sábado, diciembre 07, 2024

16 poemas imprescindibles de Octavio Paz (comentados)

 


Andrea Imaginario
Andrea Imaginario
Especialista en artes, literatura e historia cultural
Tiempo de lectura:14 min.

Octavio Paz (1914-1998) fue un poeta y ensayista mexicano galardonado con el premio Nobel. Su poesía invita a participar en una peregrinación analítica y simbólica que recorre diferentes formas, perspectivas y preocupaciones, para descubrir la existencia de un mundo que se revela solo cuando alguien lo ha nombrado.

No extraña que Octavio Paz haya escrito alguna vez que preguntar qué es algo es, en realidad, preguntar por su nombre. Este es el magnífico trabajo del poeta: nombrar aquella realidad presente, pero evaporada. Darle nombre es darle cuerpo, devolverle su estatuto trascendente, es hacerla existir plenamente. Presentamos aquí una selección de algunos poemas de Octavio Paz.

Soneto III

El poeta se deja conducir por las evocaciones amorosas y eróticas de un instante en el cual se detiene en la contemplación del cuerpo de la amada.

Del verdecido júbilo del cielo
luces recobras que la luna pierde
porque la luz de sí misma recuerde
relámpagos y otoños en tu pelo.

El viento bebe viento en su revuelo,
mueve las hojas y su lluvia verde
moja tus hombros, tus espaldas muerde
y te desnuda y quema y vuelve yelo.

Dos barcos de velamen desplegado
tus dos pechos. Tu espalda es un torrente.
Tu vientre es un jardín petrificado.

Es otoño en tu nuca: sol y bruma.
Bajo del verde cielo adolescente,
tu cuerpo da su enamorada suma.

Niña

La palabra se revela como dadora de vida, renovadora del aire, cuando es puesta en la boca de un ser tomado por inocente, germinal, amoroso.

A Laura Elena

Nombras el árbol, niña.
Y el árbol crece, lento,
alto deslumbramiento,
hasta volvernos verde la mirada.
Nombras el cielo, niña.
Y las nubes pelean con el viento
y el espacio se vuelve
un transparente campo de batalla.

Nombras el agua, niña.
Y el agua brota, no sé dónde,
brilla en las hojas, habla entre las piedras
y en húmedos vapores nos convierte.

No dices nada, niña.
Y la ola amarilla,
la marea de sol,
en su cresta nos alza,
en los cuatro horizontes nos dispersa
y nos devuelve, intactos,
en el centro del día, a ser nosotros.

Epitafio de un poeta

En este poema, Octavio Paz nos recuerda el carácter del hacer poético, la dialéctica entre la verdad y la mentira, paradoja sobre la que se construye en el discurso artístico.

Quiso cantar, cantar
para olvidar
su vida verdadera de mentiras
y recordar
su mentirosa vida de verdades.

Las palabras

El poeta representa las palabras como materia misma, sujetas a la plasticidad, a la encarnación, a la manipulación y a la creación. Ellas son trabajo, organismo, alimento, a la merced del ser humano que las hace, las transforma, las asimila.

Dales la vuelta,
cógelas del rabo (chillen, putas),
azótalas,
dales azúcar en la boca a las rejegas,
ínflalas, globos, pínchalas,
sórbeles sangre y tuétanos,
sécalas,
cápalas,
písalas, gallo galante,
tuérceles el gaznate, cocinero,
desplúmalas,
destrípalas, toro,
buey, arrástralas,
hazlas, poeta,
haz que se traguen todas sus palabras.

La vida sencilla

En este poema, Octavio Paz eleva un canto a las gracias cotidianas, estar en el aquí y el ahora, plenitud de la experiencia humana. La vida sencilla es la reivindicación de la atención vigilante y de la experiencia como sentido en sí misma, única conexión posible con otros y con el universo.

