viernes, octubre 17, 2025

Pakistán Afganistán: ¿De qué lado están los fundamentalistas?




Guadi Calvo.
Prácticamente, desde la llegada de los talibanes al poder en agosto del 2021, Islamabad denuncia a Kabul de haber convertido su territorio en un santuario para el grupo Tehrik-e-Talibán Pakistán o TTP, el principal grupo insurgente pakistaní, desde donde de manera frecuente lanzan operaciones armadas en su contra. A lo largo del año pasado se registraron al menos seiscientos de este tipo de asaltos.
Esto ha provocado que Pakistán, en más de una oportunidad, haya perseguido a los terroristas hasta el interior afgano, bombardeando, según Islamabad, campamentos y centros de entrenamiento del TTP (Ver: Juegos de guerra en la Línea Durand (I) (II) (III).)
La intermitente tensión fronteriza trepó al punto que desde el día nueve y particularmente entre el once y doce de octubre, en diferentes puntos a lo largo de la Línea Durand, como se conoce la frontera de casi tres mil kilómetros entre ambas naciones, estallaran intensos enfrentamientos que dejaron, según la fuente, entre sesenta y doscientos muertos. Además de que las fuerzas afganas tomaron veinticinco puestos de vigilancia fronteriza del Ejército paquistaní.
Islamabad informó que eliminó a unos doscientos milicianos afganos, mientras que el Talibán se atribuyó haberle provocado unas sesenta bajas a Pakistán. Centrándose las principales acciones en las provincias afganas de Kabul y Paktika, donde un mercado popular fue atacado, mientras que a lo largo de la línea se registraron varios choques de menor intensidad. También en Kunar-Kurram, en la provincia de Khyber Pakhtunkhwa (KP), Angoor Adda, Bajaur, Dir, Chitral y Baramcha.
El primer ministro pakistaní, Shehbaz Sharif, condenó el ataque afgano, refiriéndose a sus tropas: “No solo dieron una respuesta adecuada a las provocaciones, sino que tomaron varias posiciones obligando a la retirada de los talibanes”.
Durante los enfrentamientos se produjeron bombardeos a la capital afgana e incursiones terrestres contra campamentos y puestos del Talibán, además de haber destruido centros de entrenamiento del TTP y desmantelado grupos de apoyo que operan desde el territorio afgano. Siempre según fuentes pakistaníes, los ataques del ejército se concentraron en eliminar milicianos de los grupos asociados al talibán Fitna al Khwarij (FAK), el Fitna al Hindustan (FAH) e incluso del Daesh-Khorasan, el grupo terrorista fundado en 2015 por la CIA para generar una oposición armada en los mismos términos del talibán.
Tras los enfrentamientos, Islamabad cerró todos los pasos fronterizos de la Línea Durand, de las provincias de Khyber Pakhtunkhwa (KP) y Baluchistán. Particularmente el de Torkham, en KP, que además de tener un intenso tránsito comercial, tiene un constante flujo de personas que van en ambas direcciones. Sin tanta intensidad como el primero, pero sí de mucha importancia para la provincia de Baluchistán el de Chama.
Se cree que el ataque aéreo a Kabul tenía como principal objetivo asesinar al emir del TTP, Noor Wali Mehsud, quien en un reciente comunicado anunció que había salido ileso. Aunque también, los ataques podrían ser una advertencia al talibán, por el creciente acercamiento a India. Ya que justamente el día del bombardeo a Kabul, llegaba a Nueva Delhi, en visita oficial, el ministro de Asuntos Exteriores afgano, el mullah Amir Khan Muttaqi. Lo que responde claramente a la estrategia del gobierno del primer ministro Narendra Modi para generar incertidumbre en las dos principales fronteras de Pakistán, en el norte en la Línea Durand y en la frontera sur, con India, conocida como la Línea Radcliffe, de más de tres mil trescientos kilómetros, incluyendo la Línea de Control (LDC) que separa la Cachemira india de la pakistaní.
Además, Pakistán bombardeó la ciudad de Kandahar, la capital religiosa del país, donde reside el líder supremo de la nación, el mullah Hibatullah Akhundzada.
En agosto pasado, el Ministro de Relaciones Exteriores de China, Wang Yi, visitó Kabul, quien manifestó el interés de su país para invertir en el sector minero. En julio, Moscú había reconocido al gobierno afgano, además de aceptar la apertura de la embajada afgana en Moscú.
