobro y comenzó a construir su vida literaria y su identidad libre desde el exilio.
Su obra es un testimonio visceral de la angustia, la pasión y la rebeldía de una mujer que se negó a ser silenciada. En libros como Inquietudes sentimentales (1917), El libro de mis horas (1919) o En la quietud del mármol (1918), escribió con una honestidad punzante sobre la maternidad perdida, la soledad, la muerte y la belleza. Su estilo, influido por el modernismo, el simbolismo y el pensamiento anarquista, mezcla lo místico con lo íntimo, lo lúgubre con lo sublime.
Decía:
"Vivo en mi dolor como otros viven en sus pasiones. No soy buena. No soy mala. Soy trágicamente humana."
Simpatizó con el anarquismo, frecuentó círculos literarios y fue elogiada por escritores como Rubén Darío. Pero también fue condenada por la sociedad y por su propia familia, que no toleraban su independencia ni su forma de vivir y amar.
Pagó caro su libertad. Tres intentos de suicidio, el último de ellos fatal, el 24 de diciembre de 1921 en París. Tenía solo 28 años. Pero dejó tras de sí una obra poderosa y una huella que ha sido recuperada y reivindicada por nuevas generaciones.
Hoy, Teresa Wilms Montt no es solo un nombre: es un símbolo. De lo que significa escribir cuando se nos quiere callar. De lo que cuesta vivir con autenticidad en un mundo que impone máscaras. Y de cómo la literatura puede ser un refugio, un grito y una forma de resistencia.