viernes, agosto 08, 2025

La Amazonía, el pulmón del mundo




 La Amazonía, el pulmón del mundo, es la selva tropical más grande del mundo y se extiende por nueve países de América del Sur. Con una biodiversidad única, es fundamental para el equilibrio climático del planeta. Aunque la mayor parte se encuentra en Brasil, otros países también comparten y protegen importantes porciones de esta región vital.

🇧🇷
Brasil (60%)
Brasil posee la mayor parte de la selva amazónica, extendiéndose por el norte del país. Su territorio concentra la mayor biodiversidad del planeta.
Sabías que aún existen tribus no contactadas viviendo en lo profundo de su selva.
🇵🇪
Perú (11,2%)
La Amazonía peruana se encuentra principalmente en el oriente, cubriendo casi la mitad del país.
Sabías que el río Amazonas nace en los Andes del sur del Perú, en Arequipa.
🇨🇴
Colombia (7,2%)
Ubicada al sur, su región amazónica es vasta y casi inaccesible por carretera.
Sabías que el departamento del Amazonas colombiano solo se conecta por río o aire.
🇧🇴
Bolivia (6,9%)
Su Amazonía está en el norte, rica en fauna y cultura indígena.
Sabías que el Parque Nacional Madidi es uno de los más biodiversos del mundo.
🇻🇪
Venezuela (6,7%)
Se extiende en el estado Amazonas, una región con sabanas, montañas y selvas.
Sabías que el Monte Roraima, ubicado en esta zona, inspiró películas como Up.
🇬🇾
Guyana (3,0%)
Casi todo su territorio es selvático, con poca intervención humana.
Sabías que más del 80% de Guyana está cubierto por bosques tropicales vírgenes.
🇸🇷
Surinam (2,1%)
Su selva cubre la mayor parte del país, siendo uno de los más verdes del mundo.
Sabías que es el país con la huella ecológica más baja de Sudamérica.
🇪🇨
Ecuador (1,5%)
Su Amazonía, conocida como El Oriente, alberga una enorme riqueza cultural y natural.
Sabías que en el Parque Yasuní se hallan más especies por km² que en cualquier otra parte del mundo.
🇬🇫
Guayana Francesa (1,2%)
A pesar de su tamaño, conserva una gran parte de selva tropical.
Sabías que desde la selva de la Guayana Francesa se lanzan cohetes al espacio en el Centro Espacial de Kourou.

“Tomaba notas desde el pasillo para no incomodar a sus profesores”

 




“Tomaba notas desde el pasillo para no incomodar a sus profesores”

Clara Belle Drisdale Williams (1885-1993), fue la primer graduada afroamericana de la Universidad Estatal de Nuevo México.
Muchos de sus profesores no le permitian entrar en el aula a la clase porque su piel era negra; tenía que tomar notas desde el pasillo para no incomodar a sus profesores.
El día de su graduación no se le permitió caminar con los compañeros de su clase para obtener su diploma.
Clara se casó y tuvo tres hijos que después se convirtieron en médicos. Ella fue una gran maestra. De día daba clases a estudiantes negros, y de noche, enseñaba a sus padres y a los esclavos liberados.
En 1980, fue galardonada con un doctorado en leyes por la NMSU, quien se disculpó con ella por el trato que le dieron cuando era estudiante…

LOS KIRGUIS VIVEN EN YURTAS DESDE HACE SIGLOS

 










¿SABÍAS QUE LOS KIRGUIS VIVEN EN YURTAS DESDE HACE SIGLOS? Su tribu conserva tradiciones milenarias en medio de las montañas más antiguas de ASIA CENTRAL
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En las llanuras onduladas y los valles escarpados de Kirguistán, existe un pueblo que no ha permitido que el tiempo borre su historia. Los kirguís, descendientes de antiguas tribus nómadas de Asia Central, siguen viviendo como lo hacían sus antepasados hace más de mil años: entre caballos, cielos abiertos y yurtas circulares que se desmontan con el cambio de estación. Su historia no está escrita en libros, sino en la lana tejida a mano, en las canciones épicas y en la memoria de los ancianos que aún relatan las batallas contra imperios desaparecidos.
Originarios de la vasta región que hoy ocupa Kirguistán, los kirguís fueron mencionados por primera vez en fuentes chinas del siglo II a.C. como tribus montañesas de gran destreza ecuestre. Su nombre aparece vinculado a las rutas de la Seda y a los imperios que se disputaban el control del corazón de Asia. A pesar de siglos de invasiones —turcos, mongoles, rusos—, han logrado mantener su idioma túrquico, sus costumbres y su relación casi espiritual con la tierra.
Una de las joyas culturales más importantes del pueblo kirguís es el Manas, un poema épico oral que supera las 500 mil líneas y es considerado uno de los más extensos del mundo. Se transmite de generación en generación por los manaschi, bardos capaces de recitarlo durante días enteros sin repetirse, sin leerlo. Esta hazaña no solo muestra su memoria prodigiosa, sino también la fuerza de una tradición que aún desafía al tiempo digital.
Aunque la modernidad ha tocado a Kirguistán, muchos kirguís mantienen su modo de vida nómada. En verano, las familias se trasladan a los pastizales alpinos —llamados jailoo—, donde crían caballos, ovejas y yaks. Allí, en la inmensidad de la naturaleza, aún se preparan kumis (leche fermentada de yegua), se organizan juegos ecuestres como el kok boru (una especie de polo con una cabra sin cabeza) y se celebran bodas que pueden durar varios días.
Pero no todo es romance cultural. Tras la caída de la Unión Soviética, el pueblo kirguís tuvo que redefinir su identidad en medio de una república independiente pero inestable. Las desigualdades sociales, el abandono de regiones rurales y la migración hacia ciudades como Biskek han puesto en peligro muchas de sus costumbres. Aun así, el espíritu del nómada persiste, y hoy más que nunca se promueven proyectos para rescatar el arte del fieltro, la equitación tradicional y la arquitectura efímera de las yurtas.
Explorar la vida de los kirguís es como abrir una ventana a un pasado que no ha sido olvidado. En cada colina donde una yurta se levanta, en cada niño que aprende a montar antes de caminar, y en cada verso del Manas que aún resuena entre los valles, vive una cultura que se niega a ser devorada por el olvido.

