domingo, noviembre 02, 2025

Haganle llegar este mensaje a Trump

 


Sudán: ¿Quién mata en El Fasher?

 




Línea Internacional


Sudán: ¿Quién mata en El Fasher?
Guadi Calvo.
Existen bibliotecas enteras en las que se cuentan las “hazañas” de los Estados Unidos, en procura de llevar la “libertad” hasta los confines más remotos del mundo, y si fuera el caso, más allá también.
Pero, en comparación, son muy escasos los libros, ensayos o artículos en los que se cuentan, esto sin ironía alguna, de lo que no han sido capaces. Más allá de los históricos fracasos en Vietnam (1975), Irán (1979), Nicaragua (1979), ¿Somalia (1983)?, Venezuela (2002) o Afganistán (2021), ya habría que sumarle a este ligero punteo el catastrófico Plan de paz para Gaza, acuerdo que Donald Trump obligó a Hamas a firmar con Israel hace menos de un mes para terminar el genocidio que sigue tan activo como desde el primer día.
Para terminar, con lo que sucede en Sudán, donde la guerra civil iniciada en abril del 2023 amenaza no solo con reiterar el genocidio de 2003-2005, que dejó medio millón de muertos en Darfur, sino sobrepasar esa cifra de manera holgada. (Ver: Sudán: La caída de el-Fasher o cómo exceder el exceso).
Más ahora, después de que el pasado domingo veintiséis de octubre, tras la caída de la ciudad de el-Fasher, la capital de la provincia de Darfur del Norte, tras un año y medio de acecho, el grupo paramilitar, conocido como Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR), obligó el repliegue del ejército federal o Fuerzas Armadas de Sudán (FAS).
Esto ha significado que doscientas sesenta mil almas, que durante el asedio colaboraron con el ejército, quedaran en manos de quienes no solo los han vencido, sino de quienes llegan en procura de terminar la limpieza étnica que había comenzado en 2002 y ahora sin duda intentar terminar. (Ver: Sudán: El genocidio previsible).
En este contexto, existen razones muy poderosas del porqué, desde que comenzó el conflicto, ni Estados Unidos ni Europa, faltando a sus principios de intervenir en todo, no lo han hecho, sin siquiera articular una campaña mediática que explique qué está pasando allí, como tantas veces antes lo han hecho en otras cuestiones, como con la minoría uigur, los musulmanes de la región autónoma de Xinkinag, o contra la Operación Especial de Rusia en Ucrania, donde era claro que Moscú, de no hacerlo, ponía en juego su propia existencia.
En este caso puntual del genocidio en Sudán, juegan otros factores para ese silencio. Y es la capacidad de lobby o presión de Mohammed bin Zayed Al Nahyan, el jeque de los Emiratos Árabes Unidos (EAU), el principal aliado del falso general, Mohammed “Hemetti” Dagalo, líder de los paramilitares, que desde el mismo comienzo de la guerra fue financiado por Abu Dabi, con miles de millones de dólares en armamento y mercenarios.
Una política para nada extraña en el proceso expansionista de los Emiratos, que los ha llevado desde su inicio a intervenir en el conflicto sirio (2011). A tener una activa participación en la guerra contra Yemen, encabezada por Arabia Saudita (2015), donde, a pesar de la vergonzosa retirada de Riad, los emiratíes siguen operando en el sur para forzar una nueva partición.
También los EAU, uno de los aliados más cercanos de Washington en la región del Golfo, siguen jugando muy fuerte en Libia apoyando al general Khalifa Hafther y a su poderoso Ejército Nacional Libio (ENL), que a lo largo de la guerra ha conquistado todo el este del país, llegando en 2019 hasta las puertas de Trípoli, gobernado por Abdul Hamid Mohammed Dbeibé, un “virrey” colocado por las Naciones Unidas en 2021, bajo la fachada del Gobierno de Unidad Nacional (GNU), sostenido a la vez por un complejo articulado de bandas armadas y mercenarios, que poco se diferencia de criminales comunes.
Más allá de la derrota sufrida por Hafther, algún jugador extraño al conflicto lo ha obligado a no volver a intentarlo.
La carta ganadora de los Emiratos.
Formalmente, se conoce que tanto los Estados Unidos, como el Consejo de Seguridad de la ONU, había logrado mínimos avances en el intento de detener la violencia que desde la toma de el-Fasher, que podría precipitar de manera inminente una partición del país.