Llamar al pan y que aparezca
sobre el mantel el pan de cada día;
darle al sudor lo suyo y darle al sueño
y al breve paraíso y al infierno
y al cuerpo y al minuto lo que piden;
reír como el mar ríe, el viento ríe,
sin que la risa suene a vidrios rotos;
beber y en la embriaguez asir la vida,
bailar el baile sin perder el paso,
tocar la mano de un desconocido
en un día de piedra y agonía
y que esa mano tenga la firmeza
que no tuvo la mano del amigo;
probar la soledad sin que el vinagre
haga torcer mi boca, ni repita
mis muecas el espejo, ni el silencio
se erice con los dientes que rechinan:
estas cuatro paredes, papel, yeso,
alfombra rala y foco amarillento?
no son aún el prometido infierno;
que no me duela más aquel deseo,
helado por el miedo, llaga fría,
quemadura de labios no besados:
el agua clara nunca se detiene
y hay frutas que se caen de maduras;
saber partir el pan y repartirlo,
el pan de una verdad común a todos,
verdad de pan que a todos nos sustenta,
por cuya levadura soy un hombre,
un semejante entre mis semejantes;
pelear por la vida de los vivos,
dar la vida a los vivos, a la vida,
y enterrar a los muertos y olvidarlos
como la tierra los olvida: en frutos...
Y que a la hora de mi muerte logre
morir como los hombres y me alcance
el perdón y la vida perdurable
del polvo, de los frutos y del polvo.

La poesía

La poesía se revela al poeta como una amante frente a la que su alma se desnuda o, por qué no, como una madre nutricia que sustenta al poeta. La poesía es una relación. Dejemos que sea el poeta quien hable.

A Luis Cernuda

Llegas, silenciosa, secreta,
y despiertas los furores, los goces,
y esta angustia
que enciende lo que toca
y engendra en cada cosa
una avidez sombría.

El mundo cede y se desploma
como metal al fuego.

Entre mis ruinas me levanto,
solo, desnudo, despojado,
sobre la roca inmensa del silencio,
como un solitario combatiente
contra invisibles huestes.

Verdad abrasadora,
¿A qué me empujas?

No quiero tu verdad,
tu insensata pregunta.

¿A qué esta lucha estéril?
No es el hombre criatura capaz de contenerte,
avidez que sólo en la sed se sacia,
llama que todos los labios consume,
espíritu que no vive en ninguna forma
mas hace arder todas las formas.

Subes desde lo más hondo de mí,
desde el centro innombrable de mi ser,
ejército, marea.

Creces, tu sed me ahoga,
expulsando, tiránica,
aquello que no cede
a tu espada frenética.

Ya sólo tú me habitas,
tú, sin nombre, furiosa substancia,
avidez subterránea, delirante.

Golpean mi pecho tus fantasmas,
despiertas a mi tacto,
hielas mi frente,
abres mis ojos.

Percibo el mundo y te toco,
substancia intocable,
unidad de mi alma y de mi cuerpo,
y contemplo el combate que combato
y mis bodas de tierra.

Nublan mis ojos imágenes opuestas,
y a las mismas imágenes
otras, más profundas, las niegan,
ardiente balbuceo,
aguas que anega un agua más oculta y densa.

En su húmeda tiniebla vida y muerte,
quietud y movimiento, son lo mismo.
Insiste, vencedora,
porque tan sólo existo porque existes,
y mi boca y mi lengua se formaron
para decir tan sólo tu existencia
y tus secretas sílabas, palabra
impalpable y despótica,
substancia de mi alma.

Eres tan sólo un sueño,
pero en ti sueña el mundo
y su mudez habla con tus palabras.

Rozo al tocar tu pecho
la eléctrica frontera de la vida,
la tiniebla de sangre
donde pacta la boca cruel y enamorada,
ávida aún de destruir lo que ama
y revivir lo que destruye,
con el mundo, impasible
y siempre idéntico a sí mismo,
porque no se detiene en ninguna forma
ni se demora sobre lo que engendra.

Llévame, solitaria,
llévame entre los sueños,
llévame, madre mía,
despiértame del todo,
hazme soñar tu sueño,
unta mis ojos con aceite,
para que al conocerte me conozca.

Tus ojos

En los ojos de la amada el poeta encuentra el mundo. Se sabe preso de la seducción que anuncia una eternidad, una inconmensurable belleza que subyuga al amante.

