ALBORADA DE MARIPOSAS AZULES
No fui más que un niño que siempre anduvo perdido en sí mismo 
en los conucos lejanos del abuelo Ismael
aprendí de la vida todo lo que sé hoy
fueron los potreros del tío Juan mi escuela 
y en las lejanas regiones del rocío era donde podía mirarme al espejo 
y encontrarme tal cual era
un niño hecho de ceniza y barro 
con la mirada torva perdida en el infinito
que escribía todas las tardes en los pergaminos del viento 
su historia envejecida en su dolor vegetal
fue toda mi alegría poder correr por el bosque 
hasta cansarme y terminar de bruces 
entre los arbustos mágicos de las tardes 
hablar con los animales y los árboles
pasear en el viento más allá del horizonte  
y regresar en las nubes al lugar de donde nunca partí 
y encontrarme como siempre arrullado entre los brazos de mis padres
que me cubrían de la lluvia que con su corazón de azucena 
iba dejando pedazos de cielo dormidos en mi piel.
todas las tardes mi madre y yo nos sentábamos bajo la sombra del gran
árbol azul 
a mirar como los pájaros ebrios de clorofila 
se escondían detrás de las murallas del horizonte 
mientras una peregrinación de mariposas 
ancladas en los ventanales del ocaso agonizaban en la mirada quimérica
de un ángel.
hoy no hay más alegría  que este
canto bajo esta luna de jade 
por el camino del alba las huellas del rocío se evaporan entre los pies
descalzos de un sol precoz 
que siempre en noviembre pasa de largo a esconderse entre los
matorrales atardecidos de la distancia
alborada de mariposas azules 
heridas por los puñales del 
otoño 
todas la mañanas  en el  fogón doña Lola hierve jengibre que ofrece al
paladar
para ahuyentar a los duendes del frío 
y en algún lugar perdido en la memoria 
Cató todavía fabrica con sus manos de ternura 
los colores del amanecer 
y en un rincón de mi alma  
la abuela Mamá Tita recolecta los residuos perdidos de nuestro
pasado  
muchas veces ella y yo imaginábamos escuchar en la voz destemplada del
viento 
el lejano sonido de nostálgicas tamboras 
grito de guerra 
canto de amor 
danza que en las noches aun nos libera del peso de una historia amarga 
que escribieron con su sangre nuestros abuelos 
para que mi voz 
quinientos años después pudiera abrir las puertas que el tiempo creyó
haber cerrado para siempre
nací en esta tierra que tiene el color del olor del topacio 
donde los colores vegetales de la primavera se levantan como una ola 
que inunda todos los rincones del bosque de mariposas 
que al morir van dejando un rastro efímero de luz 
en la mirada azul de la distancia
arco iris coagulado en una lágrima 
por el camino real 
el tío Alberto regresa 
parece flotar sobre la tenue oscuridad 
del atardecer 
la tía Agustina en la ventana  lo
ve llegar 
espera como siempre que él lleve las vacas a los corrales 
se dé un baño 
vaya a la ventana 
le dé un beso 
y luego se sienten todos en la mesa a cenar.  
todavía en las noches 
mi padre como un fantasma 
se pierde entre las sombras hacia las carboneras 
a vigilar los hornos 
para que el fuego no consuma los sueños 
y así poder derrotar el hambre que acecha entre los resquicios de las
horas más largas del verano.
primavera insular
caserío perdido junto al bosque del olvido
flamboyán amarillo
anacahuita de cristal
bajo los limoncillos florecidos la tía Tatín con su escoba
arrincona contra los espejos de la tarde
las cenizas que deja el otoño en la mirada de la tía Aurora
que aún busca en su interior el camino de regreso al paraíso que nos
robó la modernidad 
ignora ella 
que morirá arrinconada contra sus sueños 
sin volver a ver el sol desde los ventanales primaverales del alba
Domingo Acevedo 
domingoacv2@gmail.com 
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