Como ya hemos explicado en artículos anteriores, la matanza comenzó, apenas los paramilitares ingresaron a la ciudad. Iniciado la matanza, con el exterminio de más de cuatrocientos pacientes, junto a sus acompañantes en uno de los pocos hospitales que se mantenían en pie en el-Fasher, que había sido donado por Arabia Saudita.
Que impide al presidente estadounidense que presione en Sudán para detener la matanza de los pueblos negros (Masalit, Fur y Zaghawa), establecidos en la región desde el principio de los tiempos a manos de los paramilitares étnicamente árabes, llegados a Darfur progresivamente a partir de las invasiones árabes del 642.
Las promiscuas relaciones entre Washington y los Emiratos, son las que han evitado que ni el expresidente Joe Biden, ni su sucesor, a partir de enero pasado, prueben siquiera detener la guerra civil sudanesa.
Estados Unidos ha “condenado enérgicamente” en el Consejo de Seguridad el pasado treinta de octubre, las resientes atrocidades llevadas a cabo por el grupo paramilitar. Y dijo estar centrado sus acciones con el fin de lograr una tregua, lo que nunca fue posible desde el comienzo de la guerra.
Para muchos analistas la guerra podría detenerse si definitivamente Estados Unidos, presionara a al jeque Zayed Al Nahyan, lo que no sucederá, ya que para Trump, los Emiratos, son un jugador esencial en sus políticas en Medio Oriente además de asegurar el suministro de minerales críticos para semiconductores y tecnologías de defensa e impulsando los negocios privados de criptomonedas e inmobiliarios de la familia Trump. Y además apuntalar a Benjamín Netanyahu, por lo que no pondrá en juego las relaciones con Abu Dabi, para detener una guerra de segundo orden que ya lleva cerca de un cuarto de millón de muertos, catorce millones de desplazado internos más de cuatro millones de refugiados en países vecinos, solo tres millones y medio en el Chad y en menor número en Egipto, Etiopía, Sudan del Sur.
Por lo que si todavía, Estados Unidos, no lo ha hecho seguirá esa política, priorizando su relación económica, militar y tecnológica con los E.A.U. a pesar de todo.
En la reunión del Consejo de Seguridad del pasado jueves, los Emiratos se deslindaron de cualquier influencia sobre Hemetti Dagalo, Mientras que el enviado Jartum dijo que los E.A.U. utilizan el Consejo para “lavar la imagen”. Que en sus declaraciones dice estar apoyando los acuerdos de paz y el envío de ayuda a los desplazados y refugiados, mientras que por la noche continua con el constante enviado de material bélico a las FAR.
Washington, una vez más junto a Egipto, Arabia Saudita y los EÁU, convocó a un grupo informal conocido como Quad, para establecer una hoja de ruta que lleve al final de la guerra, Proceso que ya se ha intentado al menos unas ocho veces desde abril del 2023, y cada vez ha muerto antes de nacer.
El plan además incluye una tregua humanitaria por noventas días para concretar el flujo de ayuda, quien compare este plan a la ayuda negada mil veces a Gaza, acertará ya que tendrá el mismo resultado.
Al tiempo que el general Abdel Fattah al-Burhan, jefe del ejército regular y presidente del país, en diferentes oportunidades han afirmado que no cooperarán con el acuerdo impulsado por Washington por qué no se le exige a las FAR, que depongan sus armas.
La desconfianza del general al-Burhan, estriba además de todas las razones expuestas, se agregan las sanciones impuestas por Estados Unidos el mes pasado contra su ministro de Finanzas de Sudán, y algunos lideras de una milicia aliada al ejército, además de la participación de Abu Dabi en la mesa de negociaciones.
El día treinta del octubre un grupo bipartidista de legisladores norteamericanos del Comité de Relaciones Exteriores en una declaración pública exigen al ejecutivo considerar la designación de las Fuerzas de Apoyo Rápido, como una posible organización terrorista extranjera o una organización terrorista global especialmente designada. Mientras que establece autorizaciones para la entrega de ayuda humanitaria.
Más allá de la postura del gobierno norteamericano, condenando a la violencia en Sudán y sus exigencias para terminar con la violencia, ellos saben mejor que nadie, quien mata en el-Fasher y en todo Darfur.