Tus ojos son la patria del relámpago y de la lágrima,
silencio que habla,
tempestades sin viento, mar sin olas,
pájaros presos, doradas fieras adormecidas,
topacios impíos como la verdad,
otoño en un claro del bosque en donde la luz canta en el hombro
de un árbol y son pájaros todas las hojas,
playa que la mañana encuentra constelada de ojos,
cesta de frutos de fuego,
mentira que alimenta,
espejos de este mundo, puertas del más allá,
pulsación tranquila del mar a mediodía,
absoluto que parpadea,
páramo.

Analfabeto

Para el poeta, el cielo representa un libro lleno de signos indescifrables. Frente a la inmensidad, el poeta reconoce su finitud.

Alcé la cara al cielo,
inmensa piedra de gastadas letras:
nada me revelaron las estrellas.

Vea también El laberinto de la soledad de Octavio Paz.

Madrugada

friedrich
Caspar Friedrich: Monje junto al mar.

La madrugada es representada por el poeta como la hora terrible en que despiertan las heridas dormidas que rodean su existencia.

Rápidas manos frías
retiran una a una
las vendas de la sombra

Abro los ojos
todavía
estoy vivo
en el centro
de una herida todavía fresca.

Apremio

En este poema, Octavio Paz parece introducirnos a uno de los tópicos literarios por excelencia: la preocupación por el paso del tiempo.

Corre y se demora en mi frente
lenta y se despeña en mi sangre
la hora pasa sin pasar
y en mí se esculpe y desvanece

Yo soy el pan para su hambre
yo el corazón que deshabita
la hora pasa sin pasar
y esto que escribo lo deshace

Amor que pasa y pena fija
en mí combate en mí reposa
la hora pasa sin pasar
cuerpo de azogue y de ceniza

Cava mi pecho y no me toca
piedra perpetua que no pesa
la hora pasa sin pasar
y es una herida que se encona

El día es breve la hora inmensa
hora sin mí yo con su pena
la hora pasa sin pasar
y en mí se fuga y se encadena

Garabato

El erotismo vuelve a hacerse presente en Octavio Paz. Esta vez, su aproximación es sensorial más que contemplativa. Una acción hecha metáfora repasa la textura del cuerpo y la pasión.

Con un trozo de carbón
con mi gis roto y mi lápiz rojo
dibujar tu nombre
el nombre de tu boca
el signo de tus piernas
en la pared de nadie

En la puerta prohibida
grabar el nombre de tu cuerpo
hasta que la hoja de mi navaja
sangre
y la piedra grite
y el muro respire como un pecho

Silencio

La imagen que nos presenta Octavio Paz sobre el silencio nos abruma: cuando el pensamiento se abre paso en el silencio, y se abalanzan ilusiones, culpas o penas que oprimen nuestro pecho.

Así como del fondo de la música
brota una nota
que mientras vibra crece y se adelgaza
hasta que en otra música enmudece,
brota del fondo del silencio
otro silencio, aguda torre, espada,
y sube y crece y nos suspende
y mientras sube caen
recuerdos, esperanzas,
las pequeñas mentiras y las grandes,
y queremos gritar y en la garganta
se desvanece el grito:
desembocamos al silencio
en donde los silencios enmudecen.

El fuego de cada día

Auger Lucas
Auger Lucas: Alegoría de la poesía.

Paz vuelve otra vez a la autorreflexividad estética, a la cuestión del hacer poético y a la materia de su creación: el lenguaje, esta vez imagen de sonoridad, de aire vibrante. El lenguaje se representa como naturaleza viva. Y así nace el poema, continuación del universo.

A Juan García Ponce

Como el aire
hace y deshace
sobre las páginas de la geología,
sobre las mesas planetarias,
sus invisibles edificios:
el hombre.

Su lenguaje es un grano apenas,
pero quemante,
en la palma del espacio.

Sílabas son incandescencias.

También son plantas:
sus raíces
fracturan el silencio,
sus ramas
construyen casas de sonidos.

Sílabas:
se enlazan y se desenlazan,
juegan
a las semejanzas y las desemejanzas.

Sílabas:
maduran en las frentes,
florecen en las bocas.

Sus raíces
beben noche, comen luz.

Lenguajes:
árboles incandescentes
de follajes de lluvias.

Vegetaciones de relámpagos,
geometrías de ecos:
sobre la hoja de papel
el poema se hace
como el día
sobre la palma del espacio.