Es una imagen de amor: única, silenciosa, más fuerte que el miedo

 



Lo que ven no es solo una fotografía.

Es una despedida.
Una promesa cumplida hasta el último aliento.
Es una imagen de amor: única, silenciosa, más fuerte que el miedo, la soledad e incluso la muerte.
Una historia inolvidable.
Ndakasi era una gorila de montaña.
Cuando tenía solo dos meses, los guardabosques del Parque Nacional de Virunga, en lo profundo del Congo, la encontraron aferrada al cuerpo sin vida de su madre, asesinada por cazadores furtivos.
No huyó. Se aferró con fuerza, como si aún pudiera traerla de vuelta.
Fue entonces cuando apareció André Bauma, un joven guardabosques.
No tenía nada más que sus manos.
Levantó su pequeño y tembloroso cuerpo y la abrazó contra su pecho.
Se quedó con ella toda la noche, calentándola con su propio cuerpo, rezando para que sobreviviera.
Y sobrevivió.
Desde ese momento, fueron inseparables. Ndakasi fue llevada al Centro Senkwekwe, el único orfanato del mundo para gorilas de montaña.
Allí, aprendió a respirar de nuevo. A confiar de nuevo. A vivir de nuevo.
Con el tiempo, se hizo famosa.
En 2019, una foto suya se hizo viral: de pie, sonriendo, con la mirada fija en la cámara, como diciendo: "Estoy aquí. Y estoy bien".
Millones de personas compartieron esa imagen con una sonrisa.
Pero pocos conocían la historia detrás.
Porque Ndakasi no era solo una "gorila graciosa".
Era una superviviente.
De la guerra. De los cazadores furtivos. De la destrucción de su bosque. De la soledad.
Y a pesar de todo, aún sabía amar.
Durante catorce años, tuvo a alguien que nunca la abandonó.
André fue su hogar.
No solo un cuidador, sino un verdadero amigo.
La única constante en un mundo lleno de caos.
Luego llegó la enfermedad. Su cuerpo se debilitaba cada día.
Pero André nunca se fue.
La cuidó sin descanso. Sin necesidad de palabras.
Y cuando sintió que el final se acercaba, hizo lo único que mejor sabía hacer:
Recostó la cabeza en su pecho y se durmió.
Para siempre.
Imagina ese momento.
El silencio tras el último aliento.
Un corazón que aún latía, roto.
Y el suave peso de la confianza, dejando ir.
Eso es amor.
No ruidoso ni dramático, sino presente.
En manos que nunca sueltan.
En ojos que nunca apartan la mirada.
En un vínculo que habla por sí solo.
Ndakasi no era solo una gorila.
Era una amiga, un ser que caminaba sobre el fuego y aun así florecía, gracias al cariño y al amor.
Era un trocito de la naturaleza que nos miraba a los ojos y preguntaba:
"¿Y tú? ¿Qué haces con el amor que has recibido?"
Recuerda su nombre: Ndakasi. La gorila que hizo sonreír al mundo y falleció en los brazos del hombre que la amó hasta el final.
Que su historia nos ilumine.
Que su memoria nos recuerde que todo ser vivo merece respeto, protección... y un corazón dispuesto a acogerlo, incluso en sus últimos momentos.
Fuentes:
Parque Nacional de Virunga, Declaración Oficial sobre Ndakasi, 2021.
BBC, “La gorila de montaña Ndakasi muere en brazos de un guardabosques”, 2021.
National Geographic, “La vida y el legado de Ndakasi”, 2022.