En el campo de la muerte le dieron un número: 119104.



Pero lo que más intentaron destruir fue precisamente lo que acabaría salvando millones de vidas.
1942. Viena.
Viktor Frankl tenía 37 años.
Era un psiquiatra respetado, con una carrera prometedora,
un manuscrito casi terminado
y una esposa, Tilly, cuyo amor y risa llenaban la casa.
Tenía la oportunidad de huir a América — un visado, una salida —
pero sus padres mayores no podían acompañarlo.
Así que decidió quedarse.
Meses después, los nazis llegaron por todos ellos.
El manuscrito en el que había trabajado durante años — cuidadosamente cosido en el forro de su abrigo —
le fue arrebatado en pocas horas tras su llegada.
Su obra. Su propósito. Hecho cenizas.
Le quitaron la ropa, le raparon el cabello, borraron su nombre.
En el formulario de ingreso solo quedaba un número: 119104.
Pero los guardias no entendieron una cosa:
se puede quitar a un hombre sus posesiones, su manuscrito, su nombre...
pero no lo que sabe.
Y Viktor Frankl sabía algo sobre el espíritu humano
que no solo lo mantendría con vida,
sino que daría origen a una revolución en la psicología.
Observó un patrón.
En los campos, los hombres no morían solo de hambre o enfermedad.
Morían cuando perdían su razón para vivir.
El momento en que un prisionero abandonaba toda esperanza — su “por qué” —
su cuerpo colapsaba en cuestión de días.
Los médicos lo llamaban “give-up-itis” — la enfermedad del abandono.
Pero quienes se aferraban a algo —
una esposa que los esperaba, un hijo que volverían a ver, un libro por escribir, una promesa por cumplir —
podían soportar lo inimaginable.
La diferencia no era física.
Era el sentido.
Entonces Frankl comenzó un experimento.
No en un laboratorio, sino en los barracones.
Se acercaba a los hombres al borde del derrumbe y les susurraba:
«¿Quién te espera?»
«¿Qué trabajo te queda por hacer?»
«¿Qué le dirías a tu hijo para sobrevivir a esto?»
No podía ofrecerles comida ni libertad,
pero podía ofrecerles algo que los guardias no podían quitarles:
una razón para ver el mañana.
Uno recordó a su hija — sobrevivió para volver a verla.
Otro recordó un problema científico — sobrevivió para resolverlo.
Frankl mismo sobrevivió reconstruyendo mentalmente su manuscrito,
página por página, párrafo por párrafo,
en la oscuridad del barracón.
Abril de 1945. Liberación.
Viktor Frankl pesaba 38 kilos.
Sus costillas se marcaban bajo la piel.
Tilly había muerto.
Su madre — muerta.
Su hermano — muerto.
Todo lo que amaba había sido destruido.
Tenía todas las razones para rendirse.
Y, sin embargo, se sentó y escribió.
Nueve días.
Eso tardó en reescribir de memoria el manuscrito que los nazis habían destruido tres años antes.
Pero esta vez contenía algo nuevo:
la prueba.
La prueba viva, irrefutable, de que su teoría era cierta.
La llamó Logoterapia — la terapia basada en el sentido.
Una idea simple pero revolucionaria:
El ser humano puede soportar casi cualquier cosa, si tiene un porqué para vivir.
«Quien tiene un porqué, puede soportar casi cualquier cómo.»
(Las palabras eran de Nietzsche, pero Frankl las había demostrado en el infierno.)
1946. Publicación del libro.
En alemán: "...trotzdem Ja zum Leben sagen" — "...Decir sí a la vida, a pesar de todo."
Al principio, los editores lo rechazaron.
«Demasiado sombrío», decían.
«¿Quién querría leer sobre los campos de concentración?»
Pero poco a poco, el libro se difundió.
Los terapeutas lloraron al leerlo.
Los prisioneros encontraron esperanza en sus páginas.
Personas enfrentadas al divorcio, a la enfermedad, al fracaso o a la depresión
comprendieron que el sufrimiento también podía tener un sentido.
El impacto fue inmenso.
El libro fue traducido a más de 50 idiomas,
vendió más de 16 millones de ejemplares,
y fue clasificado por la Biblioteca del Congreso entre los 10 libros más influyentes de América.
Pero lo más importante:
incontables personas, en su noche más oscura,
lo leyeron y encontraron una razón para seguir adelante.
Porque Viktor Frankl demostró lo que los nazis no pudieron destruir:
Se puede quitar todo a un ser humano — su libertad, su familia, su futuro, su esperanza —
pero siempre quedará una última libertad:
la de elegir el sentido de lo que nos sucede.
No controlamos lo que nos pasa.
Pero siempre podemos elegir qué hacer con ello.
Hoy, Viktor Frankl ya no está.
Pero en las habitaciones de hospital, en los consultorios, en las prisiones,
en esos momentos silenciosos en que alguien decide
si debe rendirse o seguir — sus palabras siguen vivas:
«Cuando ya no podemos cambiar una situación, se nos desafía a cambiarnos a nosotros mismos.»
«A un hombre se le puede arrebatar todo, excepto una cosa: la última de las libertades humanas —
elegir su actitud ante cualquier circunstancia.»
Los nazis le dieron un número.
La historia le dio inmortalidad.
Porque el hombre que lo perdió todo enseñó al mundo
que el sentido es lo único que jamás se puede quitar.
El prisionero 119104 no solo sobrevivió.
Transformó el sufrimiento en sanación.
Y en algún lugar, esta noche, alguien al borde del abismo leerá sus palabras
y decidirá resistir un día más.
Eso no es solo sobrevivir.
Es una victoria sobre la muerte misma.