A la manifiesta conflictividad entre Kabul e Islamabad, por la carta blanca de la que parece disponer el TTP en Afganistán, y su cada vez más estrecha relación con India, se le suma la campaña de repatriaciones forzosas de cientos de miles de refugiados afganos en Pakistán, las que, tras el derrocamiento del primer ministro Imran Khan, en abril del 2022, los gobiernos que lo sucedieron y particularmente desde marzo del año pasado, cuando el actual jefe de Estado, Shehbaz Sharif, imprimió mayor impulso a esas deportaciones, en muchos casos absolutamente ilegítimas, ya que son muchos los casos en los que se expulsan ciudadanos pakistaníes, de origen afgano. (Ver Pakistán: expulsión, persecución y robo).
Rusia, China, Qatar y Arabia Saudita, que firmó en septiembre pasado un pacto de defensa mutua con Pakistán, pidieron a ambos contendientes evitar una escalada mayor. En respuesta, los mullahs detuvieron sus operaciones. Incluso el propio Donald Trump se ha ofrecido como mediador del conflicto. Lo que le permitiría un decisorio acercamiento a la región, después de la huida del 2021.
India también juega.
Los vínculos entre Kabul y Nueva Delhi son cada vez más evidentes y este es un detalle que Islamabad no puede dejar pasar desapercibido. Ya que no solo India anunció que reabriría su embajada en la capital afgana Kabul, sino que calificó la visita de Muttaqi como “un paso importante para avanzar nuestros lazos y afirmar la amistad duradera”.
En este nuevo juego, India se va imponiendo en la larga competencia con Pakistán para conseguir mayor influencia en Afganistán, que poco a poco se está convirtiendo en un puerto para el arribo de inversiones en diferentes rubros, aunque especialmente la minería, de países como China, Rusia, Irán y Turquía o naciones de Asia Central.
Frente a la escalada y la cantidad de muertos que ha generado, la presión internacional logró que ambos países establecieran, a partir del día jueves, una tregua de cuarenta y ocho horas. La que se estima podría extenderse sin mayores esfuerzos, siempre y cuando nadie vuelva a realizar algún ataque.
Más allá de las políticas islamófobas desplegadas, como parte del ideario político del primer ministro Modi, quien desde 2002 fue responsable de innumerables matanzas que dejaron miles de muertos de musulmanes indios. La Realpolitik obliga a ambas a aliarse contra el enemigo común: Pakistán, quien desde 1947, tras la partición de India, ha mantenido tres guerras e infinidad de choques fronterizos que siempre están al borde de profundizarse, como lo que sucedió en mayo pasado. También han sido muchas las operaciones terroristas por parte de grupos musulmanes, ya no solo en Cachemira, sino en ciudades como Nueva Delhi, Mumbai, Jaipur o Hyderabad, que dejaron centenares de muertos, e incluso el ataque de la Red Haqqani, aliados del Talibán, a la embajada india en Kabul, que dejó sesenta muertos y ciento cuarenta heridos en julio del 2008.
Creando una leyenda negra en torno a la comunidad islámica de India, cercana a los doscientos cuarenta millones de fieles, casi tantos como en Pakistán.
Mientras para los talibanes, para quienes Pakistán ha sido siempre un aliado casi incondicional, a lo largo de la guerra contra la Unión Soviética (1979-1992) y la invasión norteamericana que se extendió desde 2001 a 2021, los afganos saben muy bien de la voluntad de Pakistán para subordinar su país casi como a una colonia.
Islamabad necesita obligatoriamente evitar un tándem Nueva Delhi-Kabul para contener a la voluntad independentista de los pashtunes, la etnia mayoritaria de Afganistán, mientras que en Pakistán representan cerca de cuarenta millones de personas.
Estas tensiones en la región que se dio a conocer como Heartland, por la centralidad que ha ocupado históricamente, no son para nada nuevas. Por lo que el juego entre India y los talibanes desnuda la pugna entre las tres naciones, donde, más allá de sus rivalidades, se necesitan para ocupar una centralidad en la que deja solo una pregunta: ¿de qué lado están los fundamentalistas?






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