Decir, hacer

Una vez más, el hacer poético se hace tema de la poesía de Octavio Paz. esta vez, ha dedicado el poema a Roman Jakobson, lingüista y crítico literario, ampliamente conocido por su estudio de las funciones del lenguaje. Una de ellas es, precisamente, la función poética. ¿Pero quién puede saber realmente lo que es la poesía?

A Roman Jakobson

Entre lo que veo y digo,
Entre lo que digo y callo,
Entre lo que callo y sueño,
Entre lo que sueño y olvido

La poesía.

Se desliza entre el sí y el no:
dice
lo que callo,
calla
lo que digo,
sueña
lo que olvido.

No es un decir:
es un hacer.

Es un hacer
que es un decir.

La poesía
se dice y se oye:
es real.

Y apenas digo
es real,
se disipa.

¿Así es más real?
Idea palpable,
palabra
impalpable:
la poesía
va y viene
entre lo que es
y lo que no es.

Teje reflejos
y los desteje.

La poesía
siembra ojos en las páginas
siembra palabras en los ojos.

Los ojos hablan
las palabras miran,
las miradas piensan.

Oír
los pensamientos,
ver
lo que decimos
tocar
el cuerpo
de la idea.

Los ojos
se cierran

Las palabras se abren.

Entre ir y quedarse

El poeta le canta al instante cotidiano, ese en el que el día queda atrapado pensando en volverse noche, ese instante mágico en que el ser humano que lo contempla, el poeta en este caso, se convierte en pausa que contempla. ¡Qué pensamientos despierta aquella postración!

Entre irse y quedarse duda el día,
enamorado de su transparencia.
La tarde circular es ya bahía:
en su quieto vaivén se mece el mundo.
Todo es visible y todo es elusivo,
todo está cerca y todo es intocable.
Los papeles, el libro, el vaso, el lápiz
reposan a la sombra de sus nombres.
Latir del tiempo que en mi sien repite
la misma terca sílaba de sangre.
La luz hace del muro indiferente
un espectral teatro de reflejos.
En el centro de un ojo me descubro;
no me mira, me miro en su mirada.
Se disipa el instante. Sin moverme,
yo me quedo y me voy: soy una pausa

El pájaro

La muerte no abandona las inquietudes del poeta. Ese destino inexorable al que nos enfrentamos en un motivo recurrente en la literatura. Podrá el verso sobrevivir, pero no el hombre que lo ha hecho. Las palabras prevalecen sobre el ser. La muerte en este poema se representa amenazante, como un francotirador al acecho. La muerte no tiene ni rostro ni móvil, no conoce la justicia. Simplemente, llega.

Un silencio de aire, luz y cielo.
En el silencio transparente
el día reposaba:
la transparencia del espacio
era la transparencia del silencio.
La inmóvil luz del cielo sosegaba
el crecimiento de las yerbas.
Los bichos de la tierra, entre las piedras,
bajo la luz idéntica, eran piedras.
El tiempo en el minuto se saciaba.
En la quietud absorta
se consumaba el mediodía.

Y un pájaro cantó, delgada flecha.
Pecho de plata herido vibró el cielo,
se movieron las hojas,
las yerbas despertaron...
Y sentí que la muerte era una flecha
que no se sabe quién dispara
y en un abrir los ojos nos morimos.

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Alfonsina Storni.

 

Alfonsina Storni

(Capriasca, Suiza, 1892 - Mar del Plata, Argentina, 1938) Poetisa argentina de origen suizo. Alfonsina Storni pasó a ocupar un lugar destacado en el panorama literario hispanoamericano por la fuerza con que aparece en sus versos la afirmación de una mirada femenina sobre el mundo. Junto a la chilena Gabriela Mistral y la uruguaya Juana de Ibarbourou, contemporáneas suyas, conformó la primera avanzadilla en la lucha de las mujeres por ocupar lugares de reconocimiento en los espacios de la literatura de América.


Alfonsina Storni

A los cuatro años se trasladó con sus padres a Argentina, y residió en Santa Fe, Rosario y Buenos Aires. Se graduó como maestra, ejerció en la ciudad de Rosario y allí publicó poemas en las revistas Mundo Rosarino y Monos y Monadas. Se trasladó luego a Buenos Aires y fue docente en el Teatro Infantil Lavardén y en la Escuela Normal de Lenguas Vivas.