Memoria contra el olvido
























 

También hay que reconocer el trabajo realizado por aquellos maestros y practicantes de artes marciales, que desde el anonimato

 



También hay que reconocer el trabajo realizado por aquellos maestros y practicantes de artes marciales, que desde el anonimato, silenciosamente, sin la algarabía mediática de las prácticas colectivas con maestros expertos en tal o cual estilo, los seminarios impartidos por grandes y reconocidos senseis en dojos de lujos y las competencias a todos los niveles donde se disputan medallas, trofeos y títulos mundiales, ya que ellos desde las sombras, con sus aportes también contribuyen al mantenimiento, la difusión y el engrandecimiento de las artes marciales en todo el mundo.

Domingo Acevedo.
Oct/2025.

Occidente la estabilidad de sus naciones con la sangre de nuestros antepasados

 Hoy, Occidente que construyó la estabilidad de sus naciones con la sangre de nuestros antepasados, el saqueo y la destrucción de nuestros pueblos, nos sigue negando el derecho que nos asiste a vivir con dignidad y libertad.

‌Oct/2025.



Un inventor negro de Surinam resolvió el mayor problema de la fabricación de calzado

 



Un inventor negro de Surinam resolvió el mayor problema de la fabricación de calzado y logró que los zapatos fueran asequibles para millones de personas. Nunca has oído hablar de él.

