En un bosque de la Península Ibérica, entre el Pleistoceno Medio (~440 mil años) y el final del Pleistoceno Superior (11.700 años), un Haploidoceros mediterráneo encuentra su final en la punta de una lanza neandertal.
Los Neandertales eran cazadores expertos y la lanza fue una de sus armas más importantes. Se sabe que utilizaban dos tipos principales: las lanzas de empuje, más pesadas y pensadas para usarse a corta distancia, donde el cazador debía enfrentarse cara a cara con la presa; y las lanzas arrojadizas, más ligeras, que permitían atacar desde cierta distancia, aumentando las posibilidades de herir al animal sin exponerse tanto. Ambas técnicas requerían valentía, fuerza y una coordinación precisa dentro del grupo.
En este caso, el cazador, tras lograr herir al ciervo con su lanza, permanece alerta, observando cuidadosamente el entorno para evitar el acercamiento de algún depredador atraído por el olor de la sangre. Así, la caza no solo era una prueba de habilidad, sino también de supervivencia en un mundo lleno de desafíos.