En 1917 fue nombrada maestra directora del internado de Marcos Paz. Por esa época comenzó Alfonsina Storni a frecuentar los círculos literarios y dictó conferencias en Buenos Aires y Montevideo; colaboró en las publicaciones Caras y CaretasNosotrosAtlántidaLa Nota y en el periódico La Nación. Compartió además la vida artística y cultural del grupo Anaconda con Horacio Quiroga y Enrique Amorín y obtuvo varios premios literarios.

En la década de 1930 viajó a Europa y participó de las reuniones del grupo Signos, donde asistían figuras importantes de las letras como Federico García Lorca y Ramón Gómez de la Serna. En 1938 participó en el homenaje que la Universidad de Montevideo brindó a las tres grandes poetisas de América: Gabriela MistralJuana de Ibarbourou y ella misma. Víctima de una enfermedad terminal, el 25 de octubre de ese mismo año decidió suicidarse en Mar del Plata.

Madre soltera, hecho que no era aceptable en su época, Alfonsina Storni fue sin embargo la primera mujer reconocida entre los mayores escritores de aquel tiempo. Su trayectoria literaria evolucionó desde el romanticismo hacia el intimismo sintomático del modernismo crepuscular para desembocar en la vanguardia. El rasgo más característico de su producción fue un feminismo combativo en la línea que se observa en el poema Tú me quieres blanca, el cual se halla motivado por las relaciones problemáticas con el hombre, decisivas en la vida de la poetisa.

La obra poética de Alfonsina Storni se divide en dos etapas: a la primera, caracterizada por la influencia de los románticos y modernistas, corresponden La inquietud del rosal (1916), El dulce daño (1918), Irremediablemente (1919), Languidez (1920) y Ocre (1920). La segunda etapa, caracterizada por una visión oscura, irónica y angustiosa, se manifiesta en Mundo de siete pozos (1934) y Mascarilla y trébol (1938).

Storni hizo también incursiones en la dramaturgia: en 1927 estrenó en el Teatro Cervantes El amo del mundo, y en 1931 aparecieron Dos farsas pirotécnicas, que incluían Cimbellina en 1900 y pico y Polixena y la cocinerita. En 1950 se editó Teatro infantil, pero varias de sus obras para niños permanecen inéditas. En 1936 colaboró en el IV Centenario de la fundación de Buenos Aires con el ensayo Desovillando la raíz porteña.

Cómo citar este artículo:
Tomás Fernández y Elena Tamaro. «Biografia de Alfonsina Storni» [Internet]. Barcelona, España: Editorial Biografías y Vidas, 2004. Disponible en https://www.biografiasyvidas.com/biografia/s/storni.htm [página consultada el 7 de diciembre de 2024].

10 poemas esenciales de Alfonsina Storni y sus enseñanzas

 


Catalina Arancibia Durán
Catalina Arancibia Durán
Máster en Literatura Española e Hispanoamericana
Tiempo de lectura:13 min.

Alfonsina Storni (1892 - 1938) fue una destacada poeta argentina que sobresalió con una obra en la que indagó en el imaginario femenino y pasó a llevar todas las normas establecidas en el periodo, siendo independiente, madre soltera y autosuficiente.

Aunque comenzó siendo una profesora rural, logró abrirse camino en Buenos Aires y formar parte de los círculos intelectuales, así como ser conocida por el gran público. Su poesía se caracterizó por la simpleza y realidad que transmitía, haciendo alusión a la situación de cualquier latinoamericana de aquellos años.

Su figura se ha convertido en un importante símbolo, ya que desde la escritura cuestionó el lugar que ocupaba la mujer, tanto en su trabajo periodístico como en su creación poética.

1. Tú me quieres blanca

Tú me quieres alba,
me quieres de espumas,
me quieres de nácar.
Que sea azucena
sobre todas, casta.
De perfume tenue.
corola cerrada.

Ni un rayo de luna
filtrado me haya.
Ni una margarita
se diga mi hermana.
Tú me quieres nívea,
tú me quieres blanca,
tú me quieres alba.

