Cuando la Gestapo puso una recompensa de cinco millones de francos por su cabeza, no estaban persiguiendo a un espía cualquiera. Buscaban "El Ratón Blanco". Buscaban a Nancy Wake. Una mujer tan escurridiza, tan decidida, que hizo temblar toda la maquinaria de guerra nazi. Una que desaparecía entre las sombras y golpeaba donde menos te lo esperabas. Una leyenda viviente.
Nacida en Nueva Zelanda en 1912, criada en Australia, Nancy fue fuego puro desde joven. A los dieciséis años dejó su casa, hambrienta de aventuras. Su camino la llevó a París, donde trabajó como periodista. Fue allí donde vio el verdadero rostro del fascismo y se hizo una promesa a sí misma: habría luchado. Hasta el final.
Cuando Francia cayó bajo la ocupación alemana, Nancy no dudó. Se convirtió en un pilar de la Resistencia: transportaba mensajes, ocultaba información, guiaba a pilotos aliados fuera del país, enfrentaba peligros todos los días. Pero su espíritu era indomable. Después de lograr llegar a Gran Bretaña, se entrenó con el Ejecutivo de Operaciones Especiales y saltó en paracaídas de nuevo en territorio enemigo. ¿Su misión? Unificar la Resistencia y coordinar operaciones de sabotaje.
Y lo hizo. Formó una fuerza de guerrilla de más de 7.000 combatientes. Cortaron las líneas de suministro, destruyeron fábricas, hicieron temblar el corazón de la ocupación alemana. Incluso cuando la Gestapo mató a su marido como represalia, Nancy no se detuvo. No se rompió. Mayo.
Cuando terminó la guerra, Nancy Wake era la mujer más condecorada de todas las fuerzas aliadas. Francia, Reino Unido, Estados Unidos y Australia le rindieron homenaje, pero ninguna medalla podrá contar realmente lo que fue: un huracán de coraje, un alma indomable, una mujer que eligió no doblegarse nunca.
Murió en 2011, a los 98 años. Pero su nombre vive. En la historia, en el silencio de los bosques donde guio a sus tropas, y en cada latido de corazón que rechaza la tiranía.