A finales del siglo XIX, los zapatos eran un lujo que la mayoría de la gente no podía permitirse.
Eran caros: costaban el salario de varias semanas para una familia de clase trabajadora. Su fabricación llevaba días, ya que cada par era confeccionado completamente a mano por artesanos expertos. Y había un paso en el proceso que era tan difícil, tan laborioso, que creaba un cuello de botella en toda la industria del calzado: 71.000
El "montaje": la unión de la parte superior del zapato a la suela.
Este paso requería una habilidad extraordinaria. Un maestro montador podía producir unas 50 pares de zapatos al día, y se les pagaba bien por este trabajo especializado porque nadie había descubierto cómo mecanizarlo. Los inventores habían intentado durante décadas crear una máquina de montaje, pero el proceso era demasiado complejo, demasiado delicado. Todos decían que era imposible.
Entonces apareció Jan Ernst Matzeliger.
Matzeliger nació el 15 de septiembre de 1852 en Paramaribo, Guayana Holandesa (actual Surinam). Su padre era un ingeniero holandés y su madre una mujer surinamesa negra. En la sociedad colonial de Surinam, su origen mestizo lo situaba en una posición social complicada.
De joven, trabajó como aprendiz en talleres mecánicos, aprendiendo mecánica e ingeniería. A los 19 años, dejó Surinam y pasó dos años trabajando en barcos, llegando finalmente a Estados Unidos en 1873, con 20 o 21 años.
Se estableció en Lynn, Massachusetts, que en aquel entonces era la capital mundial del calzado. Las fábricas de Lynn producían millones de pares de zapatos anualmente, y toda la economía de la ciudad giraba en torno al calzado.
Matzeliger encontró trabajo en una fábrica de zapatos, y fue allí donde vio el problema: el proceso de montaje era el cuello de botella que impedía la producción en masa.
Los montadores expertos tenían una gran demanda y cobraban salarios altos. Los fabricantes de calzado estaban limitados por la cantidad de trabajadores cualificados que podían emplear. Y a pesar de décadas de intentos, nadie había logrado mecanizar el proceso de montaje.
Matzeliger decidió resolverlo.
Solo había un problema: apenas hablaba inglés. Había llegado hablando holandés y portugués. Aprendió inglés por su cuenta mientras trabajaba largos turnos en la fábrica. Por la noche, aprendió dibujo mecánico e ingeniería a través de libros y observación.
Y comenzó a diseñar una máquina para el montaje de calzado.
Durante seis años (aproximadamente de 1877 a 1883), Matzeliger trabajó en su invento, a menudo hasta altas horas de la noche, después de turnos de 10 horas en la fábrica. Construyó modelo tras modelo, probando, fracasando y perfeccionando. Se enfrentó al escepticismo de todos. Los inversores pensaban que era imposible. Sus compañeros de trabajo dudaban de él. Como hombre negro en la América de la década de 1880, se enfrentó a un racismo y una discriminación constantes que dificultaron aún más la obtención de financiación y apoyo.
Pero el 20 de marzo de 1883, Jan Ernst Matzeliger recibió la patente n.° 274.207 para su máquina de montaje de calzado.
Y funcionó.
La máquina de Matzeliger podía hacer el trabajo de varios montadores de calzado expertos, y lo hacía más rápido y de forma más consistente.
El aumento exacto de la productividad variaba, pero las estimaciones sugieren que su máquina podía producir entre 150 y 700 pares de zapatos al día, dependiendo del modelo y las condiciones. Esto era de tres a catorce veces más rápido que los mejores montadores manuales.
El impacto fue inmediato y revolucionario:
Los precios de los zapatos bajaron aproximadamente un 50%. Lo que antes era un artículo de lujo se volvió asequible para las familias de clase trabajadora. Por primera vez, el calzado duradero y bien hecho estuvo al alcance de los estadounidenses comunes.
Piensen en lo que eso significó: los niños podían tener zapatos que les quedaran bien. Los trabajadores podían tener calzado que protegiera sus pies. La gente no tenía que elegir entre comprar zapatos y comprar comida.
El invento de Jan Ernst Matzeliger cambió la vida diaria de millones de personas.
Pero el éxito tuvo un precio.
