Es el año 9 d.C. En la Germania más profunda, tres legiones romanas (la XVII, XVIII y XIX) avanzan en una trampa mortal. Su comandante, Publio Quintilio Varo, confía ciegamente en Arminio, un príncipe germano "romanizado".
Pero Arminio no es un aliado. Es el arquitecto de su aniquilación.
La columna romana, con 20.000 hombres, se desliza por el lodo bajo una lluvia implacable. De repente, el bosque cobra vida. Arminio emerge al mando de una horda de guerreros germanos. Es una emboscada perfecta.
Los maestros de la guerra en campo abierto son ahora presa fácil. El barro inutiliza sus escudos, la lluvia sus arcos. No hay formación que valga, solo caos, muerte y el sonido de los gritos entre los árboles.
Durante tres días, los supervivientes son cazados. Varo, viendo todo perdido, prefiere el suicidio a la captura.
El resultado: una de las mayores humillaciones de Roma.
Tres águilas legionarias, su símbolo de honor, capturadas.
Tres legiones completas, borradas del mapa.
El emperador Augusto, destrozado, se golpeaba contra los muros gritando: "¡Quintilio Varo, devuélveme mis legiones!".
Esta no fue solo una batalla. Fue el fin del sueño de Roma en Germania. Un punto de inflexión que cambió la historia de Europa para siempre.
Y la gran pregunta: ¿Fue Arminio un traidor vil... o un héroe libertador?
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