Tú que hubiste todas
las copas a mano,
de frutos y mieles
los labios morados.
Tú que en el banquete
cubierto de pámpanos
dejaste las carnes
festejando a Baco.Tú que en los jardines
negros del Engaño
vestido de rojo
corriste al Estrago.

Tú que el esqueleto
conservas intacto
no sé todavía
por cuáles milagros,
me pretendes blanca
(Dios te lo perdone),
me pretendes casta
(Dios te lo perdone),
¡Me pretendes alba!

Huye hacia los bosques,
vete a la montaña;
límpiate la boca;
vive en las cabañas;
toca con las manos
la tierra mojada;
alimenta el cuerpo
con raíz amarga;
bebe de las rocas;
duerme sobre escarcha;
renueva tejidos
con salitre y agua.

Habla con los pájaros
y lévate al alba.
Y cuando las carnes
te sean tornadas,
y cuando hayas puesto
en ellas el alma
que por las alcobas
se quedó enredada,
entonces, buen hombre,
preténdeme blanca,
preténdeme nívea,
preténdeme casta.

Sin duda, este es el poema más recordado de la poeta. En él, hace alusión a la pretensión social de que el hombre puede vivir su vida como le parezca, mientras la mujer debe cumplir con ciertas exigencias para ser bien considerada.

Entonces, decide apelar al lector masculino, expresando que sólo puede exigirse aquello que se respeta en su propia persona. Si él desea una mujer virginal y pura, debe entregar de vuelta lo mismo.

2. Hombre pequeñito

Hombre pequeñito, hombre pequeñito,
Suelta a tu canario que quiere volar...
Yo soy el canario, hombre pequeñito,
Déjame saltar.

Estuve en tu jaula, hombre pequeñito,
Hombre pequeñito que jaula me das.
Digo pequeñito porque no me entiendes,
Ni me entenderás.

Tampoco te entiendo, pero mientras tanto
Ábreme la jaula que quiero escapar;
Hombre pequeñito, te amé media hora,
No me pidas más.

"Hombre pequeñito" es uno de los poemas más famosos de la escritora. En él, se refiere de forma irónica a todos aquellos hombres que desean mantener a las mujeres en un lugar restringido. Este "pequeñito" no logra comprender que su amada es más que sólo una compañía que le puede otorgar placer, es un ser libre que desea poder explotar sus capacidades.

3. La loba

Yo soy como la loba.
Quebré con el rebaño
Y me fui a la montaña
Fatigada del llano.

Yo tengo un hijo fruto del amor, de amor sin ley,
Que no pude ser como las otras, casta de buey
Con yugo al cuello; ¡libre se eleve mi cabeza!
Yo quiero con mis manos apartar la maleza.

Mirad cómo se ríen y cómo me señalan
Porque lo digo así: (Las ovejitas balan
Porque ven que una loba ha entrado en el corral
Y saben que las lobas vienen del matorral).

¡Pobrecitas y mansas ovejas del rebaño!
No temáis a la loba, ella no os hará daño.
Pero tampoco riáis, que sus dientes son finos
¡Y en el bosque aprendieron sus manejos felinos!

No os robará la loba al pastor, no os inquietéis;
Yo sé que alguien lo dijo y vosotras lo creéis
Pero sin fundamento, que no sabe robar
Esa loba; ¡sus dientes son armas de matar!

Ha entrado en el corral porque sí, porque gusta
De ver cómo al llegar el rebaño se asusta,
Y cómo disimula con risas su temor
Bosquejando en el gesto un extraño escozor...

Id si acaso podéis frente a frente a la loba
Y robadle el cachorro; no vayáis en la boba
Conjunción de un rebaño ni llevéis un pastor...
¡Id solas! ¡Fuerza a fuerza oponed el valor!

Ovejitas, mostradme los dientes. ¡Qué pequeños!
No podréis, pobrecitas, caminar sin los dueños
Por la montaña abrupta, que si el tigre os acecha
No sabréis defenderos, moriréis en la brecha.

Yo soy como la loba. Ando sola y me río
Del rebaño. El sustento me lo gano y es mío
Donde quiera que sea, que yo tengo una mano
Que sabe trabajar y un cerebro que es sano.