Para que su invento entrara en producción, Matzeliger tuvo que vender la participación mayoritaria de su patente a inversores. Recibió algunos pagos y acciones, pero nunca se benefició plenamente de su revolucionario invento. La máquina de montaje de calzado finalmente pasó a formar parte de United Shoe Machinery Corporation, que dominó la industria durante décadas, generando fortunas para sus propietarios.
El propio Matzeliger continuó trabajando, perfeccionando su máquina y desarrollando mejoras. Pero las largas horas, los años de estrés y las malas condiciones laborales le pasaron factura.
Contrajo tuberculosis, una enfermedad que a menudo era mortal en esa época, especialmente para las personas sin acceso a atención médica adecuada ni descanso.
El 24 de agosto de 1889, Jan Ernst Matzeliger falleció. Tenía 37 años.
Había vivido solo seis años después de patentar su invento. Murió antes de poder ver el impacto total de su trabajo, antes de que su máquina se convirtiera en un estándar en las fábricas de todo el mundo, antes de que la fabricación de calzado se transformara por completo, antes de que su invento ayudara a crear la industria moderna del calzado.
Esto es lo que hace que la historia de Matzeliger sea tan importante y tan ignorada:
Resolvió un problema que había desconcertado a los inventores durante décadas. Lo hizo mientras trabajaba a tiempo completo en una fábrica. Aprendió por sí mismo las habilidades de ingeniería y mecánica necesarias. Perseveró a pesar del racismo, la pobreza y el escepticismo. Creó un invento que hizo que una necesidad básica, los zapatos, fuera asequible para millones de personas.
Y la mayoría de la gente nunca ha oído hablar de él.
Su invento todavía se utiliza hoy en día: los principios básicos de su máquina de hormar son la base de la fabricación automatizada moderna de calzado. Cada par de zapatos producidos en masa que has usado fue posible gracias a la innovación de Jan Ernst Matzeliger.
Pero durante la mayor parte del siglo XX, su historia fue olvidada. No fue hasta la década de 1990 que comenzó a recibir un mayor reconocimiento:
1991: El Servicio Postal de los Estados Unidos emitió un sello conmemorativo en su honor
Su historia ahora se enseña en algunas escuelas como parte de la historia afroamericana y la historia de los inventos.
¿Por qué fue olvidado durante tanto tiempo?
Parte de ello se debe al destino habitual de los inventores cuyas empresas los eclipsan: la United Shoe Machinery Corporation se hizo famosa; Matzeliger no. Pero el racismo jugó un papel enorme. Los inventores negros fueron sistemáticamente borrados de las narrativas históricas. Sus contribuciones fueron ignoradas, minimizadas o atribuidas a otros.
Jan Ernst Matzeliger murió joven, pobre y en gran parte desconocido. Los hombres que se beneficiaron de su invento vivieron hasta la vejez y la riqueza. Durante décadas, los líderes de la industria del calzado fueron aclamados como visionarios, mientras que el inmigrante negro que realmente había resuelto el mayor problema de la industria fue olvidado.
Pero su invento habla por sí solo. Cada vez que te pones un par de zapatos asequibles y producidos en masa, cada vez que no tienes que preocuparte por si puedes permitirte comprar calzado, te estás beneficiando del genio y la determinación de Jan Ernst Matzeliger.
Llegó de Surinam sin formación formal en ingeniería. Aprendió inglés y dibujo mecánico por su cuenta. Trabajaba en una agotadora fábrica mientras inventaba por las noches. Perseveró a pesar del racismo y la pobreza. Resolvió un problema que todos decían que era imposible.
Y logró que los zapatos, una necesidad humana básica, estuvieran al alcance de todos.
Eso no es una simple anécdota histórica. Es una revolución que cambió millones de vidas.
Jan Ernst Matzeliger murió a los 37 años, pobre y enfermo, mientras su invento enriquecía a otros. Pero su legado nos acompaña cada día, literalmente.
Cada zapato que has usado le debe algo a un joven de Surinam que se negó a aceptar que un problema fuera irresoluble, y que dedicó seis años de su corta vida a asegurarse de que la gente trabajadora pudiera permitirse los zapatos que necesitaba.
Su nombre debería ser tan famoso como el de Edison o Bell. Pero aún no lo es.
Así que ahora lo sabes: Jan Ernst Matzeliger, 1852-1889. El hombre que hizo que los zapatos fueran asequibles para todo el mundo.

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