En 1912, Japón envió por primera vez a un atleta a unos Juegos Olímpicos





 En 1912, Japón envió por primera vez a un atleta a unos Juegos Olímpicos. Su nombre era Shizo Kanakuri, un joven prodigio del maratón que había roto el récord mundial de 40 km en 2 horas, 32 minutos y 45 segundos. La Universidad de Tokio costeó su viaje a Estocolmo, y partió con la sonrisa de quien sabe que lleva las esperanzas de un país entero.

El 14 de julio, día de la carrera, Suecia sorprendió con un calor sofocante: 32 grados y sin apenas viento. Kanakuri, decidido a no perder líquidos, cometió un error fatal: no bebería en el recorrido. Salió disparado, solo seguido de cerca por el sudafricano McArthur. Pero el sol no tuvo piedad. En el kilómetro 30, sediento y exhausto, vio un jardín donde una familia celebraba una fiesta y bebía zumo de frutas. Se detuvo.
Bebió un vaso… luego otro. El anfitrión le ofreció descansar en un sofá. Cerró los ojos “solo un momento” y se quedó dormido. La carrera terminó sin él. La policía lo buscó, pero Shizo, avergonzado, tomó un tren y regresó a Japón en silencio. Para Suecia, había desaparecido.
Con el tiempo, volvió a competir en 1920 y 1924, pero su abandono en Estocolmo quedó como una anécdota pendiente. Hasta que, en 1962, un periodista sueco lo localizó: tenía más de setenta años, seis hijos y diez nietos.
Cinco años después, en 1967, Kanakuri fue invitado a regresar al lugar donde se había detenido. Caminó hasta el mismo jardín, conversó con el hijo de aquel anfitrión y, con paso tranquilo, cruzó la meta que había dejado atrás 55 años antes.
—“He tardado 54 años, 8 meses, 6 días, 5 horas, 32 minutos y 20 segundos”, bromeó.
Así terminó la maratón más larga de la historia.

Soldadera yaqui (mujer soldado) se mueve durante la Revolución Mexicana




 Esta soldadera yaqui (mujer soldado) se mueve durante la Revolución Mexicana de 1910. Las mujeres yaquis reforzaron sus filas recién salidas de la esclavitud en 1911. Fotografiada en 1913 vestida con una gabardina con una bufanda en la cabeza, está volviendo o de camino a la capilla. En esos días las mujeres tenían que cubrirse la cabeza en la iglesia, e incluso hoy en los estados mediterráneos deben cubrirse los hombros para entrar a las capillas si usaban ropa sin mangas. Estas mujeres de la revolución donaron sangre, sudor y lágrimas por un México mejor. Uno en el que sus hijos tendrían derechos que ellos no tienen. Los soldaderas no sólo lucharon junto a los hombres en las trincheras, sino que también se dieron la vuelta y los cuidaban cuando estaban heridos.

Historia AI

No tenían familia de sangre. Pero hermanos, al fin y al cabo.





 En 1912, cerca de las Badlands de Dakota del Sur, un rastreador lakota llamado Amos Red Elk conoció a un hombre al que los lugareños llamaban "El Hombre Fantasma". Su verdadero nombre era Silas McKeen, un trampero tranquilo y solitario de Ohio que había perdido a su familia en la Guerra Civil. Vivía solo en los límites de la Reserva Pine Ridge, con solo un rifle, un perro y su silencio. La gente solo lo veía antes de las tormentas, moviéndose como una sombra.

Amos había crecido en la tradición lakota. Su abuelo había luchado en Little Bighorn, y su madre le enseñó a leer el viento y el agua como si fueran palabras sagradas.
Un frío día de otoño, Amos encontró a Silas en las colinas, atrapado y sangrando: una trampa para osos oxidada le había aplastado la pierna. Sin decir palabra, Amos lo llevó a su campamento, curó sus heridas y cantó suaves canciones lakota durante noches de escarcha y fiebre.
Al principio, Silas no confiaba en él. Pero con el tiempo, el silencio se convirtió en respeto. Para la primavera, cazaban juntos, compartían café junto a fogatas de pino y se enseñaban mutuamente sus costumbres: Silas le enseñaba a Amos a curtir pieles con humo, Amos le enseñaba a Silas a seguir el ritmo del búfalo.
En 1915, una ventisca bloqueó el camino a Rapid City. Un niño se estaba muriendo. Sin dudarlo, ambos se pusieron las raquetas de nieve y cruzaron el gélido desierto para entregar medicinas. Salvaron la vida del niño. Cuando le preguntaron a Silas por qué fue, solo dijo: "Mi hermano dijo que fuéramos".
Amos falleció en 1939. Silas lo siguió dos inviernos después. Fueron enterrados uno junto al otro en una cresta de pinos retorcidos.
No tenían familia de sangre.
Pero hermanos, al fin y al cabo.

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