Nacida el 24 de enero de 1862 en Nueva York, Edith Wharton creció en el seno de una familia aristocrática, rodeada de lujos y estrictas normas sociales. Sin embargo, desde niña, se sintió como una extraña en su propio mundo. Mientras las jóvenes de su entorno se preparaban para el matrimonio y la vida social, Edith soñaba con literatura, diseño y viajes.
A los 23 años, sus padres arreglaron su matrimonio con Edgar Robbins Wharton, un hombre doce años mayor que ella. Pero su unión estuvo lejos de ser feliz. Mientras él caía en una profunda depresión, Edith buscaba refugio en la escritura y en el diseño de interiores. En 1897, publicó su primer libro, La decoración de las casas, reflejando su amor por la arquitectura y el arte.
Su primer éxito literario llegó en 1902 con El valle de la decisión, al que siguió en 1905 La casa de la alegría, una crítica mordaz a la hipocresía de la alta sociedad neoyorquina.
En su vida privada, Edith encontró la pasión en un romance secreto con el periodista Morton Fullerton, mientras su matrimonio se desmoronaba. Finalmente, en 1913, se divorció de Edgar y se instaló en París, donde se convirtió en testigo y protagonista de uno de los momentos más oscuros de la historia: la Primera Guerra Mundial.
Wharton usó su influencia para acceder a los frentes de batalla y narrar lo que vio en "Luchando en Francia: De Dunkerque a Belfort". Pero no se quedó solo en la escritura: organizó hospitales, ayudó a mujeres refugiadas y promovió conciertos benéficos para la Cruz Roja, lo que le valió la Cruz de Honor del gobierno francés.
En 1920, instalada en la Provenza, Wharton escribió la que sería su obra maestra: La edad de la inocencia, una mirada crítica a la sociedad neoyorquina de su juventud. Con esta novela se convirtió en la primera mujer en ganar el Premio Pulitzer, un reconocimiento que la consolidó como una de las grandes escritoras de su tiempo.
Hasta su muerte en 1937, Edith Wharton siguió escribiendo sobre sociedad, arte y literatura, dejando inacabada su última novela, Las bucaneras. Falleció en su querido rincón de Saint-Brice-sous-Forêt, cerca de París, dejando un legado que sigue inspirando a generaciones.