La que pueda seguirme que se venga conmigo.
Pero yo estoy de pie, de frente al enemigo,
La vida, y no temo su arrebato fatal
Porque tengo en la mano siempre pronto un puñal.

El hijo y después yo y después... ¡lo que sea!
Aquello que me llame más pronto a la pelea.
A veces la ilusión de un capullo de amor
Que yo sé malograr antes que se haga flor.

Yo soy como la loba,
Quebré con el rebaño
Y me fui a la montaña
Fatigada del llano.

Este poema funciona como una declaración de principios de la autora. Su obra fue bastante autobiográfica y en ella volcó sus inquietudes.

Su personalidad y forma de vida significaron un escándalo para la sociedad bonaerense del periodo. De esta manera, escribió este texto en el que se define a sí misma como una loba, una mujer autónoma que decidió alejarse del rol que la sociedad esperaba de ella.

Se dirige de manera metafórica a las esposas sumisas que le temen, pues no desea ser una más en el rebaño de ovejas sometidas por el pastor (el hombre). Ella es feliz siendo libre, cuidando de su hijo y manteniéndose a sí misma, pues asegura tener todas las capacidades para ello.

4. El clamor

Alguna vez, andando por la vida,
por piedad, por amor,
como se da una fuente, sin reservas,
yo di mi corazón.

Y dije al que pasaba, sin malicia,
y quizá con fervor:
-Obedezco a la ley que nos gobierna:
He dado el corazón.

Y tan pronto lo dije, como un eco
ya se corrió la voz:
-Ved la mala mujer esa que pasa:
Ha dado el corazón.

De boca en boca, sobre los tejados,
rodaba este clamor:
-¡Echadle piedras, eh, sobre la cara;
ha dado el corazón!

Ya está sangrando, sí, la cara mía,
pero no de rubor,
que me vuelvo a los hombres y repito:
¡He dado el corazón!

En "Clamor", Alfonsina Storni hace una crítica a la visión machista en donde una mujer es rechazada por entregarse a una relación amorosa sin seguir los protocolos del periodo.

Remite a lo autobiográfico, ya que fue amante del padre de su hijo, un hombre que ya tenía una familia. Así, denuncia la condena a la que es sometida por la sociedad, sin que nadie comprenda que su único pecado fue amar.

5. Hombre

Hombre, yo quiero que mi mal comprendas,
hombre, yo quiero que me des dulzura,
hombre, yo marcho por tus mismas sendas;
hijo de madre: entiende mi locura...

En estos breves versos la autora se refiere a la incompatibilidad entre los sexos como un problema masculino, ya que lo único que desea es ser escuchada y comprendida.

A pesar de que existen muchas cosas en las que hombres y mujeres no logran entenderse, ambos recorren las "mismas sendas", es decir, buscan las mismas cosas en la vida, más allá de su género.

Hacia el final recurre a la figura de la madre, tratando de apelar al cariño de todo hijo, para que así pueda observarla no sólo como mujer, sino como un individuo tan complejo como él.

6. Dulce tortura

Polvo de oro en tus manos fue mi melancolía;
Sobre tus manos largas desparramé mi vida;
Mis dulzuras quedaron a tus manos prendidas;
Ahora soy un ánfora de perfumes vacía.

Cuánta dulce tortura quietamente sufrida,
Cuando, picada el alma de tristeza sombría,
Sabedora de engaños, me pasada los días
¡Besando las dos manos que me ajaban la vida!

El desamor fue uno de los grandes temas que trabajó Storni. En este poema, compara su relación perdida con una dulce tortura, pues a pesar de que amó profundamente, fue una relación que terminó destruyéndola y le arrebató la oportunidad de ser realmente feliz de una manera más sana.

7. Dolor

Quisiera esta tarde
Pasear por la orilla lejana del mar;

Que la arena de oro, y las aguas verdes,
Y los cielos puros me vieran pasar.

Ser alta, soberbia, perfecta, quisiera,
Como una romana, para concordar

Con las grades olas, y las rocas muertas
Y las anchas playas que ciñen el mar.

Con el paso lento, y los ojos fríos
Y la boca muda, dejarme llevar;

Ver cómo las aves rapaces se comen
Los peces pequeños y no despertar;
Pensar que pudieran las frágiles barcas
Hundirse en las aguas y no suspirar;

Ver que se adelanta, la garganta al aire,
El hombre más bello; no desear amar...

Perder la mirada, distraídamente,
Perderla, y que nunca la vuelva a encontrar;

Y, figura erguida, entre cielo y playa,
Sentirme el olvido perenne del mar.

Aquí se hace una reflexión profunda sobre el dolor mezclado con angustia y melancolía. La hablante añora la calma que podría entregarle el mar, parte importante del imaginario creativo de la escritora.

Imagina un paseo solitario y tranquilo junto al océano, en el que pueda sentirse fundida con el ambiente y así olvidar sus problemas. La energía del aire marino la convertiría en un ideal de mujer que pueda permanecer imperturbable ante cualquier obstáculo.

8. ¿Qué diría?

¿Qué diría la gente, recortada y vacía,
Si en un día fortuito, por ultrafantasía,
Me tiñera el cabello de plateado y violeta,
Usara peplo griego, cambiara la peineta
Por cintillo de flores: miosotis o jazmines,
Cantara por las calles al compás de violines,
O dijera mis versos recorriendo las plazas,
Libertado mi gusto de vulgares mordazas?

¿Irían a mirarme cubriendo las aceras?
¿Me quemarían como quemaron hechiceras?
¿Campanas tocarían para llamar a misa?

En verdad que pensarlo me da un poco de risa.

En estos versos se puede notar una visión mucho más desenfadada de la autora. Ya no sufre por el juicio público. Por el contrario, desea provocar a la gente que constantemente la critica por su manera de ser.

De manera irónica, imagina escenarios ridículos en los que se cambiaría el aspecto y recorrería las calles declamando, demostrando que la gente no necesita un motivo de fuerza para censurarla.

9. A Eros

He aquí que te cacé por el pescuezo
a la orilla del mar, mientras movías
las flechas de tu aljaba para herirme
y vi en el suelo tu floreal corona.

Como a un muñeco destripé tu vientre
y examiné sus ruedas engañosas
y muy envuelta en sus poleas de oro
hallé una trampa que decía: sexo.

Sobre la playa, ya un guiñapo triste,
te mostré al sol, buscón de tus hazañas,
ante un corro asustado de sirenas.

Iba subiendo por la cuesta albina
tu madrina de engaños, doña Luna,
y te arrojé a la boca de las olas.

Este poema forma parte del último libro que publicó y se puede notar una visión más distante hacia el amor como un ideal y un motivo de sufrimiento. La hablante hace referencia a Eros, el dios de la atracción sexual, como alguien que ya no le interesa.

Cuando intenta atraparla de nuevo, ella lo ataca de vuelta y decide destruirlo con violencia, ya que con el tiempo ha comprendido que no desea saber más sobre aquellos temas que tanto la hicieron sufrir cuando joven.

10. Calle

Un callejón abierto
entre altos paredones grises.
A cada momento
la boca oscura de las puertas,
los tubos de los zaguanes,
trampas conductoras
a las catacumbas humanas.
¿No hay un calosfrío
en los zaguanes?
¿Un poco de terror
en la blancura ascendente
de una escalera?
Paso con premura.
Todo ojo que me mira
me multiplica y dispersa.
Un bosque de piernas,
un torbellino de círculos
rodantes,
una nube de gritos y ruidos,
me separan la cabeza del tronco,
las manos de los brazos,
el corazón del pecho,
los pies del cuerpo,
la voluntad de su engarce.
Arriba;
el cielo azul
aquieta su agua transparente;
Ciudades de oro
lo navegan.

Como mujer moderna, Storni se instaló a vivir en Buenos Aires, adaptándose a un ritmo más acelerado. En su obra, decidió explorar este espacio que iba ganando cada vez más terreno. Por ello, en "Calle" podemos ver la descripción de un paseo por la ciudad, en la que el exceso de ruidos, personas y movimiento la desorienta.

Se siente observada por muchos ojos y de diversas formas, por lo que su imagen se dispersa y se convierte en un ser anónimo entre el tumulto. Así, plantea el anonimato y la uniformidad que entregan la ciudad al individuo, pues lo convierte en un elemento más de la multitud.

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